Simplificaciones emblemáticas: reflexiones ante la falta de empatía y elementos de análisis tras los resultados de la PAES
23.01.2025
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23.01.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER analiza las críticas que han recibido los llamados liceos emblemáticos por sus resultados en la PAES, los que no consideran una serie de factores que enumera. Y, pone el acento en que “decir que un colegio ‘está en el suelo’, ‘ya no es lo que era’, o que es ‘decadente’ es enviar un mensaje desmoralizador a esos estudiantes: es decirles que ellos mismos son todas esas cosas”.
Créditos imagen de portada: Agencia Uno
Los recientes y múltiples análisis en torno a los resultados de la PAES han convertido a los liceos emblemáticos de la Región Metropolitana, particularmente al Instituto Nacional, en el centro del debate. ¡Qué sorpresa! A raíz de esto, me permito enlistar una serie de puntos que están permanentemente sobre la mesa, que se respiran, que son el elefante en la sala, que son incómodos, y por lo mismo, se omiten voluntaria o involuntariamente. Creería que es lo segundo, porque son todos difíciles de abordar, y la complejidad no es algo que guste tomar por el sartén, y menos por la pluma de tantos columnistas, por lo que se cae en reduccionismos y verdades a medias que terminan contaminando la sana reflexión y debate democrático.
Primero que todo, me llama poderosamente la atención que muchos análisis omitan la existencia de los Liceos Bicentenario, como si no existieran. Desde la creación de este programa en 2010, las instituciones que participan ofrecerían a las familias una alternativa de excelencia más cercana a sus hogares, evitando desplazamientos de más de una hora al centro de Santiago. Este año ya habrá 420 en todo el país, luego que el 2023 se sumaran 80. ¿No era esperable que el atractivo de los liceos emblemáticos disminuyera con la llegada de los Bicentenario, dado que ahora la misma calidad educativa estaría disponible a pasos de sus casas? Los estudios a la fecha han sido ilustrativos en torno a su propio desempeño (ver análisis de Acción Educar), pero aún falta conocer su impacto en el mercado de preferencias de postulación.
Otro punto frecuentemente mencionado es que por los liceos emblemáticos han pasado líderes políticos y empresariales. Sin embargo, me pregunto: ¿por qué quienes alcanzaron la élite gracias a estos liceos no han inscrito a sus hijos en las mismas instituciones que los formaron? Ejemplos hay por montones: ex presidentes, ministros y empresarios que pasaron por estos liceos luego no pusieron a sus hijos allí. Esta no es para nada una crítica ya que los padres son libres de decidir la educación de sus hijos, sino una pregunta relevante que podría ayudar a entender por qué el valor de estos liceos en la construcción de élites diversas ha disminuido.; no lo últimos 10 años, sino paulatinamente por más de cuarenta.
En este sentido, José Joaquín Brunner, Fernando Atria y otros han planteado una interrogante tan incómoda como fundamental: ¿cómo se forman las élites en Chile? Asumiendo que es un valor positivo para la sociedad que haya meritocracia para llegar a puestos de liderazgo nacional, su composición diversa, y no endogámica, requiere una discusión seria y que está todavía pendiente. Y esto implica abrir la sellada caja del rol de los colegios particulares de Santiago.
Es sabido que el principal factor que determina el desempeño académico de los estudiantes es el capital cultural adquirido en la familia y su entorno socioafectivo. Esto es cierto tanto en Chile como en el resto del mundo. Algunos sostienen que el rol de los establecimientos termina siendo marginal. Aunque no comparto esta visión, muchos así lo creen.
Dentro de esta lógica, quienes argumentan que el fin de la selección es el principal motivo de la caída en los resultados de estos liceos apuntan a que, al no ingresar los estudiantes más estudiosos y las familias más comprometidas (probablemente ahora en los Bicentenario cercanos, pero faltan estudios para afirmarlo), los colegios no han logrado replicar sus logros con otro perfil de estudiantes. Es decir, de manera indirecta – o no tanto en realidad – se estarían diciendo principalmente dos cosas: (i) los estudiantes que ingresaron no son lo suficientemente meritorios para haber ingresado a estos liceos y; (ii) realmente ese liceo – directivos, docentes y todo el personal involucrado – nunca fue tan bueno como se creía, sino que históricamente eran las capacidades de esos estudiantes brillantes las que le daban las luces en los resultados. Por otro lado, ¿no sería lo mismo entonces lo que ocurriría con los colegios privados si dejaran de recibir familias que pagan más de 400-500 mil pesos mensuales y todo lo que ello implica?
¿Son ciertas estas afirmaciones? No hay cómo saberlo. Son hipótesis imposibles de demostrar. A veces la tentación teórica ha llevado a muchos a afirmar cosas que en la práctica no se condicen con lo que se había pensado. Con todo, por eso es tan importante ponderar las conclusiones, incluidas aquellas de quienes sostienen que la Ley de Inclusión ha sido la causante de todos los males.
¿Realmente se piensa que los liceos emblemáticos son la realidad del país? Es rol y responsabilidad del Estado velar por todos y cada uno de los estudiantes del país. Chilenos y no. Niños, jóvenes, y adultos. Todas las personas que habitan nuestro país deben ver garantizado su derecho humano a la educación. ¿Por qué entonces esa reducción a mirar exclusivamente lo que pasa en los liceos emblemáticos? La mitad de los establecimientos del país son rurales, y poco análisis desde la capital se lee al respecto. Dos tercios de los estudiantes de familias más pobres asisten a la educación técnico profesional, y tampoco se discute sobre ellos en la PAES. En mi opinión, en el análisis y sobre análisis de los resultados de esta prueba se esconde una no comprensión de la envergadura del sistema educativo como un todo, donde se necesita contemplar la institucionalidad, el currículum, los mecanismos de financiamiento, la formación de capacidades, y un largo etcétera de factores determinantes para el adecuado ejercicio de este derecho.
Tampoco logro entender que se diga tan sueltamente que a nadie le importa ni le ha importado la educación pública capitalina. Se ha dicho que “ningún alcalde ha hecho nada”, o que “han querido destruir la educación pública”. ¿Realmente se cree que Jaime Ravinet, Joaquín Lavín, Raúl Alcaíno, Pablo Zalaquett, Carolina Tohá, Felipe Alessandri e Irací Hassler no han querido dar la mejor educación posible en la comuna que les tocó dirigir? ¿De verdad se piensa que son personas maquiavélicas que han querido destruir la educación pública? ¿No será acaso que la inercia de décadas de trabas administrativas, un mal sistema de financiamiento, cambios culturales de la sociedad y muchos otros factores emergentes hicieran que, con pros y contras, las políticas locales no pudieran contrarrestar la avalancha que se venía? A uno les podrá o no gustar el color político, o las políticas que se han implementado, pero decir que no les importa o que no han hecho nada es simplemente actuar de mala fe.
Hace un par de semanas se dio un interesante intercambio en las cartas al director de El Mercurio a raíz de una columna sobre el Colegio San Juan de Lampa. Raras veces las comunidades aludidas responden, y esta vez lo hicieron de manera magistral algunos de sus egresados. Creo que este ejemplo refleja muy bien una triste realidad en los debates públicos, particularmente con lo que ha ocurrido en múltiples análisis luego de los resultados de la PAES.
La falta de empatía evidenciada en este caso, donde miembros de la comunidad sienten que incluso se les ha faltado el respeto en la columna, y bien lo han aclarado sus egresados y alcalde, es similar a la que se observa en variados análisis que descalifican a los liceos emblemáticos, en particular al Instituto Nacional.
A estos liceos les han dicho que son un desastre; que están en el suelo. Quienes escriben, ¿les importa cómo se sienten los actuales estudiantes, docentes y familias? ¿Creen que estas críticas públicas y constantes no los afectan, estigmatizan y, finalmente, dañan? ¿Les dirían lo mismo en persona, si estuvieran frente a ellos en sus colegios?
Nuestra sociedad se está volviendo cada vez más agresiva, y muchos columnistas contribuyen a ello al no considerar cómo podrían sentirse las personas de las comunidades sobre las que escriben. La violencia también puede leerse.
Es cierto que, en términos de cifras, la realidad de muchos establecimientos educacionales tiene mucho por mejorar en todo el país. Sin embargo, descalificar los resultados de las pruebas inevitablemente agrede a estudiantes, docentes, directivos, y familias. ¿Acaso ellos no son conscientes de los desafíos que enfrentan? ¿No desearían también que la situación fuera mejor? ¿Son todos los estudiantes iguales? ¿Cómo se sentirán quienes lo intentaron y les fue mal? ¿Ellos no son tan dignos de estudiar en el Nacional como otros con más pergaminos académicos en su infancia?
Decir que un colegio «está en el suelo», «ya no es lo que era», o que es «decadente» es enviar un mensaje desmoralizador a esos estudiantes: es decirles que ellos mismos son todas esas cosas. Esto constituye una falta de respeto hacia ellos, sus familias y toda la comunidad educativa. Y no, no hablo de quienes delinquen, queman o destruyen, sino de quienes defienden, estudian y dan lo mejor de sí. De hecho, muchos de ellos obtienen buenos resultados a pesar de las dificultades.Quienes escriben debieran hacerlo siempre considerando las implicancias de sus palabras, particularmente en quienes no son mencionados pero sí interpelados. La empatía también forma parte del deber intelectual, y la sociedad no puede ser civilizada sin empatía.
El nivel de simplificación con el que se abordan estos temas complejos es preocupante, así como la seguridad con la que se emiten juicios categóricos. Estos problemas del sistema educativo, por naturaleza, son multifactoriales y requieren mesura para ser abordados. Quizás soy ingenuo, pero siempre he creído que el debate público debería caracterizarse por aportes sólidos, opiniones basadas en evidencia y sugerencias constructivas, más que por verdades absolutas y críticas sin ponderación. No entiendo la reflexión desde el olimpo de un teclado, ni tampoco que una política sea la causante de todos los males. La vida es más compleja, y requiere pausa para lograr un entendimiento.
Y todo esto ocurre mientras en el auditorio del Instituto Nacional se desarrolla el Congreso del Futuro, el evento de pensamiento más importante de América Latina, donde la invitación es a reflexionar en torno a la pregunta: “¿Qué humanidad queremos ser?”. Solo espero que una mucho más humana, al menos.