La nueva era de Trump: realismo geopolítico y contrarrevolución conservadora
20.01.2025
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20.01.2025
En el día del inicio de un nuevo periodo presidencial de Donald Trump el autor de esta columna escrita para CIPER proyecta el futuro escenario internacional dando una recomendación a la política exterior chilena: “Para sobrevivir en esas aguas, los pequeños países como el nuestro debemos poseer capacidad de navegación, lo cual parte por imitar conductas como la de los daneses: incluso bajo presión, no se pierde la compostura, la forma y el tono prudente”.
Créditos imagen de portada: Agencia Uno
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca supondrá un punto de inflexión tanto en la política internacional como en el panorama ideológico global. La victoria contundente del candidato republicano, que le otorga control sobre ambas cámaras del Congreso, augura una política exterior marcada por un pragmatismo descarnado y una visión geopolítica centrada en la competencia con China, así como una profunda contrarrevolución conservadora que promete reconfigurar el panorama político occidental.
En el ámbito internacional, esta nueva era se caracteriza por una aproximación realista a conflictos como el de Ucrania. El fracaso de la contraofensiva ucraniana del 2023 ha puesto de manifiesto los límites del apoyo occidental, y Trump parece dispuesto a reconocer esta realidad estratégica. Sin embargo, sería un error interpretar este pragmatismo como una postura prorrusa. La administración Trump ve el conflicto ucraniano dentro de un contexto geopolítico más amplio, donde el verdadero rival estratégico no es Moscú, sino Pekín. En este sentido, se considera desde su óptica un grave error táctico de la administración de Joe Biden haber convertido a Rusia en el principal villano y aislarla, lo que solo ha conseguido acercarla más a China.
La competencia con China se presenta como el eje articulador de toda la política exterior estadounidense. Esta visión explica movimientos que en un principio pueden parecer dispersos, desde el interés por Groenlandia hasta la atención renovada hacia el Canal de Panamá. El interés por Groenlandia, que ha generado tensiones con Dinamarca, no se debe a un simple capricho territorial. Esta inmensa isla ártica representa un punto estratégico crucial en la competencia con China por el control de las rutas marítimas polares y el acceso a recursos naturales críticos. Por eso, en el corazón del Ártico, Groenlandia se ha convertido en el epicentro de una batalla geopolítica silenciosa que Trump simplemente ayudó a visibilizar. La isla y el ártico, almacenan vastos recursos naturales, se encuentran en medio de una compleja red de intereses donde China emerge como un participante de creciente importancia, tejiendo una estrategia multifacética que abarca desde la colaboración científica hasta vínculos económicos y políticos. Mientras el deshielo glaciar desvela nuevas oportunidades de explotación, Groenlandia persigue su sueño de independencia de Dinamarca, su antigua potencia colonial, en un momento en que el panorama internacional no podría ser más intrincado. La creciente presencia china, aunque no explícitamente apoye la independencia groenlandesa, alimenta indirectamente estas aspiraciones, generando inquietud tanto en Dinamarca, que ve amenazado su histórico dominio sobre la isla, como en Estados Unidos, temeroso de perder su posición estratégica en la región. En este tablero geopolítico, China mantiene sus opciones abiertas, contemplando tanto su alianza con Rusia, como la posibilidad de ganar influencia en Groenlandia, en su búsqueda por establecer una presencia significativa en el Ártico.
Una lógica similar se aplica al renovado interés por el Canal de Panamá. La creciente presencia china en la administración de esta vital arteria del comercio mundial preocupa a Washington. Trump ha señalado que los altos costes de tránsito impuestos a los buques estadounidenses suponen una desventaja estratégica que debe corregirse, lo que sugiere una posible intervención más directa en la gestión del canal.
En el ámbito interno, esta nueva era Trump representa mucho más que un cambio en la política exterior. Su administración promete desencadenar una profunda contrarrevolución conservadora que fusiona el nacionalismo tradicional con elementos del tecnopopulismo moderno. Esta transformación cuenta con poderosos aliados, como Elon Musk, cuya adquisición de Twitter (ahora X) simboliza la convergencia entre el poder tecnológico y el conservadurismo cultural.
La guerra contra la denominada cultura «woke ocupará un lugar central en esta nueva administración. Trump ha prometido desmantelar lo que denomina «adoctrinamiento de género» en las escuelas, universidades y corporaciones estadounidenses. Esta ofensiva cultural probablemente incluirá recortes significativos en financiamiento federal para programas de diversidad e inclusión, así como presión sobre instituciones educativas que promuevan lo que los conservadores consideran una «ideología progresista radical».
El modelo de Viktor Orbán en Hungría es un ejemplo de esta transformación cultural. Al igual que el líder húngaro, Trump busca utilizar el poder del Estado para promover valores tradicionales y nacionalistas, y atacar lo que considera la hegemonía cultural progresista en los medios de comunicación, las universidades y el mundo artístico. Esta estrategia incluye el fortalecimiento de medios de comunicación conservadores y la creación de instituciones culturales alternativas que promuevan una narrativa nacionalista y tradicionalista.
Latinoamérica ocupa un lugar particular en este nuevo esquema geopolítico e ideológico. La región se percibirá principalmente a través del prisma de la competencia con China, junto con las preocupaciones tradicionales sobre inmigración y narcotráfico. La creciente influencia económica china en la región, manifestada en inversiones masivas en infraestructura y acuerdos comerciales, representa un desafío directo a la hegemonía estadounidense en su «patio trasero», frente al cual Trump no permanecerá pasivo.
La situación de Chile es particularmente delicada en este contexto. Con China y Estados Unidos como sus principales socios comerciales, nuestro país deberá navegar con extrema cautela estas turbulentas aguas de la rivalidad geopolítica. Las declaraciones del presidente Gabriel Boric calificando a Trump de «bravucón» ejemplifican precisamente el tipo de exabruptos diplomáticos que Chile debería evitar para no poner en peligro sus intereses económicos y estratégicos. El ejemplo danés es ilustrativo: han sido objeto directo de las amenazas del presidente norteamericano, pero cuentan con una política avezada y conocedora de la alta política global, como la primera ministra, Mette Frederiksen, han optado por un tono extremadamente conciliador, sin perder las formas. Una política de nivel internacional como ella, sabe que las maneras en política no son menores y que su descuido, deja huellas.
La reconfiguración de la OTAN también experimentará cambios significativos bajo una nueva administración Trump. Su visión realista de las relaciones internacionales sugiere un enfoque más transaccional hacia la alianza atlántica, por lo que es posible que exija mayores contribuciones financieras de los aliados europeos y ponga en duda el compromiso automático de defensa mutua.
En Oriente Medio, Trump promete traer la paz, aunque sin especificar cómo. Su historial de políticas proisraelíes y su relación cercana con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sugieren que seguirá apoyando a Israel, aunque también ha expresado su deseo de poner fin al conflicto en Gaza. Su primer éxito en la arena internacional ha sido la tregua obtenida y la liberación de rehenes. Como queda claro al leer la declaración de los qataríes, que ejercieron de mediadores, el papel del equipo de Trump, encabezado por Steve Witkoff, fue determinante, más decisivo que el de la administración saliente. Otro elemento será su enfoque de «máxima presión» contra Irán, que probablemente se intensificará, lo que podría generar nuevas tensiones regionales.
La política comercial hacia China será particularmente agresiva. Trump ha anunciado aumentos significativos en los aranceles a las importaciones chinas y ha señalado que utilizará todas las herramientas disponibles para reducir la influencia económica de Pekín. Esta postura podría tener consecuencias globales, alterar las cadenas de suministro internacionales y obligar a muchos países a posicionarse en la rivalidad chino-estadounidense.
La visión de Trump y sus aliados tecnopopulistas trasciende las fronteras estadounidenses. Su objetivo es establecer una red internacional de líderes y movimientos conservadores que compartan su oposición al globalismo progresista. Esta «Internacional Conservadora» informal ya está cobrando forma, con vínculos entre Trump, Orbán y otros líderes que comparten su visión antiglobalista y culturalmente tradicionalista.
En el ámbito tecnológico, figuras como Musk no solo aportan recursos económicos, sino también plataformas de comunicación fundamentales para esta nueva derecha. La transformación de Twitter simboliza esta unión entre el poder tecnológico y el conservadurismo cultural, creando espacios digitales donde las voces conservadoras pueden prosperar sin las restricciones que, según ellos, suponen la «censura progresista».
Esta contrarrevolución conservadora también tiene una dimensión económica significativa. A diferencia del conservadurismo tradicional promercado, esta nueva derecha adopta un nacionalismo económico que no teme utilizar el poder estatal para alcanzar sus objetivos. Las políticas proteccionistas, combinadas con incentivos gubernamentales para la reindustrialización, forman parte de una estrategia más amplia para reconstruir una base económica nacional fuerte y alineada con los valores conservadores.
En última instancia, la presidencia de Trump marcará el fin definitivo del orden internacional liberal y el inicio de una era de competencia geopolítica más explícita y descarnada, acompañada de una profunda transformación ideológica en Occidente. La capacidad de adaptación a esta nueva realidad determinará en gran medida el éxito o fracaso de las naciones en los próximos años, mientras que la influencia de esta transformación ideológica se sentirá especialmente en Europa y otras democracias occidentales, donde movimientos similares buscan emular el modelo Trump-Orbán. Todos ellos comparten una visión común: el rechazo al multiculturalismo, la oposición a la inmigración masiva, la defensa de valores tradicionales y una crítica feroz al «globalismo progresista». Para sobrevivir en esas aguas, los pequeños países como el nuestro debemos poseer capacidad de navegación, lo cual parte por imitar conductas como la de los daneses: incluso bajo presión, no se pierde la compostura, la forma y el tono prudente. Se necesita cultivar una de las máximas de Francesco Guicciardini, uno de los principales exponentes del realismo político renacentista: «La verdadera prueba del valor de un hombre es su comportamiento cuando se ve sorprendido por peligros imprevistos. Aquel que muestra una buena fachada ante ellos, como vemos que muy pocos lo hacen, puede ser merecidamente declarado resuelto e intrépido».