Volver al futuro: ¿qué nos trae la diligente marcha hacia el progreso?
17.01.2025
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17.01.2025
“¿Qué humanidad queremos ser?” es la pregunta que marca el desarrollo del Congreso Futuro 2025. El autor de esta columna escrita para CIPER reflexiona sobre ella y plantea que trae intrínseca un futuro que no es seguro que ocurra. Sostiene que el avance se ve como inevitable, y que bajo esa premisa “la condición de posibilidad de toda reflexión genuina y sincera es negada. No se nos permite detenernos. Frenar y detenerse es necesario para plantearnos una pregunta que no está disponible mientras nos movemos. A saber, si realmente necesitamos avanzar y en qué dirección hacerlo”.
En Chile tiene lugar el Congreso Futuro 2025, que nos invita a pensar en torno a la pregunta “¿Qué humanidad queremos ser?”. En las palabras de apertura, el exsenador Guido Girardi criticó duramente el transhumanismo de Silicon Valley y su alianza con el gobierno de Donald Trump, en defensa de una visión humanista y democrática del futuro. Los últimos avances tecnológicos, acusa, están monopolizados por unos pocos privilegiados que los usan para proteger sus intereses personales y animar sus visiones autoritarias del mundo. Son las empresas, dice Girardi, las que tienen el control de la dirección tecnológica de la humanidad. Los pueblos ya no tienen influencia sobre el uso que se le está dando a las nuevas tecnologías disruptivas como, por ejemplo, la inteligencia artificial generativa.
A 9.000 kilómetros de distancia, Los Ángeles arde en llamas. Los incendios más grandes (Eaton y Palisades) han destruido miles de hectáreas de zonas residenciales y reservas naturales. Las imágenes son devastadoras y las pérdidas incalculables. Una década de sequías en California, inducida por el cambio climático global, produce el escenario perfecto para esta catástrofe. Al mismo tiempo, los desafíos de distribución del agua y los fuertes vientos han hecho que la tarea de detener las llamas sea aún más difícil.
Los Ángeles evoca la imagen más realista del futuro por venir. Es una catástrofe más que se suma a un listado interminable. Además del calentamiento global, la otra gran amenaza que se cierne sobre nosotros es la de una nueva guerra mundial. En el marco del lanzamiento del Doomsday Clock 2024 (Reloj del Fin del Mundo) el profesor Alex Glasler nos indicó que estamos entrando en una nueva carrera armamentista nuclear. Rusia suspendió su participación en el nuevo tratado START para la reducción del armamento nuclear y se negó a ratificar el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT). Estados Unidos, que posee 5.044 ojivas nucleares, se encuentra deliberando la posibilidad de expandir su arsenal para igualarlo a la suma de los de Rusia (5.580) y China (500).
En 2023, Estados Unidos gastó el 15% de su presupuesto (USD 820 mil millones) en defensa. En contraste, el presupuesto para el control de incendios forestales fue del 0,09% (USD 4,9 mil millones). ¿Hacia qué futuro nos dirigimos? En caso de no corregir el curso, hacia un futuro apocalíptico. El fin del mundo no será un evento catastrófico que destruya a la humanidad de una vez y para siempre, sino que será vivido como una serie de tragedias locales y globales, cuya frecuencia y escala se volverán cada día mayor. Y cuyas primeras víctimas serán los desposeídos.
La pregunta del Congreso Futuro no es lo suficientemente crítica. Ignora las condiciones presentes de la condición humana. “¿Qué humanidad queremos ser?” es una pregunta que afirma implícitamente la premisa de que, en efecto, habrá una humanidad que será. Vale decir, que hay un futuro posible. Luego, se enuncia como si estuviésemos en condiciones de decidir qué tipo de humanidad queremos para ese futuro. Representa una posición optimista y llena de esperanza. También, y a pesar de la distancia que Girardi desea poner entre él y los cerebritos de Silicon Valley, representa la misma fe ciega en el progreso infinito. Se trata de confiar en la existencia futura de algo que podamos llamar “humanidad”, al mismo tiempo que queremos servirnos de la tecnología para avanzar en la construcción de un ideal universal. La violencia de nuestras múltiples crisis, sin embargo, demuestra que la existencia humana está puesta en cuestión radicalmente. ¿No sería momento de cuestionarnos, también, nuestras ambiciones desmedidas de progreso tecnológico y económico?
Girardi nos advierte: “Recuerde, estás tecnologías pueden reemplazar a la mitad de los humanos del planeta”. Mientras tanto, se proyectan tras de él los logos de los auspiciadores del evento. Entre ellos están megacorporaciones internacionales como McDonald’s y The Coca-Cola Company; conglomerados como Quiñenco e Idra Group; Arauco, la principal empresa forestal de Chile; y BHP Foundation, de la minera BHP (que ha anunciado una mega inversión de USD 13.700 millones en Chile). Varias de estas empresas están a la vanguardia de la automatización que reemplazará a la humanidad, o se encargan de extraer y exportar las materias primas que sostienen materialmente el espíritu de Silicon Valley.
Se nos escapa la evidente contradicción entre el deseo de construir una humanidad libre, igualitaria y democrática y, por otro lado, potenciar el perpetuo crecimiento y progreso económico desde una posición subordinada y periférica. No nos sorprende que Girardi proponga la descabellada idea de aprovechar las ventajas geológicas del país para transformarlo en el centro de abastecimiento de energía de los centros de datos del planeta. No queremos un transhumanismo autoritario que monopoliza el poder y las ganancias. Queremos un humanismo progresista que garantiza el crecimiento mientras profundiza el modelo extractivista.
La izquierda chilena está atrapada en un laberinto de contradicciones y contorsiones. Así lo demuestra un extraño paralelismo ofrecido por el presidente. Parafraseando la frase final del Manifiesto Comunista (Proletarios del mundo ¡uníos!), Boric propone: “Seres humanos del mundo, uníos”. Con escasa convicción, la nueva frase se desliza sobre la audiencia sin pena ni gloria. La categoría política “proletario” es reemplazada por “Seres humanos”, una noción que borra las distinciones políticas, en la medida en que iguala lo diferente. Los proletarios son, según Rancière, la clase de los ‘incontados’, que existen tan solo por la autodeclaración que denuncia la injusticia constitutiva del orden social. El parafraseo de Boric es débil y produce un efecto que neutraliza toda disputa ideológica. Somos todos humanos, sí. Es importante recordar, sin embargo, que algunos humanos tienen la injustificada ambición de ser más humanos que otros. Hay en esta izquierda progresista un nostálgico simulacro de apelación a símbolos pasados, sin reproducir su sentido político original.
Luego, aparece también una defensa a la innovación que se expresa en oposición al conservadurismo “de todos los colores”. Al modo de un inversionista de capital de riesgo, Boric elogia a quienes se aventuran dentro de la incertidumbre, y denuncia la defensa del statu quo como una posición “autodestructiva”. Aquí, el líder del Frente Amplio parece encarnar fugazmente el espíritu especulativo y disruptivo de Silicon Valley que, al mismo tiempo, condena en figuras de la derecha radical estadounidense como Elon Musk.
¿Nos garantiza esta actitud un futuro en el que podamos seguir preguntándonos qué futuro queremos? ¿Queremos que Chile se transforme en el hub tecnológico de América Latina? ¿Sueña la izquierda chilena con ovejas eléctricas?
El Reloj del fin del mundo marca 90 segundos para la medianoche. Estamos más cerca que nunca de la catástrofe global. El 28 de enero del presente año se anunciará nuevamente la hora en este reloj, que sirve como recordatorio de lo cerca que estamos del punto de no retorno. Vale decir, aquel punto en el que ya no podremos garantizar la continuidad de nuestra existencia. Las principales amenazas que considera este indicador son la proliferación de las armas nucleares; las tecnologías disruptivas; la invasión de Rusia a Ucrania y el genocidio de Israel contra el pueblo palestino; las amenazas biológicas; y la crisis climática. En este contexto, moverse hacia adelante sin introducir modificaciones radicales a nuestra forma de vida significa empujar el minutero más cerca de la medianoche y sucumbir ante la tragedia.
No todo avance está éticamente justificado y el progreso no debería convertirse en el valor último. La izquierda puede pensarse también desde el conservadurismo. Debe hacerlo especialmente cuando lo que se desea conservar es la Tierra que habitamos y la vida que hay en ella. Sea cual sea el tipo de humanidad que queremos ser, primero debemos asegurar nuestra continuidad como especie. Esto implica necesariamente la construcción de una forma de vida que esté en armonía y en equilibrio con la naturaleza, y con las demás formas de vida.
El Congreso Futuro hace una invitación necesaria a pensar cuál es la vida que vale la pena ser vivida. Sin embargo, las condiciones para la reflexión no nos están dadas. La invitación se plantea desde la posición normativa de que es necesario “avanzar”. Y no solo es necesario avanzar, sino que es inevitable. El mundo avanza y nosotros debemos avanzar con él si es que no queremos quedarnos “abajo” del carro. La condición de posibilidad de toda reflexión genuina y sincera es negada. No se nos permite detenernos. Frenar y detenerse es necesario para plantearnos una pregunta que no está disponible mientras nos movemos. A saber, si realmente necesitamos avanzar y en qué dirección hacerlo.
Ser crítico del progreso tecnológico no significa adoptar una posición anti-tecnología y embarcarse en el diseño de modelos sociales primitivistas (como en la novela Erewhon). Tampoco se trata de adoptar un neo feudalismo en el que las máquinas pensantes sean tabú (como en Dune). Estos mundos se nos ofrecen como alternativas posibles a nuestra trayectoria actual, y habrá que considerar si nos parecen modelos atractivos o incluso realistas. Tiene sentido, sin embargo, preguntarse por qué nos cuesta tanto considerar las consecuencias perjudiciales de las nuevas tecnologías y cómo podemos cambiar el rumbo.
A 90 segundos de medianoche, recordemos la escena de Volver al Futuro III en la que el Dr. Brown le explica a Marty su plan para enviarlo de vuelta a 1985. Para alcanzar las 88 millas por hora necesarias para viajar en el tiempo, empujarán el DeLorean con una locomotora por unas vías de tren que aún no están terminadas y que conducen a un barranco. Si alcanzan la velocidad necesaria antes de llegar al barranco, el DeLorean podrá transportarse a 1985 y estarán a salvo. Si fallan, el auto caerá por el barranco, conduciendo a Marty a una muerte segura. Como sabemos, la locomotora finalmente logra alcanzar las 88 millas por hora gracias a las poderosas cargas de dinamita que el Dr. Brown coloca en la caldera. Así, Marty llega sano y salvo a su línea de tiempo original.
Alegóricamente, nuestra situación es similar a la de Marty en el DeLorean. Somos pasajeros de un auto que no podemos conducir y que está en aceleración hacia un barranco. Depositamos nuestra fe en un científico loco que, para evitar la autodestrucción, continúa alimentando su máquina con dinamita. Lo que importa es alcanzar la velocidad necesaria en nuestro avance tecnológico. Una que nos permita salvarnos de la amenaza existencial que la misma tecnología supone. Tal y como en Volver al Futuro todo problema causado por los viajes temporales debe ser resuelto con más viajes temporales, en nuestra situación la única salida posible a la disrupción tecnológica es más disrupción y más tecnología.
La buena noticia es que nos encontramos aún a tiempo de prevenir el desastre. ¿Qué humanidad queremos ser? Con toda probabilidad, queremos ser una humanidad que no esté forzada a poner su existencia en las manos de un científico loco que apuesta por la distopía o la muerte. ¿Qué humanidad somos? Una humanidad que está a 90 segundos del punto de no retorno y que puede, si así lo decide, frenar la locomotora, volver a conectar los vagones y cambiar la vía. Para hacerlo, sin embargo, primero es necesario recuperar la locomotora de las manos del científico.