Cese al fuego en Gaza: un triunfo más para Netanyahu
16.01.2025
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16.01.2025
El anuncio de un cese al fuego entre Israel y Hamás es analizado por el autor de esta columna escrita para CIPER, quien asegura que “obviamente podrán ser estados distintos, con distintos niveles de prosperidad, de régimen político, de estándar de vida, etc., pero al menos que ambos Estados puedan decir que son países con soberanía sobre un territorio. Eso no pasa acá, Israel ha humillado una vez más a los palestinos y una paz duradera no se puede cimentar en la humillación del otro”.
Con el anunciado cese al fuego este miércoles 15 de enero, hay motivos para celebrar. Se acaban, momentáneamente, más de un año de hostilidades en el enclave palestino que ha cobrado la vida de miles de seres humanos. Si se aprueba el acuerdo, que todavía se negocia en Qatar, se produciría un canje entre algunos prisioneros israelíes que todavía tiene Israel y algunos de los miles de presos palestinos que se hacinan en las cárceles israelíes. La coalición de gobierno en Israel, compuesta por partidos de derecha y extrema derecha, debe dar el visto bueno para que se implemente el acuerdo. Los más extremistas no lo aprobarán, pero es posible que el gabinete en su conjunto lo apruebe. Así se pausarían 16 meses de una guerra tremendamente desigual.
Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, logra así lo que quería: ahora Israel controla gran parte de los territorios palestinos, haciendo casi imposible la solución de dos Estados soberanos. Para comprender cómo llegamos a esta instancia y qué significado tiene este acuerdo de cese al fuego debemos ir un poco atrás en la historia.
En la lógica inmediatista de las redes sociales, algunos tienen la tentación de hacernos ver que el conflicto entre Palestina e Israel comenzó el 7 de octubre del 2023 cuando Hamás atacó a Israel asesinando a mil doscientos israelíes. Pero la violencia tiene una historia más larga y la historia es obstinada, se rebela constantemente contra el olvido que pretenden algunos. La Palestina histórica existe desde hace siglos, contrario a lo que señalan algunos políticos israelíes de que es un invento reciente. La región era parte del imperio otomano hasta que éste fue desmembrado como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Incluso antes de su desmembramiento final, el otomano era un imperio en decadencia que se enfrentaba a las presiones de los grandes imperios colonialistas europeos. Una de esas presiones era provocada por la penetración del sionismo, una ideología nacional europea, que proclamaba la necesidad de un Estado Nación para los judíos de Europa como la única solución para los problemas de antisemitismo que sufrían en ese continente.
Cae el imperio otomano, y la agencia sionista internacional será una de las grandes beneficiadas. La idea de instalarse en Palestina, que como dijimos ya existía como provincia del imperio otomano, dice relación con la ancestral promesa bíblica de la tierra de Israel. Pero muchos miembros del sionismo eran laicos, entendían que la tierra era importante para el Estado soberano porque este elemento bíblico aportaría historia y legitimidad a su reclamo. Como señala el eminente historiador israelí Shlomo Sand, el sionismo debía crear la tierra de Israel, para eso era importante dar la idea de que esta tierra estaba inhabitada, esto era fundamental para sus objetivos coloniales.
Cuando en 1945 se dan a conocer los horrores de los campos de exterminio nazi en Europa, quedaba absolutamente claro que era justo que los judíos tuvieran un Estado Nación, era la respuesta europea a un problema que los europeos crearon. No podemos afirmar categóricamente que el antisemitismo no existía en Oriente, pero ciertamente no era un asunto de la magnitud que se vivía en Europa. La convivencia interreligiosa era una característica de los imperios de Oriente y Medio Oriente. Convivencia, que como sabemos bien, no significa paz perpetua. El conflicto es una característica de las relaciones humanas, pero también sabemos que la persecución sistemática por motivos raciales es una característica más bien europea. El asunto es que la creación del Estado de Israel fue la solución de Occidente, en el comienzo de la Guerra Fría, a un problema de Europa, a costa de otro pueblo. Las correspondencias entre Lord McMahon, alto comisionado británico en Egipto, y el Jerife Husayn, el custodio de los Santos Lugares del Islam, indican que el Imperio británico prometía a los árabes un hogar nacional a cambio del apoyo en contra del Imperio Otomano en la Primera Guerra. Es decir, prometieron la misma tierra a dos pueblos distintos. Cuando los británicos no pudieron administrar más la situación, ya muy explosiva, y era evidente para Occidente que el hogar nacional judío era una necesidad moral, el Imperio británico decide retirarse de Palestina y legar el conflicto a la naciente Naciones Unidas.
Este órgano internacional, conformado por tan solo 50 miembros decide repartir Palestina entre sionistas y árabes, pero sin detallar cómo debían crearse los Estados. Israel proclama su independencia en mayo de 1948 y los países árabes rechazan esa creación, no aceptan que esa tierra, en la que viven árabes, sea parte de un Estado nuevo creado por europeos. El resultado de ello es que Israel gana su primera guerra ante sus vecinos y consolida su posición. Cada vez se hace más fuerte y las fronteras del plan de partición de la ONU cada vez se mueven más.
Sucesivas guerras fueron fortaleciendo a Israel, irá quedando claro que es un país poderoso, bien organizado y sólidamente apoyado por sus aliados. Desde la década de los 60 del siglo XX, en plena disputa imperial global de la Guerra Fría, Estados Unidos comienza a prestar un apoyo irrestricto a Israel. Ese apoyo no se explica solo por cuestiones geopolíticas, también hay afinidades culturales y religiosas. Además de un importante lobby a favor de Israel. Cuando en los 70 comienza el proceso de paz entre Israel y Egipto, el país árabe más grande y poderoso en esa época, Estados Unidos decide cambiar su política hacia países del llamado Tercer Mundo: quienes decidan normalizar sus relaciones con Israel, podrán acceder a ingentes cantidades de dinero. Es así como Egipto es hoy el segundo mayor receptor de donaciones de los Estados Unidos después de Israel.
Cuando termina la Guerra Fría queda claro que es necesario terminar con el conflicto en Medio Oriente y Estados Unidos decide apoyar las conversaciones. El asunto es que el país norteamericano no es árbitro, es parte en el asunto. Los palestinos, representados por la Organización de Liberación Palestina, considerados terroristas por EE. UU. e Israel, decidieron sentarse a negociar. ¿En qué quedó eso? Todo el mundo celebró el apretón de manos entre Yasser Arafat y el primer ministro Issac Rabin, pero lo que celebraba era el comienzo de un proceso que debía culminar con un Estado Palestino al lado de uno israelí, cuestión que no sucedió.
El resultado de ese proceso es que, a partir de los estatutos del acuerdo, Israel controla militarmente los territorios palestinos y comenzó a establecer asentamientos en Gaza y Cisjordania. En 2005 Israel deja Gaza y lo separa, para todos los efectos, de Cisjordania. Ahora bien, esos asentamientos de Cisjordania, que han crecido a ritmo acelerado y hoy en día permiten que medio millón de israelíes vivan en territorio palestino, son verdaderos asentamientos coloniales. La ley israelí, que se modifica constantemente a favor de estos asentamientos, permite al Estado Israelí disponer del territorio palestino conforme al derecho ancestral del pueblo judío a esa tierra. Desde octubre del 2023 la Knesset, el parlamento israelí, ha trabajado incesantemente en legislaciones que perjudican a los palestinos que viven tanto dentro como fuera del Estado israelí, haciendo que las viviendas y las tierras palestinas vivan en constante peligro de ser confiscadas.
El actual acuerdo de cese al fuego favorece enormemente a Israel, porque permite a ese Estado controlar una franja grande del enclave palestino. No veo posible que ese control sea revocado en el futuro. Además, le permite al cuestionado gobierno de Netanyahu mostrar que se preocupa por el retorno de los rehenes que tenía Hamás, cuestión por lo que estaba seriamente cuestionado, pero que también pretende dejar de hostigar a la población civil palestina. Este último punto es sensible, porque en estos meses de guerra han muerto cerca de 50 mil palestinos, la mayoría de ellos mujeres y niños. Muchos en la extrema derecha israelí no consideran que los niños y niñas palestinos sean inocentes.
Netanyahu, en este momento, controla una franja importante de territorio del sur del Líbano, una franja importante de territorio en Siria y ambos enclaves palestinos (Gaza y Cisjordania). Está claro que Hamás y Hezbolá en el Líbano recibieron golpes durísimos, que a muchos han sorprendido. Israel ha tenido una capacidad bélica asombrosa para desarticular al eje de la resistencia, ese grupo de milicias apoyados por Irán.
Los palestinos de Gaza, exhaustos por meses de traumática guerra, celebran el acuerdo, es lógico. Pero a largo plazo no resultará en la paz. La condición previa y fundamental para la paz es que haya igualdad mínima entre las partes, que ambos grupos nacionales tengan la oportunidad de disfrutar de igualdad soberana. Obviamente podrán ser estados distintos, con distintos niveles de prosperidad, de régimen político, de estándar de vida, etc., pero al menos que ambos Estados puedan decir que son países con soberanía sobre un territorio. Eso no pasa acá, Israel ha humillado una vez más a los palestinos y una paz duradera no se puede cimentar en la humillación del otro. Netanyahu y su coalición de extrema derecha no quieren la paz a largo plazo, quieren un Israel poderoso y temible para sus enemigos. El temor permite muchas cosas, pero no es fecundo para construir la paz.