Ministra Orellana y el cardenal Chomalí, o “el que se pica pierde”
31.12.2024
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31.12.2024
El autor de esta columna escrita para CIPER analiza la polémica que protagonizaron el cardenal de Santiago, Fernando Chomalí, y la ministra de la Mujer y Equidad de Género, Antonia Orellana. Sostiene que “con sus declaraciones, la ministra cayó en la trampa como lo haría un estudiante nuevo en el patio del colegio, cuando uno de los más viejos provoca y provoca hasta que el nuevo cae”.
Créditos imágenes de portada: Agencia Uno
«El que se pica pierde», decía un compañero de curso en los años 90, cuando la cultura escolar de la sobrevivencia indicaba que aquel que se molestara ante bromas, burlas o provocaciones, mostraba debilidad. ¿Cómo se evidenciaba esa debilidad? Respondiendo tal como esperaba el provocador. Es decir, reaccionando de manera destemplada. En el colegio, eso marcaba. No sólo hacía evidente la mencionada debilidad, sino también que se era un objetivo fácil a quien doblegar y dejaba el flanco abierto para seguir siendo provocado. Ciertamente, era una cultura escolar que se espera vaya en franca retirada de tales espacios, pero existía y existe.
Y no es exclusiva a esa esfera de la vida. Un director técnico debe controlarse para no llenar de improperios a un periodista que le pregunta por enésima vez “¿si no gana este fin de semana, va a dar un paso al costado?” cuando este intenta explicar un modelo de juego que no cuaja. En la misma línea, una vocería política no puede salirse de sus casillas cuando le cuestionan por el cambio de gabinete en momentos en que quiere hablar de las iniciativas de seguridad social que ansía implementar. Quien se sale de sus casillas, ya sea en forma de desesperación, en el caso del fútbol, o respondiendo bruscamente, en el caso de la política, enfrentará la misma consecuencia: la noticia será tanto la salida de libreto, el exabrupto, como quien la protagoniza.
Hace pocos días atrás, algo de esto ocurrió en una de las iniciativas legales más relevantes para la actual administración del presidente Gabriel Boric. En el marco del proyecto de ley de “aborto legal”, anunciado por el primer mandatario en su cuenta del 1 de junio pasado, el gobierno avisó en la segunda quincena de diciembre que tendría que dilatar la presentación del proyecto por motivos reglamentarios. Dado que es un proyecto delicado, era razonable que faltaran tuercas que ajustar para generar una propuesta robusta. Después de todo, la lucha por recuperar el aborto terapéutico, quitado en dictadura, ha sido ardua y lleva décadas enfrentando a sectores progresistas y liberales con amplios sectores conservadores.
La dilación fue bienvenida por el arzobispo de Santiago, Fernando Chomalí, quien, en la misa de Navidad, planteó que el retraso del ingreso del proyecto de aborto libre “ha sido un gran regalo que muchísimos chilenos aplaudimos”. ¿Fue esta una legítima expresión de alegría de Chomalí? Todo indica que sí. ¿Fue una provocación? Sin duda. Una autoridad que lidera en el país a la institución religioso-política más antigua de este lado del mundo no llega a ese lugar sin saber de política, y quien maneja ese nivel de poder divino y terrenal, micrófono en mano, semana a semana, sabe de qué habla cuando habla. ¿Cómo respondió el gobierno? “Las decisiones que se toman no se toman pensando en los deseos de los príncipes de la Iglesia, que es lo que significa ser un cardenal (…)”, fue el comentario de la ministra de la Mujer y la Equidad de Género de Chile, Antonia Orellana.
De inmediato, las palabras de la secretaria de Estado –no las del arzobispo– fueron puestas en cuestión por parte de sectores conservadores y otros que, no siéndolo del todo, lamentaron el yerro estratégico de la encargada ministerial. Argumentos no faltaron. El diputado democratacristiano Eric Aedo la apuntó por carecer de tolerancia ante opiniones distintas. El vicepresidente del Partido Socialista, Leonardo Soto, añadió que “no ayuda a un gobierno de minoría que sus ministras anden destruyendo puentes”. El jefe de bancada de diputados UDI, Gustavo Benavente, la llamó a entender que “no es una activista callejera”. Sí, buena parte de las fuentes consultadas fueron hombres y todas apuntaron a flancos habituales contra los que se ataca al Frente Amplio en posiciones de gobierno: creer tener la verdad, hacer una política ensimismada y no vestir el cargo.
Aunque dirigidas a la ministra, cada crítica, finalmente, menoscaba la línea de sustentación del proyecto de ley. La propuesta es una balsa feble que debiera arrimar trozos de madera para amarrarlos y fortalecerse, ya que no está en condiciones de negarse a cualquier apoyo ni pelearse con nadie. Menos con el oleaje o con peces que llevan años en la mar. El gobierno no tiene un gran nivel de aprobación, tampoco mayoría en el Congreso, ni menos una coalición donde exista un apoyo irrestricto a posiciones como las de la ministra. Y, en algo muy propio del post estallido, tampoco cuenta con una ciudadanía movilizada en las calles que permita expresar un respaldo popular, masivo o, al menos, que resuene en algún lado. Lejos queda el 2022, cuando la Coordinadora Feminista 8M declaraba “tenemos un pie en la institución, mil en las calles”.
En este contexto tan delicado, conseguir la mayor adhesión posible en sectores históricamente no afines es imperioso y las palabras de la ministra no parecen ayudar. En este sentido, su respuesta presenta dos errores.
Como dice Donatella Della Porta en referencia a la conflictividad social, esta tiene un componente simbólico y cultural. Tiene que ver con imágenes, símbolos, expresiones, pero sobre todo con intentar alterar nociones hegemónicas respecto de los puntos en disputa, ya sea salud, educación, pensiones, aborto. Y ahí, lo importante – como indicaría Laclau y Mouffe – es articular. Es decir, unir ideas, nociones, casos y formas de pensar que se conecten y arrimen a más personas a mis posiciones. ¿Cómo logro, en términos comunicacionales, sensibilizar a personas con la necesidad de donar dinero a niñas y niños con problemas de movilidad? ¿Cómo logro hacer que la tolerancia con la realidad de la migración crezca? ¿O cómo puedo instalar en una esfera pública modelada – en palabras de Joan Landes – por una cultura patriarcal, el aborto como una necesidad? Tratar al líder de la Iglesia Católica en el país como un “príncipe” que no tiene pito que tocar en la discusión, no parece ser la respuesta más certera para articular un apoyo a la urgencia de la ley.
El segundo error tiene que ver con lo que está en juego. Diversos estudios en comunicación nos cuentan que un elemento que debemos tener presente al leer un artículo periodístico es si da cuenta de lo que está en juego. Es decir, si la nota sobre la crisis económica en Antofagasta indica sus causas, sus responsables, el origen y meollo del asunto, o si es mayormente cosmética. Si frente a una huelga de trabajadoras y trabajadores, el artículo se enfoca en los millones que se pierden, en las carreteras con barricadas, o en explicar las razones y causas de la huelga. En el caso de las palabras de la ministra Orellana, con sus declaraciones, mueve el foco de la discusión del aborto a uno de los fetiches favoritos del periodismo moderno y, muy particularmente, del chileno: la polémica. Para muestra, cuatro titulares recientes de cuatro medios distintos: “Oposición arremete contra Orellana tras polémica con cardenal Chomalí y cuestionan su continuidad en el gobierno”; “Cordero le baja el perfil a la polémica entre Orellana y Chomalí: ‘Es crear una disputa relativamente ficticia´”; “Bancada RN pide al presidente Boric evaluar continuidad de la ministra Orellana por polémica con Chomalí”; “Vocera Etcheverry y polémica Orellana-Chomali: ‘No hay que temerles a las tensiones´”.
Con sus declaraciones, la ministra cayó en la trampa como lo haría un estudiante nuevo en el patio del colegio, cuando uno de los más viejos provoca y provoca hasta que el nuevo cae. El más viejo sabe que está en una posición de poder y desde ahí intimida, acosa, o coacciona a otros (y especialmente a otras), como un bully que –con métodos más sofisticados– sabe que es muy difícil que las cosas cambien. Y es que para que cambien, quien les enfrente necesitará templanza y pensar en estrategias que en lo comunicacional partan con un mínimo que, a la hora de hablar, sume más que reste; y que lo que hable permita hacer evidente la injusticia de aquello que se quiere cambiar y no saque el foco de donde se espere que esté.
En el 2025 que se avecina, el gobierno necesitará una estrategia comunicacional rápida de corto y mediano plazo para dejar atrás la “polémica” (una donde se ha metido solo). Para eso, requiere idear una estrategia comunicacional y política que demuestre la necesidad e importancia de la ley, su respaldo político y ciudadano, su respeto a diversas formas de creer y considerar la materia, y evidenciar que un país con este proyecto es un mejor país. ¿Es sorprendente que haya que hacer esto en un país que se considera laico? Si uno conoce medianamente Chile, sus ciudades, calles y pueblos, se dará cuenta que no, pues una cosa es la letra en papel y otra la realidad. Chile, en los hechos, no es un país laico ni progresista, menos en estos días. Y esa lectura de realidad siempre es clara para el bully de turno que, por los siglos de los siglos ha ganado experiencia, y sabe cómo, cuándo y con qué consecuencias provocar. Le toca saberlo a la contraparte y actuar en consecuencia.