Críticos y desesperanzados, pero no resignados: la política de los jóvenes populares en el Chile post-estallido
29.11.2024
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29.11.2024
En el estudio «Críticos y desesperanzados, pero no resignados: Jóvenes de sectores populares y su relación con la política institucional en el Chile post estallido”, realizado por el autor de esta columna escrita para CIPER, se analiza la realidad de un sector que pocas veces se observa. Juan Pablo Rodríguez sostiene que “en este contexto de marcada desconfianza hacia los políticos y la política institucional, sin embargo, hay dos instancias políticas, no excluyentes, que son valoradas por las y los jóvenes de sectores populares: las movilizaciones y el voto”.
Aunque la frase del título podría describir el ánimo generalizado de la población respecto a la política después de un ciclo de movilizaciones, fallidos procesos constitutuyentes, y elecciones, en el caso de los jóvenes de sectores populares la frase cobra un sentido específico.
Durante años las investigaciones mostraron que ser joven y pertenecer a los sectores populares eran dos características que, cada una por sí sola, y juntas, determinaban una desconexión con el mundo político, ya sea institucional o informal. En Chile, desde las movilizaciones de los pingüinos el año 2006 sabemos que los jóvenes se interesan en los asuntos públicos y que desarrollan formas no convencionales de participación política. Aunque ha sido menos estudiado, los jóvenes de sectores populares no son la excepción.
Atrás quedaron los diagnósticos reduccionistas que encapsulaban la relación de la juventud y la política en el dudoso concepto de apatía juvenil. Pero también han quedado atrás visiones idealizadas: los jóvenes son diversos y valoran la diversidad, hay militantes acérrimos e individualistas ensimismados, pero también hay muchos jóvenes que luchan por sobrevivir en un mercado laboral precario, que se interesan en cuestiones de su barrio y de la sociedad, y que pasan el día en actividades recreativas, comunitarias y/o en redes sociales. ¿Cómo entender este contexto de renovada politicidad que, aunque discrecional y fragmentaria, es constitutiva de la imaginación social de la política de los sectores populares?
La tesis que plantea una investigación reciente es que estaríamos en un momento de politización sin identificación, esto es, de interés en asuntos colectivos o comunes, pero sin una adhesión programática a ningún sector, posición o figura del espectro político. Esta coexistencia de politización y desidentificación en el caso de los jóvenes que viven en las periferias de nuestras ciudades toma la forma de una actitud desesperanzada, siempre al borde de la resignación, pero que logra salir a flote.
Los jóvenes reconocen que la sociedad actual es mejor —más pluralista, con mayores accesos a bienes y servicios— en muchos sentidos que la de sus padres y abuelos; sin embargo, son muy críticos de las desigualdades socioeconómicas y educativas. La desigualdad hace que los cambios epocales positivos no se traduzcan en una mejor calidad de vida, que el progreso no alcance. La urgencia por cambiar ese estado de cosas choca con una política impotente y ensimismada, y con políticos que solo velarían por el interés personal. La política institucional sería el ámbito de las promesas que no se pueden cumplir, de una retórica interesada en capturar votos para fines partidistas, y, sobre todo, una forma de enriquecerse y amplificar las desigualdades sociales. La desconexión de la política con la sociedad toma un sentido literal: los políticos vivirían, literalmente, en otro mundo, el de la holgura y el bienestar.
En este contexto de marcada desconfianza hacia los políticos y la política institucional, sin embargo, hay dos instancias políticas, no excluyentes, que son valoradas por las y los jóvenes de sectores populares: las movilizaciones y el voto.
El estallido social fue una escuela de civismo y cultura política para estos jóvenes que por primera vez participaban de manifestaciones y vieron participar a sus compañeros y familiares. “Nunca antes había hablado de política hasta antes del estallido”, sostiene una de las entrevistadas. El estallido se reconoce como un momento de despertar colectivo a las desigualdades, abusos y asimetrías de poder, al mismo tiempo que predomina una conciencia decepcionada sobre los cambios concretos que finalmente no produjo. Pese al ánimo decepcionado, la memoria de una experiencia en que se lograron vincular con la dimensión política de sus vidas funciona como repositorio al que pueden volver para recordarse que al menos esa conciencia dormida puede despertar.
Respecto al voto, como mencionó en otra columna Nicolás Angelcos, el voto juvenil de los sectores populares fue especialmente relevante en el proceso constituyente y en la segunda vuelta de la elección presidencial de 2021. Resta todavía investigar el efecto del retorno del voto obligatorio; pero lo que muestran las entrevistas es que hoy los jóvenes de los sectores populares valoran positivamente el voto, en la medida en que autoriza el reclamo (“Si no votai no podís reclamar después”, dice uno de los entrevistados) y da peso a las manifestaciones en las que eventualmente participan o han apoyado.
La coexistencia entre una valoración positiva de las movilizaciones y el voto como formas de expresar malestar y deseos de cambio, y una profunda desconfianza hacia todos los políticos, traza una suerte de encrucijada en que el ciclo de crítica, desesperanza y resignación se renueva. Aunque los jóvenes quieren votar, se interesan por la política y la valoran como una herramienta para participar en los asuntos y problemas comunes, no encuentran en el escenario político una opción que les inspire confianza en que las promesas serán cumplidas. Así, la política queda convertida en una abstracción, a la espera de personas íntegras que puedan traducirlos en acciones concretas para beneficiar a quienes más lo necesitan.
Un voto en busca de políticos cuyos rasgos personales se alejen de los políticos, y una actitud desconfiada pero no del todo resignada, es una oportunidad y un desafío mayor para el sistema político, pues existe un riesgo de que un voto anti-político crezca en estos sectores, que los representantes ahonden con su performance la decepción, y que el recuerdo de las movilizaciones quede opacado por un discurso que insiste en reducirlo a pura violencia.
Descarga aquí el documento realizado por el autor para la Fundación Friedrich Ebert en Chile.