FILSA: ¿hablamos de libros cuando hablamos de la Feria Internacional del Libro de Santiago?
25.11.2024
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25.11.2024
El autor de esta columna escrita para CIPER comenta la reciente Feria del Libro de Santiago, un espacio cultural que ha perdido el brillo de sus años dorados, pero que a su juicio “se puede decir que la FILSA sigue funcionando sin la espectacularidad de antes, pero cumple”. Agrega , sí, que tiene temas pendientes que atender de forma urgente.
En febrero de este año, una de las más tradicionales empresas del retail dejó uno de sus locales más emblemáticos, ubicado en el corazón de Providencia. No fue una sorpresa ni provocó mayor revuelo porque, la verdad, la empresa había empezado a dar señales del cierre meses antes con una atención deficiente, falta de stock y, finalmente, un gran remate de productos. Tras unos meses de abandono, el edificio fue transformado en un mall chino, con una oferta mucho más amplia que la del retail anterior, con productos más baratos, pero sin el prestigio de las grandes marcas que anteriormente engalanaban los pasillos de la tienda. ¿Qué tiene que ver esto con la última versión de la Feria internacional del libro de Santiago (FILSA)? Pues, dentro de las lógicas del mercado, mucho más de lo aparente.
Durante décadas la FILSA fue un evento que se valoraba como la gran vitrina literaria del ámbito nacional. Para muchos, era la posibilidad de encontrarse con los autores que lideraban los rankings de los libros más vendidos, asistir a presentaciones y conversatorios con importantes figuras de la política y de la cultura. Era el momento en que se daban a conocer las novedades editoriales, incluso se le podía dar un vistazo al futuro, porque era el momento en que se lanzaban los horóscopos del siguiente año, a cargo de los astrólogos de moda. Para el año 2018, ¿hubo algún indicio o designio que permitiera adelantarse al quiebre al interior de la Cámara Chilena del Libro? La verdad, no era necesario mirar a las estrellas, a las cartas del tarot o a una bola de cristal para haber sabido que el formato de la FILSA que conocíamos ya estaba acabado.
El cisma al interior de la Cámara del Libro no solo produjo una división en el núcleo productor y distribuidor del llamado “ecosistema del libro”, sino que evidenció una segmentación, incluso en los públicos a los que son orientados sus productos. Sí, productos, porque, si bien desde el punto cultural es invaluable el aporte de los libros a la vida de los ciudadanos, desde el punto de vista empresarial los libros son objetos que tienen un precio, un costo y un margen de ganancias que se traducen en utilidades para la editorial o para la distribuidora. El lugar donde se posicionan estos productos, se muestran y se adquieren determinan prácticas de consumo. Las prácticas comerciales determinan que ciertos productos se exponen en vitrina, se les promociona y recomienda mientras que otros son relegados al último estante. Si lo trasladamos al espacio de la Estación Mapocho, durante años los mejores espacios de exposición se encontraban al ingreso del recinto, mientras que las editoriales y distribuidoras que menos aportaban a la Cámara del Libro terminaban arrendando stands en espacios periféricos.
Las anécdotas en torno a la organización de la otrora gran Feria del Libro de Santiago son muchas. Las preferencias de ciertas editoriales por sobre otras para optar a las mejores ubicaciones de acuerdo a su aporte a la cámara, los ataques nerviosos en los sorteos de dichas plazas que llevó hasta las lágrimas a alguna jefatura de marketing por no conseguir el lugar codiciado por el gerente general de una transnacional, las pugnas entre editoriales y distribuidoras por replicar la oferta de libros eran comunes entre quienes tenían la preferencia de estar en la vitrina. En la cara menos amable, las editoriales que arrendaban un espacio y que no pertenecían a la Cámara del Libro no disfrutaban de un trato tan preferencial. Como botón de muestra: algunos editores de historietas aún recuerdan lo ocurrido en la versión de la feria del 2015 cuando fueron ubicados en un pabellón donde se expendían alimentos. Como resultado, expositores y libros terminaron impregnados con olor a fritura; además, hubo mermas por manchas de aceite, producto de algunos asistentes que revisaban las publicaciones mientras comían papas fritas. Así de pintoresco y marginalizado. Por esto, resulta más que paradójico que muchas de las editoriales que se vieron afectadas por estas prácticas de “segmentación económica” han sido las que, desde 2019, han estado más presentes y han aportado una gran cantidad de actividades a la programación del evento.
El vacío generado por el quiebre al interior de la Cámara fue una oportunidad para que las editoriales independientes, infravaloradas en otras versiones, comenzaran a tener un rol protagónico. Quizás sin proponérselo como objetivo, el quiebre dentro de la Cámara del libro terminó fomentando la bibliodiversidad. Sin embargo, otro problema de la organización de la FILSA sigue sin ser atendido: faltan instancias en las que las editoriales puedan proyectar difusión de sus productos dentro de un mercado más amplio. El libro es más que un libro, es una plataforma de contenidos que pueden derivarse a otros medios, por lo que resulta fundamental encuentros con agentes para la gestión de derechos, ya sea para la publicación en otros países o para la adaptación a otros medios y formatos.
Si bien las grandes editoriales aún están presentes a través de las distribuidoras, muchas de sus actividades se limitan a las firmas de los autores o presentaciones de libros organizadas por los mismos negocios de distribución. Se puede decir que la FILSA sigue funcionando sin la espectacularidad de antes, pero cumple. Al menos se mantienen las jornadas profesionales, orientadas principalmente al fomento lector, y las visitas guiadas a colegios, que son en gran parte el público que asiste de lunes a jueves. Sin embargo, resulta impresentable y posiblemente sea uno de los puntos más negros de la 43° versión, la falta de acceso a las actividades realizadas en los pisos superiores para personas con movilidad reducida, tal como dio a conocer una usuaria de silla de ruedas en una Carta al Director de El Mercurio. Resulta vergonzoso que la organización de la FILSA no preste atención a los problemas de infraestructura de la Estación Mapocho, lo que la convierte en un recinto que no está preparado para dar acceso a todas las actividades que la FILSA tiene contempladas en su programa cultural.
Para finalizar y volviendo a la anécdota inicial, podría resultar de mal gusto comparar la situación actual de la FILSA con la de un emblemático local de retail convertido en mall chino. Más aún considerando que China fue el país invitado de la versión 2024. Muchos comentarios sobre lo más destacado de este evento apuntan a que el pabellón chino fue la gran atracción de esta FILSA, una versión donde nuevamente editoriales independientes y distribuidoras dieron la cara para sacar adelante el programa y la muestra. ¿Será la articulación entre la edición independiente, la distribución y la internacionalización una fórmula para sacar a la Feria del Libro del estancamiento? Habrá que esperar la nueva versión para evaluar si sigue siendo más de lo mismo.