Inseguridad pública y brechas de género
23.08.2024
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23.08.2024
«Nuestros estudios evidencian una sensación general de abandono por parte del Estado en temas de seguridad y particularmente en regiones, donde el sistema de transporte público carece de suficiente regulación y coordinación estatal. Esto trae como consecuencia que los ciudadanos se ven forzados a buscar soluciones individuales para enfrentar su inseguridad a partir de una serie de conductas preventivas».
La Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC 2023) revela un aspecto crucial que ha sido poco abordado en el debate público sobre seguridad: la preocupante brecha de género en las percepciones de inseguridad. Este fenómeno es especialmente alarmante cuando se consideran los cambios en hábitos y prácticas cotidianas, donde se observan diferencias muy significativas entre hombres y mujeres. Creemos que estas diferencias deberían influir en la orientación de las políticas públicas, una cuestión que, hasta ahora, ha sido muy poco abordada en la toma de decisiones.
Al preguntar a los encuestados sobre las actividades que han dejado de realizar por temor a ser víctimas de delitos, las tres respuestas más comunes a nivel nacional son: usar el celular o artículos electrónicos en público (65,1%), caminar por ciertas áreas o lugares (64,2%), y salir de noche (59%). El gráfico 1 muestra estas respuestas, distinguiendo entre hombres y mujeres, evidenciando la gran brecha en la percepción de inseguridad, la cual se experimenta de manera muy distinta entre ellos.
Las mujeres evitan ciertas actividades con mayor frecuencia que los hombres, como usar el celular en público, caminar por determinadas áreas, salir de noche y usar el transporte público o servicios como Uber. Aunque la sensación de inseguridad ha crecido en toda la sociedad, esta percepción es mucho más acentuada entre las mujeres. Esta diferencia se intensifica por nivel socioeconómico, es decir, mientras más bajo es el nivel socioeconómico mayor es la declaración de cambio de prácticas por parte de las mujeres. Vale hacer notar que aquello no sucede con los hombres, cuando consideramos la variable socioeconómica.
Otra forma de analizar los datos es observar las prácticas en el uso del transporte público. Los datos de ENUSC 2023 muestran que en la Región Metropolitana, por cada 100 hombres que se sienten inseguros al usar el transporte público, aproximadamente 160 mujeres comparten esa sensación. La brecha de género se mantiene en todos los modos de transporte: en el Metro, 173 mujeres por cada 100 hombres reportan inseguridad; en taxis o colectivos, la cifra sube a 195, y en servicios de transporte privado como Uber, Cabify o Didi, alcanza su punto máximo con 198 mujeres inseguras por cada 100 hombres.
Este panorama coincide con otros estudios cualitativos que hemos realizado previamente. En nuestra investigación sobre la seguridad en el transporte público en el Gran Valparaíso, encontramos que la «inseguridad» es un concepto multidimensional, influenciado por diversos factores y no solo en relación con ser víctima de un delito. Ésta en cambio se manifiesta a través de una percepción compleja e interdependiente de elementos como la oscuridad, el mal estado de las calles y del vecindario, la precariedad de los paraderos, los riesgos del tráfico, el deterioro de los microbuses y las carreras entre ellos, la falta de transporte nocturno, y, especialmente, el miedo al acoso en los microbuses. Estas experiencias de temor e inseguridad son particularmente intensas en dos grupos: las mujeres, especialmente en relación con el acoso, y las personas mayores, quienes temen sufrir accidentes.
¿Se hace cargo la política pública de este tema? Hasta ahora, las medidas se centran en reducir ciertos delitos (como el plan «Calle sin Violencia»), abordar aspectos específicos del espacio público (por ejemplo, el Programa de Seguridad del Tránsito o el Programa de Seguridad Vial), y prevenir determinados tipos de violencia (como el Programa de Violencias de Género). Aunque estas iniciativas son necesarias, carecen de una integración que incorpore la dimensión de género de manera transversal.
Nuestros estudios evidencian una sensación general de abandono por parte del Estado en temas de seguridad y particularmente en regiones, donde el sistema de transporte público carece de suficiente regulación y coordinación estatal. Esto trae como consecuencia que los ciudadanos se ven forzados a buscar soluciones individuales para enfrentar su inseguridad a partir de una serie de conductas preventivas. Para los hombres, esto significa tomar precauciones para evitar ser víctimas de delitos. Para las mujeres, además de prevenir delitos, deben también protegerse del acoso, lo que a menudo las obliga a pagar por medios de transporte alternativos. Esta necesidad de resolver la inseguridad por cuenta propia conlleva un mayor costo de movilidad para las mujeres o una menor utilización del transporte público.
Si la inseguridad pública afecta con mayor intensidad a las mujeres, las políticas públicas deben poner un énfasis especial en esta dimensión. Es crucial desarrollar programas que promuevan una convivencia más segura en el transporte público y diseñar políticas comunales que identifiquen y promuevan rutas seguras. Además, las autoridades deberían incentivar el asociativismo y la vigilancia social preventiva para recuperar el espacio público desde una perspectiva de género. En resumen, cuando analizamos las percepciones de temor en Chile, es innegable que esas percepciones tienen rostro de mujer.