Venezuela: El chavismo-castrismo como problema
02.08.2024
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02.08.2024
El autor de la siguiente columna para CIPER fue por años decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Andrés Bello, en Venezuela. Su análisis de la actual crisis en ese país se centra en la obsecuencia de parte de la izquierda mundial con un régimen, a su juicio, insostenible: «Para ellos se trata de una lucha entre el sueño revolucionario socialista y una malvada derecha imperialista transnacional. […] Sin embargo, aun siendo una obviedad, un sector de la izquierda no quiere aceptar que la crisis en ese país obedece más bien a la dicotomía democracia-dictadura.»
Parte de la izquierda mundial, y especialmente la latinoamericana, ha sentido una especial afinidad con el régimen venezolano instaurado en 1999. Desde el Foro de Sao Paulo hasta la asociación Madres de Plaza de Mayo han mostrado su elocuente admiración por la «revolución bolivariana» y su fundador, Hugo Chávez; así como intelectuales como Marta Harnecker, Noam Chomsky, Ignacio Ramonet o el cancelado Boaventura de Sousa Santos. La lista incluye también a conocidos artistas: Oliver Stone, Sean Penn, Roger Waters y Danny Glover; o célebres deportistas, como el fallecido Diego Maradona. Es un fenómeno que hace recordar los tiempos en que la revolución cubana y Fidel Castro cautivaban a descollantes figuras de la talla de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar o Regis Debray, entre muchos otros. En la devoción a gobernantes de izquierda algunos incluso fueron más allá, como Pablo Neruda, y su famosa “Oda a Stalin”.
Pero la debilidad de algunos intelectuales y artistas por los regímenes totalitarios y sus hombres fuertes no es, obviamente, exclusiva de la izquierda. En la acera de enfrente podemos encontrar a Martin Heidegger, Carl Schmitt, Luigi Pirandello, Camilo José Cela o el políticamente ambiguo Jorge Luis Borges.
El tema del encandilamiento del mundo intelectual por ciertos procesos políticos que ocurren en países lejanos ha sido previamente analizado por numerosos autores, desde el chileno Jorge Edwards hasta el ensayista cubano Iván de la Nuez (Fantasía roja).
Lo que en estos días sucede con Venezuela luego de las elecciones del pasado domingo pone a la izquierda latinoamericana en la disyuntiva entre la obsecuencia o el rechazo al régimen. Que un presidente progresista como Gabriel Boric cuestionara los resultados oficiales electorales que dieron ganador a Nicolás Maduro ha sido duramente criticado por los guardianes de las esencias revolucionarias. Como ejemplo de ello tenemos la reacción de Juan Carlos Monedero, conocido profesor universitario español afín al partido Podemos, publicada en su cuenta de la red social X: «Es muy triste, Gabriel, que no veas que la relevancia internacional que te dan siempre coincide con las posiciones de los que, en cuanto puedan, te meterán en la cárcel. Si te celebran los enemigos de la democracia, golpistas, terroristas, genocidas, algo no estás haciendo bien».
Existen, por supuesto, otras muchas declaraciones recientes en el mismo tono, en Chile y en Latinoamérica.
Desde la coherencia ética, un político militante o un intelectual simpatizante de una derecha moderna debería repudiar las dictaduras de derecha, como las de Franco o Pinochet. Dicho de otra manera, la derecha creyente en la democracia y en la libertad no puede justificar ningún régimen de extrema derecha. Recordemos la reacción que tuvo en Santiago el hoy liberal Mario Vargas Llosa cuando en una entrevista pública se le consultó si acaso el régimen pinochetista calificaba dentro de las «dictaduras menos malas; por no decir, mejores»:
«Esa pregunta yo no te la acepto. Porque parte de una cierta toma de posición previa: que hay dictaduras buenas (o menos malas). No: las dictaduras son todas malas. Algunas pueden traer unos beneficios económicos a ciertos sectores, pero el precio que se paga por eso es intolerable. Entrar en esa dinámica nos conduce a un juego peligroso: todas las dictaduras son inaceptables».
Del mismo modo, la izquierda moderna y democrática debería desmarcarse y censurar sin ambages dictaduras de izquierda como la cubana, nicaragüense o venezolana (sí, porque también hay «fascismos rojos»). Ya Norberto Bobbio escribió que la extrema derecha y la extrema izquierda tienen en común el desprecio por la democracia y la libertad:
«Un extremista de izquierda y uno de derecha tienen en común la antidemocracia (un odio, si no un amor). Ahora la antidemocracia les une no por el lado que representan en su afiliación política sino únicamente en cuanto que en esa afiliación representan las alas extremas. Los extremos se tocan» [BOBBIO 1995].
Incluso, dice Bobbio, revolucionarios de izquierda y contrarrevolucionarios de derecha pueden compartir ciertos autores influyentes. Esta afirmación del destacado profesor italiano lleva a preguntarnos si será meramente casual que algunos intelectuales contemporáneos de izquierda citen favorablemente a Carl Schmitt.
Con respecto al caso venezolano, un sector de la izquierda internacional interpreta el régimen chavista bajo la dialéctica derecha-izquierda. Para ellos se trata de una lucha entre el sueño revolucionario socialista y una malvada derecha imperialista transnacional. Precisamente, ese es el discurso del propio gobierno venezolano ante cualquier movimiento político que intente desplazarlo del poder. Sin embargo, aun siendo una obviedad, un sector de la izquierda no quiere aceptar que la crisis en ese país obedece más bien a la dicotomía democracia-dictadura. Resulta elocuente que políticos tradicionales de centroizquierda (como Isabel Allende Bussi, José Miguel Insulza o el español Felipe González) no duden en pronunciarse contra el resultado electoral de los últimos comicios presidenciales venezolanos. En la misma línea, el 30 de julio la Internacional Socialista emitió un duro comunicado demandando al gobierno venezolano el recuento completo de las actas electorales, el respeto al derecho humano a la manifestación pacífica y condenando la expulsión de diversas delegaciones diplomáticas del país.
La democracia, entendida como participación igualitaria de la población en los asuntos públicos, no es un simple valor instrumental subordinado a fines sociales, como piensa un sector de la izquierda prehistórica. Tampoco lo es el concepto de Estado de Derecho, entendido como sometimiento de la actividad del Estado al ordenamiento jurídico legítimo previamente establecido. Se trata de valores cuya defensa permite el ejercicio de la libertad en todas sus manifestaciones.
El título de este artículo parafrasea el de la importante obra del político venezolano Teodoro Petkoff (exguerrillero y exmilitante del Partido Comunista venezolano; foto superior), publicada a raíz de la primavera de Praga y la invasión por los tanques soviéticos: Checoslovaquia. El socialismo como problema. A través del rechazo al imperialismo soviético y de la crítica a la destrucción de las libertades civiles, en ese trabajo se cuestionaba el burdo sometimiento acrítico de los partidos comunistas a la línea de Moscú. A causa de la publicación de ese libro, Petkoff fue expresamente tildado de revisionista y renegado por Brézhnev en el XXIV Congreso del PCUS. Paradójicamente o, más bien, coherentemente, Petkoff fue un perseguido del régimen chavista hasta el momento de su muerte. En su caso, invirtiendo la famosa frase de Marx, la historia ocurrió primero como farsa y después como tragedia.
Es hora de que un sector de la izquierda política e intelectual se desmarque de Cuba, Nicaragua y Venezuela, aunque, volviendo a una de las célebres afirmaciones de Petkoff, se trata de una «izquierda borbónica» que, como los Borbones, «ni olvida ni aprende». Ciertamente, pareciera que Heberto Padilla para algunos intelectuales y políticos de izquierda de nuestro hemisferio siempre fue, y sigue siendo, un agente contrarrevolucionario.