Documental «La invención de Morel»: Algo nuevo anterior
30.07.2024
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30.07.2024
Uno de los realizadores de una investigación sobre el autor de la clásica novela El río, describe en columna para CIPER la vigencia de un relato dramáticamente urgente sobre el abandono de los niños apartados de cualquier red de protección: «La sombra de Alfredo Gómez Morel se recorta sobre una nueva generación educada con Internet, fragmentada, y enfrentada a las contradicciones que surgen al vivir cerca de la pobreza, y con la frustración como un hecho inmutable.»
El río, obra autobiográfica de Alfredo Gómez Morel (1917-1984), es el tipo de libro que nos abre los ojos e invita a enfrentar una realidad tan cruda, que muchos prefieren ignorar. Aunque fue publicada en 1962, resulta dramáticamente vigente su descripción sobre el deambular de los niños más abandonados de Santiago, y la rudeza de su trato con la calle y las instituciones de acogida por parte del Estado. Las incesantes noticias sobre sucesivas crisis en servicios como “Mejor Niñez” (antes, SENAME) [ver reportaje reciente en CIPER: «El suicidio de Micaela»] nos apremian sobre una cara oculta de la sociedad chilena que parece ya atávica.
La ópera prima de Gómez Morel se convirtió en uno de los libros más importantes de la literatura chilena. «Cuando lo descubrimos, en seguida supimos que íbamos a editarlo», comenta el editor español Oscar Sipán en un momento de La invención de Morel, el documental que hemos codirigido junto a Héctor Vera en homenaje al escritor chileno y su legado. «Creo que El río es universal, y no me extraña que los intelectuales de la época intentaran sepultarlo, ocultarlo, dejarlo a un lado. Solo podía escribirlo Alfredo Gómez Morel: en él estaba el mensaje para transmitirlo a las futuras generaciones, y creo que lo consigue. Estoy convencido de que este libro dentro de cien años aún se leerá».
El río narra en primera persona la vida en el mundo criminal, desde los recuerdos de un niño sin casa ni red de acogida. Abandonado por su padre, violado por su madre y abusado por unos curas, el protagonista huye de su casa y se refugia en una caleta bajo el río Mapocho para aprender las reglas delictivas. Los «pelusas» del lugar le enseñarán las reglas de un mundo donde la supervivencia es la única ley.
El documental incluye la opinión del novelista Gonzalo Hernández, profesor de talleres en el Sename y Mejor Niñez:
«Hoy existe más registro (audiovisual, fotográfico, literario, de todo tipo), y hay […] por lo menos una estructura que intenta hacerse cargo de ese sector de la sociedad. En la época de Alfredo Gómez Morel, en los años 30 y 40, no había nada: era la miseria en su cara más brutal, sin elaborar, sin ningún tipo de edulcorante. […] Si después se cultiva algún romanticismo es precisamente gracias a lo que Gómez Morel hizo en El río, al haber convertido eso en arte, haberlo transformado en belleza. […] Y haberle dado voz a un montón de gente de su generación que en su época eran totalmente anónimos, desprotegidos, sin instituciones detrás que se ocuparan de ellos».
La novela fue escrita mientras su autor cumplía condena en el penal de Valparaíso, como parte de un proceso de rehabilitación. El libro llegó a tener tal impacto que alcanzó diecisiete ediciones en Latinoamérica y fue publicada en Francia, por la prestigiosa editorial Gallimard. Alberto Fuguet hace referencia a Manuel Rojas, cuando describe a El río como «la hermana bastarda de Hijo de ladrón, y quizás la más cruda expresión de aprendizaje moral jamás escrita en Chile». Un crítico francés comparó una vez a su autor —huérfano, hijo de prostituta, delincuente juvenil, reo, periodista, escritor, padre de familia, alcohólico y muerto de hambre— con Jean Genet: «Gómez Morel descubre desde la cuna la hipocresía, la frustración y el odio».
El río ha sido una novela abordada muchas veces por estudiosos de nuestra literatura, pero también por lectores diversos, tal como se demuestra en el documental, en el que aparecen admiradores tan diversos como Álvaro España, de la banda punk Fiskales Ad-hok, y el historiador Manuel Vicuña. Aunque ambientada en el siglo pasado, se trata de un relato que rima con la actualidad chilena, donde los NNA sin lazos familiares seguros quedan, en la práctica, a la intemperie. Algunos de ellos desaparecen e incluso mueren [ver publicaciones recientes de investigación y opinión sobre el tema en CIPER].
El libro de Gómez Morel prefigura nuestro presente y se emparenta con obras literarias y cinematográficas contemporáneas igualmente dramáticas, como Metales pesados, de Yanko González; El pejesapo, de José Luis Sepúlveda; o Solos en la noche, de Rodrigo Fluxá. El río sigue fluyendo, traspasa al siglo XXI, y arrastra en sus aguas a todos aquellos que tengan el valor de leerlo. Ya no son los conventillos miserables de los años 40, sino que es la vida intolerable en Bajos de Mena o en las periferias de las ciudades de Chile bajo dominio narco las que reemplazaron al Mapocho. La sombra de Gómez Morel se recorta sobre una nueva generación educada con Internet, fragmentada, y enfrentada a las contradicciones que surgen al vivir cerca de la pobreza, y con la frustración como un hecho inmutable. Tampoco pierde vigencia la letra de “El baile de los que sobran”, de Los Prisioneros.
Alfredo Gómez Morel murió el 15 de agosto de 1984, a las 7 de la mañana, en una pensión que ocupaba en Balmaceda 1372, en la población San Rafael de La Pintana. Ni siquiera lo enterraron con su nombre. De hecho, quedó en su lápida como “Luis Morel Gómez”.
Se fue de este mundo parecido a cómo llegó: pobre, al margen, desconocido y olvidado.
Cierro esta columna citando al rapero Portavoz, compositor de “El otro Chile”
Vengo de Chile,
el bajo Chile anónimo:
actores secundarios en un filme antagónico
de ese Chile que definen «de clase media»,
pero tienen las medias deudas que los afligen y asedian.
El Chile de mis iguales y los tuyos,
que no salen en las páginas sociales de El Mercurio,
no tienen estatua ni calles principales,
y no son grandes personajes en las putas historias oficiales.