Libros: Uso y abuso de la Historia
21.07.2024
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21.07.2024
Comentario de Alberto Edwards, profeta de la dictadura en Chile, de Rafael Sagredo (Fondo de Cultura Económica, 2024).
Este nuevo libro sobre Alberto Edwards (1874-1932) ofrece una revisión crítica de la obra y trayectoria del polémico abogado, ensayista, político e historiador, autor de gran influencia sobre la historiografía y el debate público nacional. La perspectiva de Rafael Sagredo (Premio Nacional de Historia 2022) busca mostrar cómo es que Edwards utilizó y abusó de la Historia en cuanto relato para promover y justificar el autoritarismo dictatorial en Chile; ideario que tendría uno de sus momentos culmines con el ascenso de Carlos Ibáñez del Campo al poder, y cuyos ecos trascenderían la vida del propio Edwards. A partir de la recolección de fuentes inéditas, Sagredo analiza los orígenes de quien a veces firmaba sus escritos como «El Último Pelucón»; expone la reivindicación y justificación del régimen dictatorial que defendió y patrocinó; y revela el dramático fin de su vida política, que lo obligó a reconocer el fracaso de los principios que tanto pregonó.
Siguiendo la tradición conservadora de Ramón Sotomayor Valdés y Abdón Cifuentes, entre otros, Alberto Edwards buscó el modo de usar la Historia para prolongar y reivindicar el autoritarismo conservador chileno de inicios del siglo XIX. Esto, en un país que, cien años después de la muerte de Diego Portales, se encontraba sumergido en un nuevo contexto de crisis. Como da cuenta Sagredo, Edwards encuentra en el campo de la Historia y en la memoria un camino para justificar su ideario político. La figura del hombre fuerte, propia del ethos portaliano, se convertiría para el político e historiador en la única salida frente a la desintegración del «fundamento espiritual» heredado de la Colonia y la inminente decadencia del «Estado en forma».
En esa línea, más importante que la revelación del carácter antidemocrático de Edwards es la problematización en torno a los juegos peligrosos que él establece por medio de la Historia. Edwards no solo antepone la justificación a la comprensión de los sucesos de su tiempo, sino que también se encarga de construir una Historia inevitable. En su interpretación, las «repúblicas perecen»; por lo cual, el «Estado en forma» claudicaría de forma irremediable frente al avance de las masas y de la progresiva democratización que vivía el país en el cambio hacia el siglo XX. Siguiendo los lineamientos teleológicos de Spengler, Edwards se convierte en intérprete de una Historia cuya única salida frente a la crisis del parlamentarismo era el autoritarismo dictatorial y la imposición de un hombre fuerte capaz de recuperar el orden y el respeto jerárquico; fortaleciendo, además, los principios constitutivos de la nación.
Esta Historia fatídica construye un relato que se proyecta como solución para la realidad nacional de la época de la que Edwards era testigo. La problemática de aquello, y donde reside el peligro de su interpretación, es que una Historia así utilizada manifiesta un desprecio a los principios y avances del régimen democrático, al cual Edwards caracteriza como «régimen imaginario» (p. 105), incapaz de dar solución a los desafíos que afrontaba el país. Así, como contraparte, el autoritarismo dictatorial y la figura de personalidades como Mussolini —que «se impone por la fuerza de su personalidad, por su virtud psicológica y, sobre todo, por su inmenso valor», según escribiría el propio Edwards en un artículo suyo para El Mercurio de septiembre de 1928—, no solo serían admisibles, sino también deseables frente a la realidad del país.
A partir de diversos documentos, el libro da cuenta de cómo este anterior relato sería parte de la antesala del ascenso autoritario de Ibáñez, para luego justificar el lineamiento dictatorial de su gobierno. También revela ciertos elementos del ideario de Ewards, tales como el orden, la aspiración a la idea del hombre fuerte, y el autoritarismo «apolítico». Son principios que, décadas después de su muerte en 1932, sectores conservadores de nuestro país iban a recuperar para alentar el Golpe de 1973 y justificar la dictadura. Si bien Augusto Pinochet prácticamente no es mencionado en el libro, está presente de forma constante en un segundo plano, y además la portada y el título del libro así lo condicionan. Frente a la interpretación que Edwards hace de la coyuntura de su tiempo, Sagredo invita a que, como lectores, nos planteemos la siguiente pregunta: ¿son un Golpe de Estado y una dictadura realmente la única salida frente a la crisis política?
Considerando los sucesos de nuestra historia reciente, al pensar en la obra de Alberto Edwards no podemos omitir no sólo la presencia de figuras históricas como Ibañez y Pinochet, sino también nuestra actual situación de crisis: ¿tenemos frente a ella la oportunidad de encontrar una solución en la democracia y la institucionalidad republicana?
Ahora bien, ¿es tan obvia la incompatibilidad de los fundamentos de Edwards con la vida en democracia? No, para muchos no lo es, y ahí reside la justificación del ejercicio revisionista de Sagredo. Al argumentar que las ideas de Edwards anunciaron y justificaron la dictadura de Ibáñez, y al identificar que el ideal autoritario tuvo eco en el descrédito de la democracia y su quiebre en 1973, Sagredo revela que el pensamiento contestatario de Edwards no es compatible con los principios democráticos. Tal análisis, se distancia de la mirada de autores como Hugo Herrera, quienes hasta el día de hoy ven en las ideas políticas de Alberto Edwards Vives una ruta compatible con la vida democrática. He ahí el valor de la nueva documentación que se reproduce en este texto: contiene los crudos planteamientos de Edwards, tales como su desconfianza en la soberanía popular y la libertad electoral, su deseo y pronóstico de la asunción de un «dictador de espada» o su simpatía por el fascismo. Se contribuye así, como afirma Sagredo, a «remediar un interesado olvido» del que hasta ahora goza este pensador cuya dimensión política ha tendido a ser desconsiderada por algunos de quienes han evaluado su producción historiográfica.
La valiosa revisión que Sagredo desarrolla en este libro remueve el velo que hasta ahora protegía el incorruptible busto de Alberto Edwards, sin caer por ello en la exageración ni en evaluaciones inadecuadas al contexto del autor. Documentos suyos, tales como «La crisis política y la realización de la república» y «Problemas políticos de la actualidad», reflejan a un autor que no se consideraba «ni republicano ni demócrata», que veía con recelo la democratización progresiva que vivió el país desde la segunda mitad del siglo XIX, y que por medio de la Historia, la política y su presencia mediática iba a cuestionar la institucionalidad democrática, el rol ciudadano y la vida en democracia (visión que, de todas formas, termina siendo cuestionada por él mismo a días de su muerte, tal como se describe en este libro).
Más que una crítica al total de su pensamiento o un atrincharamiento contra lo que su figura representa, este libro es una invitación a reevaluar y repensar la obra de Alberto Edwards, un pensador influyente, cuyos ideales periódicamente reaparecen en la esfera pública de nuestro país. Es una invitación que, como se menciona al final del texto, también debiera hacerse respecto de otros historiadores de diferentes sectores políticos, los cuales también aportaron a socavar la democracia por medio de su producción historiográfica a lo largo del siglo XX.
En tal sentido, este libro plantea también un desafío para quienes se dedican a la Historia, pero también para que otro tipo de lectores accedan a pensar la historia, y a reflexionar sobre el uso y abuso de esta. Como ha dicho Sagredo en entrevistas, la vida republicana no ha estado y no está garantizada, sino que «es una tarea permanente». Su nuevo libro es, por eso, una obra de discusión ciudadana.