«La ilusión de la representación» y el juego de las minorías
01.07.2024
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01.07.2024
Las elecciones de octubre próximo (regionales y comunales) serán las primeras con voto obligatorio. Esto obliga a repensar tendencias de voto que hasta ahora han mostrado mayorías que en realidad no son tales, recuerda la siguiente columna para CIPER: «Así las cosas, el panorama electoral anticipa una lucha a veces fratricida por controlar sus respectivas minorías. Las candidaturas, hasta el momento no esbozan un explícito interés de ensayar discursos políticos que apelen a una gran mayoría silenciosa e indecisa, que más bien está esperando observar cómo decantan los acontecimientos».
El establecimiento del voto voluntario en 2012 produjo una importante distorsión en la interpretación de los resultados electorales en el país. Piense usted que en la elección que la llevó a la presidencia en 2013, Michelle Bachelet obtuvo nada menos que el 62% de los votos (3,4 millones) de segunda vuelta (contra Evelyn Matthei), aunque estos representaban tan solo poco más de un cuarto (25,5%) del universo de electores.
Es por eso que lo que ha sucedido en la última década en el sistema político es lo que denomino «la ilusión de la representación» [FUENTES 2021], un fenómeno según el cual los actores políticos han gobernado bajo el supuesto de que representan a «grandes mayorías», pero, en realidad, lo hacen con el voto de minorías (significativas muchas veces, pero minorías al fin).
Es algo de lo que están muy conscientes los estrategas de campaña. Existe un segmento, digamos, «duro» de votantes de izquierda o de derecha; y luego un universo amplio de electores (cercano al 40%) en el amplio espectro de los indecisos/indefinidos. A lo anterior se suma la regla de inscripción automática con voto obligatorio que por primera vez se implementará en las elecciones regionales y comunales de octubre próximo.
Cuando observamos el porcentaje de votaciones respecto del universo del padrón y no de quienes concurrieron a votar, el escenario es diferente: no es que el 78% de los chilenos haya querido una nueva Constitución ni que el 56% de la ciudadanía haya optado por Gabriel Boric en la segunda vuelta de 2022. Analicemos los datos. Al considerar quienes se han inclinado por tendencias progresistas o de centroizquierda desde 2017 en adelante [GRÁFICO 1], observamos, en promedio, a un 32% del electorado. En las presidenciales de 2017, esa tendencia obtuvo 3,1 millones de votos (22%), y en la elección de Gabriel Boric el total fue de 4,6 millones (31%). La cifra se elevó con el plebiscito de 2022 a 4,8 millones (32%); cayó en la elección del Consejo Constitucional de 2023 (a 26%); y volvió a subir el mismo año con el último plebiscito sobre el proyecto de nueva Constitución (6,9 millones de votos ó 45%).
Naturalmente, no todos los «Apruebo» de 2020 fueron de centroizquierda, como tampoco todos los «Rechazo» de 2023, por lo que debemos ser muy cautelosos con la interpretación de aquellos dos resultados. Si consideramos la elección de Boric y la del Consejo Constitucional, vemos que la centroizquierda logró movilizar una cifra algo superior a 4 millones de votos, que representan cerca del 30% del electorado habilitado para votar. Leyó bien: no más de 30% (muy probablemente ese mismo porcentaje que en las encuestas aún aprueba al gobierno de Boric).
Si repetimos el ejercicio, pero ahora con los sectores de derecha [GRÁFICO 2], vemos que con Sebastián Piñera la derecha obtuvo el triunfo, pero sólo el 26% de los votos que podrían haberse emitido en 2017. El sector experimentó una fuerte caída de preferencias luego del estallido (según encuestas) y aún más en la elección de convencionales. Sin embargo, para la elección presidencial de 2021 vino una recuperación en segunda vuelta, cuando el candidato José Antonio Kast obtuvo 3.6 millones de votos (24%), muy cercano a lo que había obtenido Piñera cuatro años atrás.
Con el plebiscito del “Rechazo” al primer texto constitucional, la cifra se elevó a 7,9 millones de electores (52%), pero no puede atribuirse toda la votación a la derecha propiamente tal. Luego, y ya con voto obligatorio, las listas de derecha obtuvieron 6 millones de votos para el Consejo Constitucional, y 5,4 millones (45%) en el último plebiscito. Como promedio general del periodo (2017-2023), la derecha obtiene un 28%, aunque la cifra se eleva (42%) si miramos solo las tres elecciones realizadas con voto obligatorio. En las últimas dos elecciones (para Consejo Constitucional y segunda propuesta de nueva Constitución), el sector logró movilizar un promedio de 5,7 millones de votantes.
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Lo anterior es relevante para entender la dinámica política de los próximos meses. Observamos que desde el punto de vista del comportamiento electoral, tanto la centroizquierda como la derecha tienen una base electoral de un 30%, en el primer caso, y de un 38%, en el segundo. Ahora bien: como en ambos sectores existe una competencia interna por quién ejerce la hegemonía de su propio sector, entonces la lógica política actual está orientada no a conquistar el 50% + 1 de los electores, sino que a apropiarse de sus respectivos tercios.
En el caso de lo que entendemos por centroizquierda (todo lo que va desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista) hoy se representa a un tercio del universo electoral, y entonces, los esfuerzos del Frente Amplio, el Partido Comunista, el Socialismo Democrático y la Democracia Cristiana se concentran en capturar aquellos votantes. Esto sucede con las elecciones municipales, de gobernadores e incluso las presidenciales. Las manifestaciones de mayor izquierdismo o centrismo están destinadas a competir por un nicho muy específico, y que representan determinados temas y valores asociados a ese mundo. Temáticas asociadas al aborto, cambio climático, salud, pensiones, derechos laborales y protección social apelan precisamente a este tipo de votantes.
El caso de la derecha (considerando todo lo que va desde Amarillos hasta el Partido Republicano), hoy representa algo más de un tercio del electorado. Acá encontramos una tal vez más férrea disputa política entre el Partido Republicano, y la UDI y Renovación Nacional. Lo anterior se ha dado también en las elecciones locales, regionales y, particularmente, en la presidencial. La disputa de quién es más conservador aquí se expresa en las políticas de «mano dura» en materia de seguridad, en temas valóricos, y en la defensa de la empresa privada respecto del Estado. En la municipal y de gobernadores, lo que está en juego en la derecha es quién obtendrá la hegemonía de su propio sector; es decir, quién controlará más votos de aquel 38% que se ha obtenido en promedio en las últimas elecciones.
Así las cosas, el panorama electoral anticipa una lucha a veces fratricida por controlar sus respectivas minorías. Las candidaturas, hasta el momento, no esbozan un explícito interés de ensayar discursos políticos que apelen a una gran mayoría silenciosa e indecisa, que más bien está esperando observar cómo decantan los acontecimientos. Se trata de un juego político de nichos, de minorías; que pretende solo convencer a sus respectivas audiencias. Es una escena repetida, y que se ha ensayado ya dos veces (en la Convención y en el Consejo Constitucional) como un juego de suma-cero, y con resultados nefastos para la sociedad en general y para el sistema político en particular.
Muy probablemente quien logre elevarse por sobre aquellas fronteras de su respectivo treinta por ciento y se instale en la escena política con un discurso no divisivo terminará con la banda presidencial. Por el momento, aquella figura no aparece.