CARTAS: ¿Por qué los jóvenes ya no quieren tener hijos?
07.06.2024
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07.06.2024
Señor director: Es un hecho que las tasas de natalidad han disminuido en los últimos años. El Registro Civil muestra una marcada disminución de la natalidad en Chile. En 2023 se registraron solo 173.920 nacimientos, cifra más baja de la última década. Esta situación no es exclusiva de nuestro país, transformándose en una preocupación para las grandes economías como EE. UU, Japón y Corea del Sur, entre otras.
Dentro de los factores que han permitido explicar este panorama demográfico a nivel mundial se destaca el desempleo, los altos costos de vivienda, el gasto en el cuidado infantil y las deudas universitarias, entre otras (Kearney, 2021). No obstante, estos estudios han demostrado que estos factores no son suficientes para explicar este fenómeno, el cual pareciera estar relacionado a las transformaciones que ha ido viviendo nuestra sociedad y que apuntan a cambios estructurales que han dado forma a nuevas formas de enfrentar la vida.
La psicoanalista argentina Beatriz Janin (2012) plantea que dentro de estas transformaciones podemos encontrar el temor a la exclusión, la amenaza de un futuro incierto, la intolerancia frente al sufrimiento y la idealización del consumo. De esta forma, los sujetos de hoy viven en un mundo en cambio permanente, donde la inestabilidad y la rapidez de la información asecha, exigiendo una adaptación constante para reducir el riesgo de quedar fuera de los procesos de consumo. Esta situación hace del futuro un problema más que una meta hacia donde orientar la vida.
Las dificultades físicas o emocionales deben ser resueltas rápidamente, ya sea a través del tratamiento farmacológico de moda o de terapias que apuntan a desarrollar las competencias necesarias para recuperar la capacidad productiva.
El sufrimiento no tiene un lugar en donde alojarse, debiendo ser, muchas veces, reprimido y dejando a los sujetos con una alta vulnerabilidad para lidiar con las exigencias del día a día.
No sin ironía, pero también con cierta descalificación de por medio, a las nuevas generaciones se les llama “de cristal”, como si las fragilidades emocionales fueran su responsabilidad y no el efecto de un sistema social que no tolera el sufrimiento. Esta tendencia a responsabilizar al sujeto de las dificultades que vive no es más que el reverso del ideal social actual, en el cual cada sujeto es artífice y autor de su propio destino, donde el querer es poder y la imagen vale más que mil palabras. Esto ha llevado a una exacerbación del individualismo, en desmedro del establecimiento de vínculos, los cuales son vistos como exigencias y desafíos constantes, anulando su carácter provechoso y gratificante.
La llegada de un hijo es, antes que nada, el establecimiento de un vínculo afectivo que, junto con amor, ofrece un lugar al interior de una determinada familia. Niños se pueden traer al mundo, pero una cosa muy distinta es tener un hijo. Para ello es necesaria la presencia de una madre y/o de un padre, o de alguna persona que, con afectos, envuelva la relación con ese niño. Sólo de esa manera podrá tener un lugar de hijo.
Esto implica, por el lado de quienes asumen la función parental, no sólo amor, sino que también una suficiente capacidad de distanciarse de su narcisismo para traspasar ese amor propio al vínculo con ese hijo. Por esta razón, es probable que los jóvenes de hoy -que lidian con desafíos y exigencias que atentan contra los vínculos reales, y que maximizan las capacidades individuales- opten por renunciar a la parentalidad como una estrategia de conservación de su sí mismo en un mundo exigente y altamente competitivo.