Hacedoras de patrimonios, creadoras de arte popular
04.06.2024
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04.06.2024
Si bien el mundo del arte debate, reubica y revisa con cada vez más frecuencia el aporte de las creadoras mujeres, no sucede lo mismo en el ámbito asociado al llamado «arte popular» o patrimonial. En columna para CIPER, una investigadora destaca el vital trabajo de loceras y alfareras de diferentes décadas: «Relegadas al ámbito de lo doméstico, las mujeres creadoras de arte popular han sido vistas como perpetuadoras de tradiciones, replicadoras de oficios y técnicas, pero muy raramente como agentes importantes en el desarrollo artístico e intelectual contemporáneo.»
Hasta fines de septiembre se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes la exposición «Asir la vida. Mujeres artistas en Chile (1965-1990)». Con curaduría de la reconocida investigadora argentina Andrea Giunta, la muestra revisa las estrategias visuales de resistencia de mujeres artistas ante acontecimientos y periodos de crisis políticas y sociales. Si bien el rol de las mujeres en la creación, producción, rescate y puesta en valor de expresiones artísticas constituye una temática cada vez más presente en las instituciones culturales chilenas en los últimos cinco años, este fenómeno permanece muy poco estudiado y difundido en relación a aquello que ha sido reconocido como «arte popular».
Algunos estudios sobre arte popular [MONTECINO 1986; REBOLLEDO 1991] han mostrado cómo detrás de los patrimonios nacionales —tales como la cerámica de Quinchamalí y de Pomaire— se encuentra el trabajo y desarrollo intelectual de miles de mujeres provenientes de los grupos sociales con menos recursos. Estas mujeres han asumido un compromiso y dedicación cotidiana al rescate y la puesta en valor de los patrimonios locales, los cuales han sido poco reconocidos por las instituciones culturales del país.
Algo similar sucede con el arte de la loza policromada de Talagante [imagen superior], cuyas raíces se remontan a la cerámica de las Monjas Claras durante el período Colonial. Si bien es difícil resumir en pocas palabras los alcances actuales de este arte, podemos destacar que la locería se caracteriza por desplegar escenas y narrativas de lo cotidiano, las tradiciones y la historia del país. Es un arte de la memoria, que a la vez piensa y problematiza lo cotidiano, la identidad y las tradiciones locales, buscando abrir profundas dimensiones reflexivas respecto a estos. Entre los siglos XIX y XX, mujeres como las hermanas Margarita (1858-1928), Sara Gutiérrez (-1954) y María Bichon (1898-1977); y actualmente María Olga Espinoza, Marisol y Teresa Olmedo, además de Marta Contreras —por mencionar sólo algunas— no se han abocado exclusivamente a practicar el arte popular, sino que también lo han estudiado y difundido a lo largo de distintas generaciones.
En una sociedad patriarcal como la nuestra, uno de los aspectos más difíciles de reconocer respecto al rol de las mujeres como hacedoras de patrimonios, es el de la legitimidad y el librepensamiento que éstas comprometen en los procesos creativos. Como lo refiere Eli Bartra, «se ha dado un proceso de doble marginación intelectual que es preciso revertir. El arte popular es considerado de segunda, elaborado por gente también de segunda. Este arte hecho por las mujeres es tan invisible como el trabajo doméstico, muchas de las actividades creativas de las mujeres han quedado agazapadas detrás de esas invisibles labores del hogar y el arte popular es una más de ellas» [BARTRA 2008].
A estas palabras podemos agregar que el arte popular —y la locería, en particular— se ha concebido como parte de la «tradición» y la «identidad», siendo valorados en cuanto tales por las instituciones culturales. Sin embargo, estas grandes palabras, han escondido, paradójicamente, un potencial reflexivo y contemporáneo del arte popular, del cual muy poco se habla. Relegadas al ámbito de lo doméstico, las mujeres creadoras de arte popular han sido vistas como perpetuadoras de tradiciones, replicadoras de oficios y técnicas, pero muy raramente como agentes importantes en el desarrollo artístico e intelectual contemporáneo. Siguiendo los planteamientos de Johannes Fabian [2019] respecto a la forma en que la antropología construye a su «objeto» de estudio, notamos que a las obras de arte popular, frecuentemente realizadas por mujeres, se les ha desprovisto de una contemporaneidad.
Si bien el arte de la locería se ha practicado durante diversas generaciones, esto no significa que esta forma de expresión no sea contemporánea, y mucho menos que no haya creación e innovación en su desarrollo. Todo lo contrario, lo que observamos es un trabajo que, a partir de su foco en lo cotidiano, la identidad y la memoria, plantea constantes interrogantes acerca de estas dimensiones, que son las que finalmente nos sostienen como sujetos y colectividades.
La visión que nos otorgan mujeres alfareras, tales como Marta Contreras (Peñaflor) y Nayadet Nuñez (Quinchamalí) es que los patrimonios no constituyen algo muerto que sólo puede ser preservado en un museo, sino que estos involucran prácticas creadoras en el más amplio sentido de la palabra. Es decir, las obras de estas mujeres hacen operar una memoria que abre un campo de reflexividad acerca de la tradición, la identidad y lo cotidiano, a través de la imaginación y la innovación. Como lo resaltan las mujeres loceras del taller “Huellas de Greda” de Peñaflor, liderado por Marta Contreras: «Mirando el comienzo de este arte en las manos de las Monjas Claras nos sentimos parte de este movimiento de mujeres ‘loceras’, creativas, innovadoras y con una visión que compartir en el tiempo»
Dicha visión no sólo reclama problematizar el rol de las mujeres como hacedoras de patrimonios, sino también repensar el rol de expresiones como la locería, en cuanto creaciones que nos invitan a cuestionar nuestras propias categorías de arte, tradición y patrimonio.