Hacia la formación de una ciudadanía crítica frente a la IA
31.05.2024
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31.05.2024
El contraste generacional es evidente: mientras la mayoría de profesores en Chile dicen estar recién reconociendo su uso, un 86% de estudiantes ya ha interactuado o está utilizando inteligencia artificial para sus tareas y trabajos escolares. A partir de la presentación, este mes, de la nueva Política Nacional de Inteligencia Artificial, el autor de la siguiente columna para CIPER recuerda que están todavía en deuda los énfasis en educación que necesitamos ante estas nuevas posibilidades de conocimiento.
A inicios de este mes de mayo, en una concurrida ceremonia interministerial e intersectorial, el gobierno de Chile presentó la actualización de la denominada Política Nacional de Inteligencia Artificial, liderada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Los nuevos ejes de trabajo incluyen más de cien medidas desglosadas en un plan de acción que acompaña el documento central.
En la ocasión, la ministra Aisén Etcheverry [foto superior] enfatizó claramente que «a diferencia de lo que pasó con otras olas de transformación, esta vez Chile no se sienta a esperar; Chile decide ser protagonista». Y, en efecto, nuestro país está a la vanguardia en la región en cuanto a gobernanza sobre esta nueva tecnología, especialmente al destinar recursos para avanzar en diversas temáticas con un plan de acción muy ambicioso a corto y mediano plazo. Sin embargo, y aunque esta iniciativa es muy positiva, surgen dudas justificadas sobre cómo se puede implementar de forma seria y sostenible un proceso alfabetizador y sobre todo crítico para enfrentar «los desafíos emergentes y aspiraciones de un futuro en el que la tecnología fortalezca el tejido social y económico de Chile», tal como indica el texto. A mi parecer, la respuesta más acertada a este desafío es el fortalecimiento de la educación como eje y motor de estas transformaciones, especialmente el rol que los docentes deben ejercer para este cambio.
Es bien sabido que cualquier tecnología requiere elementos básicos para potenciar su desarrollo, investigación y uso; muchos de ellos asociados a infraestructura tecnológica. Sin embargo, estos esfuerzos serán en vano si no existe una sociedad educada y con altos niveles de comprensión sobre las potencialidades de esa tecnología, así como de las habilidades necesarias para usarla de manera crítica y ética, y no solo instrumental. En este punto, el documento evidencia una debilidad. En la línea de trabajo denominada «Desarrollo de talento», se deposita más del noventa por ciento del trabajo en el sector educativo. Desde el inicio, es un mal indicador que se ponga énfasis en potenciar «talentos», ya que —según la RAE y varios autores— el concepto de talento se relaciona con «capacidades para el desempeño de algo» o la «capacidad especial o facilidad de una persona para aprender o ejecutar una determinada tarea», lo que se diferencia enormemente de una habilidad. Es comprensible que no se ponga atención a estas significaciones, ya que al revisar el comité de expertos que elaboraron este documento, no hay ninguno que trabaje temas de educación, pero sí hay ingenieros, economistas y abogados.
La pregunta sería, entonces: ¿Cuál es el problema con usar el concepto de ‘talento’? La respuesta tiene que ver con que esta línea de trabajo busca desarrollar básicamente habilidades de uso instrumental, en desmedro de la visión crítica respecto a la tecnología, que es fundamental para avanzar hacia una nueva ciudadanía. De hecho, su principal enfoque es la preparación para el mundo del trabajo y la empresa del futuro. Lo anterior sin duda es importante, pero considero que, antes que eso, es necesario fomentar ciudadanos críticos respecto a las potencialidades de estas nuevas tecnologías y los riesgos que también traen consigo.
Es curioso, pues uno de los énfasis de esta política recae en los temas éticos. Paradójicamente, para el proceso educativo solo se menciona la elaboración de cápsulas de video y estrategias comunicacionales «para funcionarios públicos y la ciudadanía», cuando está claro que se requiere de una transversalización más potente en toda la trayectoria formativa de un ciudadano.
Otra singularidad que se presenta en el mencionado plan de acción adjunto a la Política es la prioridad dada a la elaboración de recursos sobre IA para abordar competencias digitales y la actualización de las bases curriculares para toda la educación preescolar, Básica y Media, pero dejando para mucho más tarde temas que deberían ser los primeros en ejecutarse, tales como la alfabetización urgente del mundo docente en pensamiento computacional, robótica y el funcionamiento de la IA.
Resulta llamativo que en el plan de acción se busque primero la implementación de acciones de IA en centros educativos o la reflexión sobre el cambio en las bases curriculares, teniendo una mayoría de docentes que recién está reconociendo su uso, frente a un 86% de estudiantes que ya ha interactuado o está usando la IA para sus tareas y trabajos escolares [CRITERIA y CLARO VTR 2024]. Temas esenciales como reflexionar sobre las metodologías necesarias para las innovaciones o discutir documentos rectores de la educación chilena, requieren de profesore/as altamente capacitados, que superen la idea básica de solo desarrollar talentos y profundicen en la visión ciudadana de la tecnología.
Por último, y siguiendo con las inconsistencias del plan de acción, se indica que se destinarán recursos para certificar «a docentes y profesionales de la educación en temáticas vinculadas al pensamiento computacional, programación y robótica». Sin embargo, no se menciona nada sobre la inclusión de estas temáticas en el currículum de las universidades que forman a los docentes, que es el origen desde donde deben nacer los cambios para proyectar a los profesores y profesoras del nuevo siglo.
En resumen, la actualización de la Política Nacional de Inteligencia Artificial busca posicionar al país como líder en la región, con un enfoque ambicioso y recursos asignados para avanzar en diversas áreas. Sin embargo, la implementación efectiva de esta política enfrenta desafíos significativos, especialmente en el ámbito educativo. Es fundamental fortalecer la educación y capacitar a los docentes no solo en habilidades técnicas, sino también en el desarrollo de un pensamiento crítico y ético sobre la tecnología. La política actual parece centrarse en la preparación para el mercado laboral y la empresa, descuidando la formación integral de ciudadanos críticos y conscientes de los riesgos y beneficios de la IA. Además, el plan de acción prioriza la creación de recursos y la actualización curricular sin abordar adecuadamente la alfabetización tecnológica del profesorado desde su formación inicial, lo cual es esencial para cualquier transformación educativa sostenible.
Para que Chile pueda verdaderamente aprovechar las potencialidades de la inteligencia artificial, es imprescindible reorientar los esfuerzos hacia una educación inclusiva y crítica, que prepare tanto a estudiantes como a docentes para los desafíos del futuro tecnológico.