La frustración en política
25.04.2024
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25.04.2024
Sobre cuánto pesan las emociones en la deliberación democrática trata la siguiente columna de opinión para CIPER: «Mientras exista alta sensación de competencia y baja sensación de respuesta, entonces existiría una sensación creciente de frustración en la población.»
Un estudio reciente a cargo de analizar las emociones entre diputado/as en ejercicio en Chile arroja que un 32 por ciento de los parlamentarios encuestados declara sentir frustración en el desarrollo de sus funciones —siendo la emoción predominante—, mientras que un 12% dice sentir rabia al mismo respecto.
De acuerdo a las notas publicadas en prensa, las repercusiones del estudio han sido diversas, pero muchas de ellas han estado marcadas por lecturas más bien pesimistas, que acusan una baja disposición al diálogo por parte de los parlamentarios. En tiempos en los que constantemente se acusa toxicidad y polarización afectiva en el debate político —es decir, animosidad frente al adversario—, esta aproximación parece tener sentido. Pero lo cierto es que las emociones en política son algo complejas y, por lo mismo, debemos evitar la tentación de estigmatizarlas o asociarlas a la pasión obstaculizadora. En este sentido, parte de la literatura académica sugiere que, en política, las emociones no deben ser comprendidas como antónimas a la razón, sino más bien como un elemento central de la práctica deliberativa. Por lo mismo, debemos ser capaces de aproximarnos a ellas sin prejuicios, con la finalidad de diseñar y promover más herramientas que fortalezcan nuestra democracia [NEBLO 2020].
En esa línea, parece interesante preguntarnos si la frustración se extiende también a la ciudadanía en general. Según Cristián Labbé, diputado UDI, la frustración surge por la poca sensibilidad del sistema: «Muchas veces (los proyectos que presentamos) quedan entrampados y no tenemos las facultades que quisiéramos para ayudar a Chile». Esta frase es bastante elocuente respecto a una de las formas en que nos podemos aproximar al estudio de la frustración en política. Por un lado, existiría una sensación de que podemos empujar cambios, pero, por el otro, nos topamos con un sistema impermeable que no da respuesta. Esta visión pone el foco en un elemento más bien subjetivo, íntimamente relacionado con las expectativas de cambio que individualmente tenemos. De esa forma, hablamos de una mirada que se distancia de otras posiciones centradas en carencias o deprivación material. Visto de esa forma, entonces, todo indicaría que lo declarado por el diputado no es tan distinto al sentir de la población en general.
En un estudio que estamos realizando junto a Patricio Aroca (UNAB) y Felipe Sánchez-Barría (PUC), nos propusimos precisamente abarcar este fenómeno [AROCA et al. 2024]. Para hacerlo, nos basamos en dos actitudes clásicas de la ciencia política, la eficacia interna y la eficacia externa. La primera se asocia a la sensación de que como ciudadanos nos sentimos competentes para participar en política, en cuanto la segunda se relaciona con la creencia de que el sistema político responde ante las demandas ciudadanas. Con ese marco, propusimos lo siguiente: mientras exista alta sensación de competencia y baja sensación de respuesta, entonces existiría una sensación creciente de frustración en la población.
Esta idea recién descrita —que en la práctica es una reinterpretación de la Hipótesis de Gamson [CRAIG 1980; GAMSON 1968]— la aplicamos al caso concreto de nuestro país, utilizando datos levantados por la Fundación P!ensa en la región de Valparaíso entre los años 2017 y 2022; es decir, tres años antes y tres años después del estallido social. Los resultados fueron elocuentes en diversos sentidos.
(1) Se ve un crecimiento notorio en la brecha entre ambas actitudes (más sensación de competencia y menos sensación de respuesta) hasta precisamente el año del estallido social, que en la encuesta corresponde al 2020. Luego de ese peak, la brecha comienza a disminuir, sin llegar a desaparecer [ver TABLA 1]
(2) Un segundo punto interesante se relaciona con el rol de las expectativas. Basados solo en ciertos análisis descriptivos, pudimos observar que el segmento más «frustrado» es precisamente el de los jóvenes de sectores socioeconómicos altos. Y acá volvemos al dilema central: ¿hasta qué punto podemos calificar de positivos o negativos estos resultados? Interpretar emociones no es un asunto baladí, ni menos sencillo. Lo más fácil sería advertir la sensación negativa y reprocharla, pero existen una serie de asuntos a considerar. Solo a modo de ejemplo, la menor frustración podría deberse al conformismo de segmentos de adultos mayores, o derechamente a la poca sensación de competencia de grupos más vulnerables. Ninguno de estos aspectos parece muy positivo, después de todo, entre la apatía y la frustración podríamos honestamente preferir la segunda, en cuanto demuestra involucramiento y afección.
A modo de resumen, es imperioso seguir conociendo cuáles son las emociones, actitudes y sensaciones predominantes en nuestras autoridades y ciudadanos. Dicho eso, debemos comprender que estas sensibilidades, por más negativas que parezcan, no necesariamente se oponen a la razón o deliberación. Al contrario, la evidencia muestra que pueden ser motores necesarios para el involucramiento y el correcto ejercicio de nuestra democracia [NEBLO et al. 2010].