Rusia-Ucrania: lo que sucede y lo que vendrá
03.04.2024
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03.04.2024
El siguiente es un detallado análisis que en los frentes bélico, político y de relaciones internacionales muestra hasta ahora la guerra entre Rusia y Ucrania. Los cambios en el apoyo de grandes potencias a cada bando, el acceso a avances tecnológicos y la evolución política de Estados Unidos son hoy determinantes para el futuro del conflicto, estima el autor de esta columna para CIPER.
A más de dos años del inicio de la guerra a gran escala en Ucrania —pues hay que recordar que la guerra realmente había empezado con una intensidad más baja en 2014, con la invasión rusa a Crimea—, la impresión general que comunican los medios es que ambos bandos en pugna se encuentran en un empate, aunque con ligera tendencia a favor de los avances de Rusia. Lo cierto es que el desarrollo general del conflicto muestra un cuadro más confuso que ese, con evoluciones divergentes a lo largo del tiempo [ver columna previa del autor sobre el tema en CIPER-Opinión 10.08.2022], y en los distintos escenarios donde la guerra tiene lugar.
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La extensión de la lucha al Mar Negro y los sorprendentes logros ucranianos en este ámbito han sido uno de los desarrollos más importantes del conflicto, pero también de los menos discutidos en la prensa. Cuando comienza la invasión a gran escala, en 2022, Rusia logra bloquear los puertos ucranianos en el Mar Negro y utilizar su flota para lanzar ataques con misiles contra ciudades ucranianas. El bloqueo a los puertos tenía como objetivo principal impedir la exportación de los productos agrícolas ucranianos; y, así, por un lado frenar los ingresos económicos que esto genera en Ucrania, y por otro utilizarlos como medida de presión contra los países del Tercer Mundo. Debido a una serie de presiones internacionales, Rusia aceptó durante unos meses un acuerdo para exportar estos cereales, a lo cual finalmente renunció. Contrariamente a lo esperado, Ucrania, un país con escasos recursos navales, logró mediante medios militares poner fin a tal bloqueo.
A través del uso de misiles Neptuno y Storm Shadow, así como de drones navales, Ucrania ha logrado dejar fuera de combate a un tercio de la flota rusa en el Mar Negro. Para salvar el resto, Rusia se ha visto obligada a retirar sus buques de las bases cercanas a Ucrania, trasladándolos hacia el este del Mar Negro, lo cual ha liberado el flanco occidental, permitiendo a Ucrania abrir un corredor para transportar el grano. Así, Ucrania puso fin al bloqueo ruso, y exporta actualmente una cantidad similar de granos a la que exportaba antes de la guerra. Gracias a esta victoria estratégica, Ucrania ha obtenido importantes dividendos económicos para su maltrecha economía, privando a Rusia de uno de sus principales medios de presión hacia los países pobres.
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En el aire, ambos contendientes continúan en una situación de empate. Pese a su superioridad numérica, Rusia no ha logrado obtener supremacía aérea. Muestra de ello es que durante la batalla de Avdíivka perdió un poco más de una decena de aviones por utilizarlos de forma más arriesgada. Más preocupante para Rusia resulta la pérdida de los A-50, ya que en este momento no tiene cómo remplazarlos. Por otro lado, Ucrania está a la espera de la llegada de los F-16, con la esperanza de poder romper este equilibrio.
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A nivel terrestre ha habido una serie de avances tácticos rusos, principalmente en torno a Avdíivka. Sin embargo, ninguno de estos ha sido estratégicamente importante, sino más bien victorias políticas para el régimen. Por otro lado, la falta de municiones, principalmente de artillería, ha obligado al ejército ucraniano a retiradas parciales y a la pérdida de iniciativa ofensiva. Si bien las pérdidas rusas han sido importantes, tienen lugar a un ritmo sostenible durante por lo menos dos años más. Del lado ucraniano, las pérdidas hasta la fecha también son soportables, pero los problemas de los últimos meses se agudizarán si no reciben rápidamente un número suficiente de municiones. Junto a esto, parece difícil pensar que Ucrania pueda lanzar operaciones militares ofensivas de envergadura, ya que no dispone de tropas suficientes para ello (el número de soldados necesario en operaciones ofensivas es, en promedio, cuatro veces mayor que lo que se requiere en la defensa).
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Lo militarmente racional sería que ambos bandos aumenten sus tropas con una nueva movilización, pero los costos políticos de algo así pueden ser muy grandes, o incluso contraproducentes. Gran parte del desarrollo de la guerra probablemente se jugará en la capacidad política que tengan estos Estados para regenerar sus unidades de combate en los próximos meses, y en si Ucrania logra obtener —principalmente, a través de la iniciativa checa— suficientes municiones para aumentar el número de pérdidas rusas hasta llevarlas a un nivel insostenible; o si, en cambio, Rusia logra movilizar más tropas, logrando así avanzar en el campo de batalla e incluso romper el frente.
Además de los elementos anteriores, es el uso masivo de drones por ambos lados lo que ha aumentado aún más las dificultades del lado atacante y mejorado la posición de los defensores. Su bajo costo relativo y su gran número permiten a ambos lados observar a distancia y sin peligro de perder vidas humanas los movimientos del enemigo, reduciendo a casi cero las posibilidades de un ataque por sorpresa. Junto a esto, la inteligencia que recopilan permite tomar decisiones con información de mucha mayor calidad, lo que por ejemplo sirve para que los ataques de artillería sean mucho más precisos; sobre todo, frente a formaciones atacantes que deben avanzar desguarnecidas. Igualmente, los drones son utilizados como vectores de bombas (ya sea los «drones suicidas» de un solo uso, o los que funcionan de manera convencional), regresando a sus bases tras haber lanzado su carga explosiva. Este desarrollo de tecnologías remotas y cada vez más autónomas es probablemente la mayor evolución tecnológica de la guerra en desarrollo en Ucrania, con consecuencias que son difíciles de teorizar, pues abren incluso la posibilidad de un campo de batalla donde los humanos jueguen un rol cada vez más marginal, con las posibles consecuencias positivas (menos muertes) y negativas (menor coste político de las guerras, lo que podría aumentarlas) que algo así traería.
Para financiar la guerra, ambos bandos también requieren obtener recursos. Justamente ahí radica la importancia de la victoria ucraniana en el Mar Negro y también de los ataques a las refinerías en el interior del territorio ruso con drones de largo alcance. Si en los próximos meses Ucrania logra mantener tanto el corredor de exportación agrícola, como también dañar de forma importante la capacidad de refinar petróleo de Rusia, la guerra evolucionará favorablemente en su dirección.
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Respecto a sus respectivos aliados, Rusia ha logrado mantenerse a flote gracias a la masiva ayuda militar de Irán (especialmente en cuanto a drones) y de Corea del Norte (sin los millones de obuses de artillería que esta última ha enviado, la artillería rusa estaría enfrentando problemas similares a los de la ucraniana). A cambio de esta ayuda, Rusia ha ayudado a ambos países a violar las sanciones de Naciones Unidas que ella misma había aprobado anteriormente en el Consejo de Seguridad. Una reciente investigación ha mostrado cómo Rusia ha entregado importantes cantidades de petróleo a Corea del Norte por su apoyo (lo cual es otra muestra de la importancia que tiene para la estrategia ucraniana atacar la industria petrolera rusa).
En cuanto a los apoyos a Ucrania, estos últimos meses han visto aumentar la separación entre Europa y Estados Unidos. En el lado europeo, el apoyo de los países escandinavos, bálticos y la mayoría de Europa Central y Oriental, así como del Reino Unido, sigue firme. Notable es la evolución francesa con Macron, quien hace dos años tenía una posición y un discurso ambiguo respecto a Ucrania, y quien hoy en día se ha transformado en uno de sus principales apoyos. Alemania continúa con su política de entregar ayuda militar masiva, pero se niega a proporcionar a Ucrania armas como los misiles Taurus, que podrían permitirle asestar golpes catastróficos a las capacidades rusas. Al otro lado del Atlántico, la ayuda a Ucrania se encuentra bloqueada por disputas internas dentro del partido republicano y por la posición favorable a Putin de parte de Trump. Finalmente, serán consideraciones de política interna las que determinen si y cómo esta ayuda regresa. Contrariamente a los pronósticos catastrofistas, Ucrania ha demostrado que puede continuar la guerra sin este apoyo, al menos a corto plazo. Esta creciente distancia entre Europa y EE. UU. es otra de las evoluciones inesperadas de esta guerra, con consecuencias que actualmente no es posible precisar, y que dependerán en gran parte de quién gane en las elecciones de noviembre para ocupar la Casa Blanca.
Al interior de Rusia, ha quedado cada vez más patente la brutalidad del régimen de Putin. En las zonas ocupadas de Ucrania, un reciente informe de Naciones Unidas ha recopilado los crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio perpetrados por las autoridades rusas, incluyendo violaciones a niñas de 4 años de edad. Esta violencia tiene un objetivo: destruir la identidad ucraniana de la población ocupada.
Es una brutalidad que se ha visto también en el fraude electoral cometido por el régimen. El dominio de Vladimir Putin sobre la sociedad rusa es lo suficientemente fuerte como para permitirle ganar las elecciones. Pero —y como lo demuestra el asesinato de Navalny—, lo que se busca no es su mantención en el poder, sino mostrar cómo su mandato opera sin leyes ni control, de forma arbitraria, según sus deseos y sin rendirle cuentas a nadie. De esta forma, las elecciones sirven para explicitar la naturaleza tiránica del régimen putinista.
Como ya lo indicaba Jenofonte, en todas las tiranías, el aislamiento del tirano es cada vez mayor a medida que pasa el tiempo. Este aislamiento lleva a que el poder sea cada vez más ciego, incluso a los propios peligros hacia su propia población. Las advertencias occidentales que informaron a Moscú de que un atentado islamista se preparaba fueron tratadas por el régimen de Putin como provocaciones. Luego, cuando se produjo el atentado en el Crocus City Hall, la respuesta del régimen fue tratar de culpar a Ucrania, para así evitar asumir sus responsabilidades. Posteriormente, al capturar a los sospechosos y presentarlos en la corte tras haber sido sometidos a torturas, el régimen ha demostrado que, si bien su inteligencia puede fallar, su brutalidad es un hecho inescapable y que puede ejercerla en todas las circunstancias que desea sin control. Predeciblemente, frente a esta situación la población rusa ha aumentado su racismo y su maltrato a las minorías étnicas y los emigrantes.
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Ante este panorama político y militar, ¿cuáles son los escenarios posibles? Junto a los problemas políticos internos en ambos bandos, especialmente en lo que concierne a las capacidades políticas para movilizar a la población, está el papel de otros países; en primer lugar, China, que si bien ha apoyado a Rusia, lo ha hecho de forma moderada.
China no ha aplicado hasta ahora sanciones económicas contra Rusia, aprovechando así las oportunidades de negocios abiertas, pero por otro lado no le ha proporcionado ayuda militar ni reconocido las anexiones de regiones ucranianas (esto último, por razones de política interna, ya que una modificación de fronteras sería perjudicial para la posición china en Taiwán y en el Tíbet). Si China mantiene esta ambigüedad estratégica, las noticias son positivas para Ucrania, ya que a largo plazo ni Corea del Norte ni Irán tienen la capacidad de satisfacer las necesidades rusas. En cambio, una política más asertiva por parte de China le daría a Putin medios de los que hoy en día no dispone, si bien aumentaría la dependencia de su régimen al gigante chino.
En segundo lugar están las elecciones de noviembre en Estados Unidos. Un triunfo de Trump iría en interés de Putin, ya que una presidencia republicana reduciría, tal vez completamente, la ayuda a Ucrania. Esto obligaría a los países europeos a aumentar aún más su ayuda, lo que, en las condiciones políticas actuales, no es seguro que pueda hacerse. En cambio, una reelección de Biden, sobre todo si va acompañada de un control demócrata del Parlamento, aseguraría por un tiempo más la ayuda desde Norteamérica.
Finalmente, en cuanto a la situación del frente, lo más probable es que en los próximos meses se presenten modificaciones locales que no tengan mayor importancia estratégica. Como ya indicamos, los cambios en el frente serán producto de lo que se produce cuando uno de los bandos logra sobrepasar al otro en la capacidad de regenerar su fuerza, a partir de las capacidades de las que dispone. A largo plazo, los factores fundamentales son la ayuda internacional de ambos bandos, la capacidad destructiva de los ataques a larga distancia de drones y misiles (principalmente, en sus industrias energéticas) y, por último, la movilización de nuevas tropas.
Si bien la posibilidad de una ruptura estratégica del frente en los próximos meses es baja, no es completamente descartable. El problema es que ninguno de los bandos parece tener las reservas suficientes —especialmente en materiales— para lograrlo (un ejército que avanza requiere una logística de calidad para poder transportar la inmensa cantidad de suministros que necesita esta masa. En febrero y marzo de 2022 se vio que Rusia no tenía esta capacidad, y hasta el día de hoy no parece tenerla). Nuevamente, un apoyo decidido de China o un regreso de la ayuda estadounidense, junto con misiles de largo alcance proporcionados a Ucrania por Alemania y EE. UU. —además de una superioridad aérea local lograda por los F-16, o una crisis política derivada de una movilización forzada de la población para servir en el frente en cualquiera de los dos bandos—, podrían cambiar el escenario actual.