26 de marzo: Día Mundial del Clima
25.03.2024
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25.03.2024
En torno a los necesarios ejes de la evidencia científica, la ética y la educación ambiental avanza la siguiente columna para CIPER, con alarmantes cifras sobre la urgencia medioambiental que enfrentamos, sobre todo en Latinoamérica.
Cada año, el Día Mundial del Clima nos ofrece una oportunidad invaluable para reflexionar sobre el estado de nuestro planeta, y lamentablemente recordar la necesidad y urgencia de medidas significativas para abordar la crisis que al respecto enfrentamos. Más allá de conmemorar la ocasión y divulgar ideas ya conocidas, este año debemos convertir esta fecha en una denuncia sobre las promesas y desilusiones políticas acumuladas hasta ahora en torno a estos temas.
Según la Secretaria General de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), «el cambio climático es el mayor desafío al que se enfrenta la humanidad. Nos está afectando a todos, especialmente a los más vulnerables […]. No podemos permitirnos esperar más. Ya estamos tomando medidas, pero tenemos que hacer más, y tenemos que hacerlo rápido».
La realidad es innegable: el cambio climático está aquí, y sus impactos se sienten cada vez más en todo el mundo. Según evidencia científica medible y de acceso libre, desde los años 80 cada década ha sido más cálida que la previa, y los últimos nueve años han sido los más cálidos de los que se tiene constancia. Además, el aumento de la temperatura media decenal en 2014-2023 se situó en torno a 1,20°C [ONU 2024]. Otras variables que cuentan con evidencia científica sobre esta emergencia son las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero, el calor y la acidificación de los océanos, el nivel del mar, la extensión del hielo marino y el balance de masas de los glaciares, entre otros en los que durante 2023 se batieron récords. Desde fenómenos climáticos extremos hasta la pérdida de biodiversidad y la acidificación de los océanos, los signos son claros y alarmantes.
Ya no podemos darnos el lujo de ser complacientes o esperar a que otros tomen la iniciativa. La responsabilidad recae sobre todos nosotros, como individuos, comunidades, gobiernos y empresas, para abordar esta crisis de manera integral y urgente.
Es fundamental reconocer que el cambio climático no es solo un problema ambiental, sino también una cuestión de justicia social, económica y ética. Las comunidades más vulnerables y marginadas son las que sufren en mayor medida los impactos del cambio climático, a pesar de que han contribuido mínimamente a su causa. Si en 2021 se registraron más de 1,6 millones de nuevos desplazamientos obligados en su mayoría por razones climáticas [INFORME GROUNDSWELL 2021], al año siguiente la cifra subió a 2 millones de personas. En el caso de Chile, el porcentaje promedio de vulnerabilidad en zonas carentes de agua potable es mayor al 80%, y se estima que el cambio climático y su consecuencias han empujado una dramática migración climática, siendo las regiones de Arica y Parinacota, Atacama, Coquimbo y Valparaíso las más afectadas [INFORME AMULEN 2019].
¿Pero cómo hacer conciencia medioambiental en un país en donde el acceso a las áreas verdes es desigual? ¿Cómo lograr que exista una preocupación por el cuidado del planeta cuando hay sectores que no tiene acceso a una plaza pública? La evidencia científica confirma que las áreas verdes son clave para la sostenibilidad de las ciudades, con un estándar mínimo de 9 m2/habitante, según la OMS.
En nuestro país,comunas como Vitacura, Lo Barnechea y Las Condes cumplen con ese estándar, a diferencia de El Bosque (2m²/hab.), San Miguel (1.9 m²/hab.) o Independencia (1.8 m²/hab.) [CIUDADES VERDES 2022]. Creemos, por eso, que cualquier respuesta efectiva al cambio climático debe ser inclusiva y equitativa, garantizando la justicia ambiental para las personas que son más afectadas (infancia y mujeres). En tal sentido, la política pública debe asumir un sentido de urgencia, rigor y coherencia con la contundente evidencia que existe sobre este tema, ajeno a ventajas electorales.
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Entre las acciones políticas, culturales y económicas respecto al mundo que queremos habitar, está lo de repensar nuestros patrones de consumo y relación con los territorios; nuestro rol ético y moral ante la naturaleza. Esto implica adoptar estilos de vida más sostenibles, reduciendo nuestro impacto como consumidores y promoviendo prácticas y tecnologías respetuosas con el medio ambiente, en torno a nuestro transporte, tipo de alimentación y vestimenta, uso de tecnologías y contacto con espacios naturales. Con nuestro voto y decisiones de consumo, debemos ejercer presión sobre nuestros líderes políticos y corporativos, para que adopten medidas audaces y ambiciosas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y acelerar la transición hacia una economía baja en carbono.
Además, debemos reconocer la importancia de la educación ambiental y la sensibilización pública en la lucha contra el cambio climático. La cultura ambiental debe emerger de un proceso educativo para que los ciudadanos resolvamos problemas y tomemos decisiones no con información rápida y simple en redes sociales, sino desde un real conocimiento de los territorios y sus impactos, así como de una comprensión profunda de las complejidades del mundo. Es crucial que en los distintos sistemas educativos del mundo se enseñen las ciencias sociales y naturales detrás del cambio climático, así como sus impactos y soluciones potenciales.
Aunque América Latina y el Caribe son las regiones más afectadas por las consecuencias del cambio climático, solo un 9% de sus países legislan a favor de una educación ambiental integral. Las cifras más recientes de la UNICEF sobre la situación de niños en nuestra región son alarmantes: 9 de cada 10 niños latinoamericanos están expuestos durante su infancia a al menos a dos crisis climáticas y ambientales. 55 millones de niños se ven hoy afectados por la escasez de agua; 105 millones, por la contaminación atmosférica; y 45 millones, por las olas de calor [CEPAL 2020].
La educación ambiental, en la formación de docentes para que estos formen desde una edad temprana a niños y niñas, puede empoderar a las generaciones futuras para que sean defensores del medio ambiente y agentes políticos de cambio en sus comunidades.
Por último, pero no menos importante, debemos recordar que la acción individual y dimensión ética del ser humano es el principal motor de cambio para la acción climática. Necesitamos colaboración y cooperación en diversas escalas territoriales y sociales para abordar eficazmente el cambio climático. Solo mediante la solidaridad y el compromiso político compartido podremos garantizar un futuro seguro para las generaciones por venir.
En consecuencia, el Día Mundial del Clima no debe ser solo un recordatorio anual de la urgencia de la crisis climática por la que atraviesa todo el mundo (sí, todo el mundo). Es reforzar la convicción del deber de un actuar consecuente entre vida y Naturaleza. Esperamos que en esta misma fecha del próximo año estas líneas puedan ser acerca de la esperanza sobre «nuestro» clima, tan maltratado por nosotros, los humanos.