Haití, un país en extinción
15.03.2024
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15.03.2024
Imaginemos un paisaje de desolación y ruina, hambre y miseria, como el que Corman McCarthy describe en La carretera, o vemos en esas películas distópicas del día después. Pero no se trata de un escenario sin nombre, sino de un país real, Haití, que ha vivido un desastre continuado a lo largo de décadas, dictaduras militares, huracanes, hambrunas, inundaciones, terremotos, líderes mesiánicos, gobiernos fallidos, conspiraciones, asesinatos políticos, cofradías de narcotraficantes, oligarquías sordas y mudas, 200 pandillas criminales que luchan por imponerse en los territorios, en guerra entre ellas, y contra el estado. Anarquía.
Hay otros países de América Latina donde vemos progresar el insólito fenómeno de que las bandas del crimen organizado son dueñas de arsenales de guerra, y controlan territorios que ponen bajo su soberanía, imponen candidatos en las elecciones, tienen en planilla a las autoridades civiles y a la policía, cobran impuestos a agricultores y comerciantes, asesinan periodistas, y erigen su propio sistema judicial en el que impera la pena de muerte. Pero aún no disputan el poder nacional, desde la capital.
En Haití, sí. Jimmy Chérizier, alias “Barbecue”, caudillo de la G-9 y Familia, una banda, o federación de nueve poderosas bandas, desafía al primer ministro de facto, Ariel Henry, que no puede regresar al país porque su gobierno no controla el aeropuerto de Puerto Príncipe, mientras las instituciones se disuelven y el ejército y la policía son incapaces de imponerse frente al caos. El ochenta por ciento del país se halla en manos de la delincuencia beligerante.
Barbecue es un antiguo policía de elite, que cuando estaba en activo ya se había visto envuelto en asesinatos. Debe su nombre de guerra, según el mismo, a que su madre vendía pollos asados por las calles de Puerto Príncipe; según otras versiones, a que suele quemar las casas con la gente que se asa adentro. Nada ajeno a la tradición del país. El dictador vitalicio “Papa Doc” Duvalier, mandaba decapitar a sus enemigos y hacía que le llevaran sus cabezas al palacio presidencial para practicar ritos de vudú.
Barbecue habla como el jefe de un partido en armas, y sus reclamos son políticos.
“Hemos elegido tomar nuestro destino en nuestras propias manos. La batalla que estamos librando no sólo derrocará al gobierno. Es una batalla que cambiará todo el sistema”, proclama. Y se ofende de que lo consideren un criminal. “Este sistema tiene mucho dinero y tiene el control de los medios. Ahora me hacen parecer como si fuera un gánster».
El presidente Jovenel Moïse fue asesinado por sicarios colombianos en julio de 2021, víctima de los capos de una poderosa red de narcotraficantes. Pero según los investigadores de InSight Crime, Moïse financiaba una parte sustancial de las operaciones de Barbecue, quien completaba sus ingresos con el dinero provenientes de secuestros y extorsiones. Este apoyo habría cesado cuando Henry, el primer ministro, se quedó al mando.
La exigencia de Barbecue se concentra ahora en que Henry, varado en Puerto Rico, y que permanece en su cargo sin que haya habido nuevas elecciones, sea depuesto por la policía y el ejército: “que asuman su responsabilidad y arresten a Ariel Henry. Una vez más, repetimos, la población no es nuestro enemigo”, dice en la arenga transmitida desde su canal de YouTube.
Porque Barbecue es un maestro de las redes sociales. “La tecnología hoy nos brinda la oportunidad de acercarnos y presentarnos al público”, dice, “no estoy vendiendo mentiras”; y en WhatsApp, Instagram y Tik Tok presenta videos de los cadáveres de quienes han sido ejecutados por órdenes suyas, por negarse a pagar los rescates.
Se comporta como un milenial que conoce las ventajas de la comunicación de masas a través de la tecnología digital, pero a la vez sabe el uso que debe dar a las milicias bajo su mando, reclutadas entre los pobres más pobres de Haití, capaces de sabotear el suministro de combustible, bloquear los puertos, asaltar negocios. Sembrar el terror.
Para apoyar su demanda de la destitución de Henry, llevó a cabo un asalto concertado a la Penitenciaría Nacional y a la cárcel Croix de Bouquets, que hizo vigilar previamente con drones, de donde liberó a 3.700 prisioneros, con un saldo de doce muertos. El gobierno, o la sombra de gobierno, decretó un inútil toque de queda tras el asalto. Ahora Barbecue busca controlar militarmente el aeropuerto internacional.
En el año 2009, recién pasados dos huracanes devastadores, y antes del terremoto que en enero del año siguiente destruyó Puerto Príncipe, estuve una semana en Haití para escribir un reportaje por encargo de El País, dentro de la serie “Testigos del horror”, a cargo de distintos escritores.
Entonces me tocó entrevistar al jefe de la Misión de Estabilización de la ONU, Hédi Hannabi, en el Hotel Cristopher, donde la misión tenía su cuartel general, y que se derrumbó con el terremoto, el propio Hannabi entre las víctimas mortales.
“Esta no es la clásica misión de paz, porque no hay dos partes en conflicto; lo que tenemos es anarquía, la presencia de las pandillas, la ausencia de instituciones. Si nos fuera hoy de aquí, lo que vendrían sería el caos”.
Eso fue hace 15 años. El caos ha sobrevenido. Haití se deshace, y quienes en la comunidad internacional vuelven la cabeza para mirar la catástrofe, lo hacen no sin fastidio. Kenia se comprometió a enviar una fuerza policial de mil soldados, que otros países deben financiar, desde luego Kenia es un país igualmente pobre, a la cola en los índices mundiales de desarrollo humano. Y en esas gestiones se hallaba Henry en Nairobi cuando se dio el asalto a las cárceles, y ya no ha podido volver.
Mientras tanto, el escenario distópico se afirma con sus colores sombríos. La fraternidad de nueve bandas de Barbecue señorea en las calles de Puerto Príncipe, y aunque el nuevo caudillo no tenga palacio presidencial al que entrar en triunfo, porque fue destruido por el terremoto, se prepara para reinar en un país en vías de extinción.