La fusión del Frente Amplio y la construcción de partidos de izquierda
28.02.2024
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28.02.2024
Si la coalición hoy gobernante en Chile busca concentrar fuerzas y objetivos debe, primero, observar la experiencia comparada extranjera y estar resguardada de sus errores recientes, advierte la siguiente columna de opinión para CIPER: «El desafío del Frente Amplio radica en la construcción de una institucionalidad sólida y abierta a la ciudadanía, la resolución de las tensiones entre su inserción institucional y su despliegue social, y en su capacidad para impulsar políticas distintivas que eviten que su proyecto se diluya entre otras ofertas programáticas.»
En las últimas décadas se han impulsado múltiples intentos por crear nuevos partidos desde la izquierda en diferentes países. En Latinoamérica, el giro hacia la izquierda a inicios de los 2000 estuvo motivado por las protestas provocadas por la implementación de reformas neoliberales; mientras que en Europa varias organizaciones de izquierda emergieron a partir de esfuerzos por frenar las medidas proausteridad luego de la crisis financiera de 2008. La creciente desafección política, mezclada con la desaceleración económica, ha permitido el surgimiento de una nueva camada de partidos de izquierda en Chile, Colombia, Perú y México.
El surgimiento del Frente Amplio (FA) chileno y su actual proceso de fusión no son por consiguiente un hecho aislado, sino que un fenómeno global. No obstante, su consolidación organizacional y resultados electorales son más bien disímiles. Por otra parte, el debate público sobre qué es el FA y hacia dónde se dirige ha estado marcado por caricaturas y prejuicios («ñuñoísmo», «wokismo» y otras etiquetas más bien despectivas).
Esta columna comenta el proceso de fusión que atraviesa el Frente Amplio y que tendrá un hito de definición en los próximos días. Mi objetivo es, primero, caracterizarlo a partir de la experiencia comparada y, segundo, abordar su modelo organizacional y las tensiones derivadas de su acceso temprano a la institucionalidad. Argumento que la mera unificación de las organizaciones del FA en un partido único no pareciera ser suficiente para resolver los problemas de su ubicación en el espacio político chileno. Por el contrario, el desafío del FA radica en la construcción de una institucionalidad sólida y abierta a la ciudadanía, la resolución de las tensiones entre su inserción institucional y su despliegue social, y en su capacidad para impulsar políticas distintivas que eviten que su proyecto se diluya entre otras ofertas programáticas.
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Al igual que ocurre con otras familias de partidos, la izquierda radical se conforma de organizaciones variadas. No obstante, al igual que Podemos en España, Movimiento Nuevo Perú o SYRIZA en Grecia, el Frente Amplio reúne las cualidades de lo que en la literatura sobre izquierdas radicales se denominan como «socialismos democráticos»; organizaciones que han optado tanto por distanciarse del pasado autoritario de los comunismos reales, como de la socialdemocracia tras su giro neoliberal [ESCALONA, KEITH y MARCH 2023]. En esta categoría también se encuentran partidos que mezclan elementos propios de la izquierda tradicional, como la preocupación por la desigualdad y la valoración de lo público, con posiciones propias de la «nueva izquierda», incluyendo el resguardo del medioambiente o el feminismo. Finalmente, este grupo de partidos se caracterizan además por la búsqueda de nuevas formas de participación a raíz de su experiencia en movimientos sociales, así como por formas de organización más horizontales.
No obstante, esta familia de partidos también ha experimentado problemas en su proceso de institucionalización, especialmente cuando se han enfrentado por primera vez a la administración de un gobierno [DUNPHY y BALE 2011]. Acceder a la institucionalidad —y, por tanto, operar bajo lógicas de consenso y negociación— genera un conflicto con bases militantes y activistas afines no siempre dispuestos a ver comprometidos sus objetivos programáticos. Los fuertes incentivos a la negociación y los protocolos propios de la institucionalidad además tienden a forzar una moderación programática, lo cual puede conllevar a una eventual alienación de parte de los adherentes. Finalmente, los partidos emergentes tienden a enfrentar con mayor rigor las consecuencias de trasladar a militantes que previamente cumplían labores dentro de sus organizaciones a posiciones administrativas dentro del Estado.
Múltiples partidos han fallado al momento de lidiar con las tensiones derivadas de su inserción institucional. SYRIZA, por ejemplo, emergió como una alianza de izquierdas que mezclaba una forma horizontal de organización con una vinculación sostenida con movimientos sociales. No obstante, al momento de acceder al gobierno en 2015 la estructura del partido progresivamente fue volviéndose más vertical y dependiente de la figura de su líder, el primer ministro Alexis Tsipras. El partido posteriormente enfrentó varios quiebres después de que aceptará implementar el paquete de reformas proausteridad presentado por las instituciones europeas [KATSAMBEKIS 2019]. En la misma línea, Podemos emergió como expresión electoral del movimiento 15-M español. No obstante, tempranamente optó por un modelo de partido centralizado pensado como una «máquina de guerra electoral» que terminó desmovilizando a sus militantes en favor de un tipo de democracia digital de caracteres plebiscitarios [KIOUPKIOLIS y KATSAMBEKIS 2017]. A pesar de los buenos resultados electorales iniciales, hoy Podemos solo cuenta con cuatro representantes en el Congreso. Tanto SYRIZA como Podemos ejemplifican las consecuencias que pueden traer para las izquierdas emergentes un paso complejo por la política institucional y la ausencia de una organización sólida y activa.
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A pesar de las múltiples adversidades, el FA ha demostrado una resiliencia electoral significativa comparado con otras organizaciones emergentes. La por ahora coalición también ha demostrado una alta disposición a asumir los costos asociados a participar de la institucionalidad. En el marco del estallido social de 2019 los sectores que hoy continúan en la coalición apoyaron el acuerdo que dio inició al proceso constituyente como salida institucional a la crisis. La coalición experimentó su quiebre más importante con la salida de varios partidos integrantes, entre ellos Igualdad y el Partido Humanista, además de la renuncia de dirigentes emblemáticos. En la misma línea, en el marco de su participación en el gobierno el FA ha demostrado disposición a ceder parte de su agenda y flexibilizar su discurso para alcanzar acuerdos con la oposición, especialmente tras el plebiscito constitucional de 2022.
No obstante, el FA ha enfrentado las consecuencias de su acceso temprano a la institucionalidad y el no contar con una organización consolidada. Al momento de emerger, promovía una estructura más horizontal en la toma de decisiones y con una mayor apertura hacia grupos independientes y movimientos sociales. Sin embargo, en los últimos años el espacio no ha logrado consolidar una organización fuerte y con inserción territorial a lo largo del país. De igual manera, la relación con distintos sectores organizados de la sociedad se ha tornado tensa, especialmente tras el estallido social de 2019. Coherentemente, parte importante de esa apertura inicial que mostró el FA en materia organizacional se ha debilitado, y el espacio hoy carece de la vitalidad y amplitud social que en su minuto proyectaba. Por último, la derrota del Apruebo en septiembre de 2022 significó un duro golpe para el proyecto frenteamplista, y hasta la fecha el espacio ha enfrentado dificultades para reinstalar un horizonte y un relato convocantes en materia ideológica y programática.
Experiencias previas han demostrado las ventajas de contar con una organización que incentive la participación de la militancia de base y las integre en su proceso de toma de decisiones. A contrapelo de casos como el de Podemos, construir organizaciones con una participación activa facilita la sostenibilidad de los partidos y su consolidación electoral [ROSENBLATT 2018]. En la misma línea, contar con un modelo organizacional que ofrezca canales de participación para militantes y adherentes también se ha relacionado con partidos más sólidos y estables [PÉREZ BETANCUR et al. 2019].
Por otro lado, es normal que existan tensiones con organizaciones sociales cuando un partido de izquierda accede a la institucionalidad. Aun así, los partidos de izquierda más exitosos han sido capaces de mantener grados de coordinación y acuerdos con los principales movimientos sociales de cada país. Esto se debe a que contar con una inserción social fuerte les permite a los partidos ampliar su capacidad para determinar la agenda pública e influir en la elaboración de reformas clave.
Finalmente, la experiencia del FA en el gobierno debiera ser suficiente como para internalizar las constricciones que impone el Estado para los sectores que buscan reformas profundas, especialmente cuando no se cuenta con mayorías electorales y se opera en contextos de desmovilización social. El futuro partido no solo tendrá que recomponer una apuesta programática creíble, capaz de ponderar pragmatismo y radicalidad, sino que además deberá saber equilibrar los recursos destinados a sostener su participación en el gobierno y un cada vez más necesario despliegue territorial y a nivel de organizaciones sociales. En definitiva, el desafío es construir una organización social y tácticamente amplia, pero ideológicamente definida. La mera suma de Revolución Democrática, Convergencia Social, Comunes y Plataforma Socialista por sí sola no derivará en un partido electoralmente sostenible y organizacionalmente fuerte. El éxito del futuro partido frenteamplista se medirá en su capacidad de construir una organización institucionalizada, pero abierta a la influencia de la ciudadanía; en el desarrollo de un equilibrio entre inserción social y participación institucional; y por cierto en la capacidad del partido para materializar aquellas reformas emblemáticas para el sector; entre ellas, la condonación de créditos estudiantiles, la Estrategia Nacional del Litio, la creación de un sistema nacional de cuidados y la reforma al modelo de pensiones, entre otras.