Chile en los Oscar: sueños de guionista
21.02.2024
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
21.02.2024
«En el campo del cine, y desde los más diversos oficios y estilos, el talento chileno está a la fuga», describe en columna para CIPER un destacado guionista chileno del rubro, a la luz de las dos nominaciones de cintas chilenas a los próximos Oscar. El trabajo que ha llevado a notorias conquistas para el país no encuentra aquí, sin embargo, la acogida esperable entre quienes pueden darle continuidad y apoyo: «Este reconocimiento mundial parece no tener consecuencias en nuestra industria local, más allá de las alegrías y celebraciones de autoridades de turno […]. Antes, hablar de esta realidad era triste e indignante. Hoy es simplemente desolador.»
De todas las posibles comparaciones que hoy pueden hacerse sobre las dos nominaciones a los premios Oscar confirmadas para películas chilenas, hay una en la que pienso constantemente. Si las artes recibieran la misma atención que los deportes, y los premios se consideraran como las medallas Olímpicas o de Juegos Panamericanos, no sería raro que producciones millonarias de Hollywood se filmaran en Chile, mezclando nuestro talento local con el internacional, y atrayendo inversiones que otras industrias ya se quisieran.
Deporte y cultura son dos áreas de alto valor simbólico, y que otorgan una gran satisfacción nacional cuando quienes se ocupan en ellas obtienen logros y reconocimientos en el mundo. Luego de los recientes Panamericanos en Chile, por ejemplo, a nadie le quedó duda de que la gran inversión implicada de US$650 millones valió la pena cada centavo. Fue un dinero que tuvo retorno material, pero también en una serie de aspectos no tangibles, como ejemplo de disciplina, oportunidad de encuentros colectivos, reconocimiento transversal en una identidad en común, lecciones sobre los beneficios del trabajo en equipo, etc.
En el audiovisual ya nos quisiéramos el 10% de esa fe del Estado. Ni siquiera que creyeran en nosotros un año: que la dividieran cinco años ya sería un sueño extraordinario.
Las «medallas» del cine chileno están ahí todos los años y en todas las competencias más importantes del mundo. De hecho, luego de una historia extensa de absoluta ausencia del nombre de nuestro país en los Oscar, desde 2012 (con No, de Pablo Larraín) nuestro cine ha obtenido ya siete nominaciones y obtenido dos premios (Historia de un oso, como mejor cortometraje animado [imagen superior]; y Una mujer fantástica, como mejor película internacional, categoría antes llamada «de idioma extranjero»). Y, ahora, estamos ad portas de un tercero.
Pero este reconocimiento mundial parece no tener consecuencias en nuestra industria local, más allá de las alegrías y celebraciones de autoridades de turno. Escribo esta columna desde fuera de Chile. Como trabajador de la industria audiovisual, tuve que autoexiliarme para poder desarrollarme profesionalmente como guionista. Tomé la decisión antes del Oscar de Una mujer fantástica, y no me quejo. El Oscar le dio visibilidad a mi trabajo y a la posibilidad de desarrollarlo en la industria internacional. Lo mismo ocurrió con el director de esa película, Sebastián Lelio, quien ha continuado su carrera fuera de Chile (ya filmó tres películas en Inglaterra y Estados Unidos); y también, al menos, con quienes allí trabajaron en la dirección de arte y la jefatura de producción (ambos, radicados en México). A nuestra querida montajista Soledad Salfate no podemos sacarla de México: la piden una y otra vez para impregnar de su talento a series y películas internacionales, incluyendo la esperada versión Netflix de Pedro Páramo, dirigida por el también nominado fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto (sus dos últimos trabajos son Barbie y Los asesinos de la luna, nada menos)
Sebastián Silva, también chileno, director de La nana, entre otras películas de múltiples reconocimientos, tuvo que hacer su filme más reciente (Rotting in the sun) en México. Vive hace años en Nueva York. Pienso también en varios guionistas con cifras récord de sintonía en Netflix y/o producciones de alcance latinoamericano: Pedro Peirano (hoy en Los Ángeles, California); José Ignacio Chascas Valenzuela (Miami) y Pablo Illanes (quien, aunque vive en Santiago, desarrolla todos sus proyectos para el extranjero).
Nuestro director más distinguido internacionalmente ahora es Pablo Larraín, quien ha debido encontrar una especie de equilibrio para no dejar Santiago: va alternando producciones entre Chile (aunque con financiamiento de fondos extranjeros) y algún otro país (actualmente, trabaja en una biopic sobre Maria Callas que protagonizará Angelina Jolie).
Podría dar más ejemplos, pero creo que se entiende el punto: en el campo del cine, y desde los más diversos oficios y estilos, el talento chileno está a la fuga. De hecho, es probable que la carrera de quienes hoy están nominados a los Oscar, Maite Alberdi (por La memoria infinita) y Pablo Larraín (por El Conde), siga permanentemente fuera de Chile.
Hay quienes dirán que tal fuga es lógica o incluso un símbolo de «ascenso» en una industria tan competitiva. A mí, y sé que a otros compatriotas ocupados en el tema, nos parece más bien preocupante, pues por cada nombre bajo los focos extranjeros existe un gran desamparo para aquello/as directores y guionistas más jóvenes que persisten haciendo cine en Chile. Los incentivos de producción al cine en Chile están congelados desde hace al menos veinte años. Parece dar lo mismo todos los premios. Un audiovisual con incentivos paupérrimos como los actuales, reduce así todo su potencial de trabajo. Es como si solo «tuviéramos permiso» para hacer películas independientes y pequeñas, que apenas tienen espaldas para exhibirse en salas independientes (las que a su vez también luchan por sobrevivir). Pero, por sobre todo: el cine chileno hoy no cuenta con ningún espacio —y lo repito ahora en mayúsculas: NINGUNO— en la televisión local para difundirse. Recordemos que los canales en Chile utilizan un espacio radioeléctrico público concesionado, y que pese a ello no cumplen con obligaciones culturales mínimas para con sus audiencias. Las televisoras públicas y privadas son el gran aliado de los cines nacionales en Europa: ahí están BBC Film, Film4, France Télévisions, Rai, ZDF, Canal+ y Arte para demostrarlo.
Antes, hablar de esta realidad era triste e indignante. Hoy es simplemente desolador.
Entonces, si ocurre nuevamente el milagro de que una estatuilla dorada de Hollywood se acerque a Chile, yo esperaría que al menos el presidente Boric cumpliera su promesa electoral de aumentar a 1% el presupuesto nacional en Cultura. Por lo bajo. No solo eso: esperaría que se le exigiera a nuestro mal llamado canal cultural que depende de TVN (y que ha concentrado todo su esfuerzo en programación infantil, y con una idea muy particular de cultura, donde las artes están prácticamente ausentes) a dedicarle espacios semanales al cine chileno, y no pidiéndoles a sus productores que las «cedan» gratis para su supuesto propio beneficio, sino que lo hagan cómo es debido: a partir de un presupuesto de programación acorde y respetuoso del trabajo de equipos.
Le pediría al ministro Marcel y a los parlamentarios que hoy discuten la reforma tributaria, que de una vez por todas instalen —tal como lo han hecho recientemente y con mucho éxito economías más pequeñas que la nuestra, como las de Uruguay y República Dominicana— «tax rebates» que atraigan producciones internacionales para ser filmadas en Chile, les den trabajo a nuestros técnicos (extremadamente calificados), reactiven zonas turísticas en baja temporada y sean una ventana al mundo de nuestros paisajes, que atraerán divisas extranjeras más rápidamente de lo que se espera.
La clase política aplaude el Oscar, pero ha hecho muy poco por atender que estos subsidios no son plata perdida. Muy por el contrario: como muy bien lo explicaba Pedro Almodóvar en los últimos premios Goya, estos anticipos que nos dan para hacer películas y televisión se devuelven al Estado con creces, no solo en impuestos si no que en trabajo calificado y en la construcción del imaginario de Chile fuera de nuestro país. Es simplemente virtuoso. No es ningún regalo.
Por supuesto, todo esto que deseo y que aquí detallo es una realidad en varios países vecinos. Sin embargo, imaginar algo así para Chile es parecido a una maravillosa siesta: dura poco y uno despierta a la realidad algo abrumado. Pero no importa: quizás por deformación profesional, ser guionista me empuja a seguir soñando despierto.