Sebastián Piñera y las tres derechas
12.02.2024
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12.02.2024
El hecho de gobernar junto a una coalición con deudas hacia su identidad y básica coherencia interna está entre los varios problemas políticos que enfrentó el recién fallecido ex presidente durante sus dos administraciones. En columna para CIPER, un cientista político recuerda que tales problemas crónicos en el sector probablemente seguirán afectando a la derecha en sus estrategias políticas futuras.
El transversal reconocimiento a las cualidades del recién fallecido ex presidente Sebastián Piñera no deja de ser llamativo. Durante el funeral de Estado del pasado día viernes [imagen superior], el presidente Boric incluso llegó a decir que «las querellas y recriminaciones (en su contra) fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable».
No hay duda de que parte del desgaste político del gobierno de Chile Vamos entre 2018 y 2022 estuvo determinado por una oposición intransigente, pero también porque la propia coalición oficialista tomó distancias tácticas frente a un presidente debilitado por el desbordamiento institucional de 2019. Asimismo, los partidos de la antigua Concertación, otrora garantes de la moderación, contagiados por un paroxismo sin precedentes (nacido de la necesidad de adaptarse a la crisis), estuvieron plenamente disponibles para apoyar una acusación constitucional en el Senado que había sido tramitada en tono farsesco en la Cámara de Diputados durante octubre y noviembre de 2021. Nada de esto extraña, considerando que los partidos de la Concertación demoraron muy poco en abandonar su propio legado durante cuatro gobiernos.
Estoy convencido que cuando se habla de legado o herencia política, más que hablar de los resultados, estamos atendiendo a las tensiones, encrucijadas y conflictos que un liderazgo debe enfrentar, dentro de su propio espacio político. Más aún, cuando la condición de presidentes minoritarios, bastante frecuentes en la historia chilena, convierte al jefe de gobierno en un actor dependiente de la lealtad y respaldos de su propia coalición. Solo identificando estas tensiones se puede dimensionar el valor y los costes en su propio espacio de ciertas decisiones políticas. En el caso de Sebastián Piñera aparecen dos grandes tensiones políticas que estuvo obligado a enfrentar: primero, resolver el dilema entre estrategia e identidad de su sector; y, segundo, el desafío de la conducción de una coalición ideológicamente inconsistente.
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Sobre lo de fortalecer la competitividad del liderazgo de Piñera sin sacrificar completamente la identidad del sector, se puede sostener que desde 1989 las candidaturas presidenciales de la derecha se desplazaron gradualmente hacia el centro político con el propósito de maximizar la competitividad electoral. Al respecto, se observa [GRÁFICO 1] que las candidaturas presidenciales ganadoras en Chile desde el retorno a la democracia compitieron con una oferta de contenidos programáticos desplazados ligeramente a la izquierda del centro político en el eje RILE (Right-Left), con la excepción de la campaña de Piñera II en 2017. La zona de mayor competitividad electoral (marcada en verde) con resultados exitosos en las elecciones presidenciales van en la escala ideológica RILE desde 4,0, en el caso del segundo gobierno de Piñera, hasta -19,7 en el caso del primer gobierno de Bachelet. Las candidaturas posicionadas en este espacio ideológico alcanzan votaciones en primera vuelta que van desde 58%, en el caso de Frei Ruiz-Tagle, hasta 36,6%, en el caso de Piñera II. En esta mirada, Piñera II fue un gobierno minoritario, como otros del período, que se posicionó programáticamente en el límite de la zona de competitividad electoral. Se puede afirmar que, dadas las condiciones político-electorales del país, la proximidad al espacio de centroizquierda se transformó en un requisito para maximizar la competitividad de la oferta para los liderazgos presidenciales. Otras candidaturas que resultaron menos competitivas en la derecha —como Büchi (1989), Alessandri (1993) y Lavín (2005) (marcado en naranja)— demuestran que fuera de esta zona de mayor competitividad, las oportunidades de llegar primeros desaparecen.
El desplazamiento hacia el centro de la oferta presidencial de la derecha con los dos gobiernos de Sebastián Piñera (2010-2014 y 2018-2022) supuso una compleja ecuación entre estrategia e ideología. La confrontación de una plataforma liberal, en el caso de Piñera alteró el equilibrio precario entre las tres tradiciones más potentes de la derecha durante el siglo XX, que son descritas por Renato Cristi y Carlos Ruiz en el libro El pensamiento conservador en Chile. A saber, una tradición presidencialista con propensión autoritaria y nacionalista (Edwards, Encina, Góngora), una segunda perspectiva de raíz católica conservadora y centrada en el poder de organizaciones intermedias de la sociedad (Silva, Eyzaguirre y Guzmán) y, finalmente, la tradición liberal con una orientación a la economía de mercado y a la cultura individualista laica (De Castro, Barahona). De este modo, el quid pro quo de la derecha en este impulso para potenciar su competitividad electoral fue el «reinicio» de este equilibrio dinámico construido por la Constitución de 1980 entre estas tres perspectivas ideológicas edificadas bajo supuestos y creencias que se han mostrado históricamente antagónicas. Puede ser de interés recordar que estos tres polos de la derecha pueden coexistir entre partidos del sector o dentro de un mismo partido.
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La imagen de una derecha internamente fragmentada e inconsistente en lo ideológico que se desprende del análisis interpretativo del pensamiento del sector realizado por Cristi y Ruiz se ratifica con los datos del proyecto Elites Latinoamericanas de la Universidad de Salamanca (PELA-USAL), que permiten determinar las ubicaciones ideológicas de la UDI y RN. Se observa en el GRÁFICO 2 una tendencia al desplazamiento hacia el centro político, así como una brecha significativa entre la ubicación de los partidos del sector (Ubicación RN; Ubicación UDI) y la ubicación de los candidatos presidenciales (Progr_Der) estimada con los datos de Manifesto Project (MARPOR). Esta distancia entre la ubicación de diputados de los partidos tradicionales de la derecha y la ubicación de las candidaturas presidenciales ratifica el patrón de inconsistencia entre liderazgos presidenciales y el contingente legislativo del sector.
La trayectoria orientada al centro político también plantea el dilema de la estabilidad en los apoyos de su coalición para los dos gobiernos de Piñera, así como el costo de mediano plazo por el abandono de las ideas conservadoras. Probablemente la consolidación de esta trayectoria explica la formación de nuevos referentes en la derecha que reivindicaron creencias conservadoras, con una estrategia que por momentos incluso trasciende la competencia electoral. Acciones de resistencia cultural contra las ideas liberales hegemónicas han sido impulsadas por centros de estudio tales como Ideas Republicanas y Foro Republicano y, desde 2019, por el Partido Republicano liderado por José Antonio Kast. Pero no es necesario ir tan lejos, pues el tironeo desde posiciones conservadoras fue público desde el primer gobierno de Piñera con interpelaciones habituales al Jefe de Estado por parte de Carlos Larraín, a la sazón presidente de RN.
La frágil consistencia programática de la derecha, con antecedentes durante el largo siglo XX, sumado a la distancia ideológica entre liderazgos presidenciales y su contingente parlamentario, constituyen condiciones que los futuros liderazgos del sector deberán enfrentar. No cabe duda que a las tres almas de la derecha les acomoda más ser oposición que gobierno. En sus dos presidencias, Sebastián Piñera optó por el pragmatismo y la efectividad, anteponiendo los resultados de las decisiones a las disputas doctrinarias en la derecha. Allí está su principal legado. Los costos de esta decisión fueron la exposición al «fuego amigo» y una dificultad permanente para capitalizar la efectividad en el corto plazo. En este marco, Piñera heredará una fórmula para enfrentar problemas crónicos en la derecha; siendo el más importante de ellos, el de gobernar con altos costes de corto plazo a un sector internamente fragmentado y polarizado que se encuentra en la búsqueda de una nueva síntesis ideológica.