Libros: Las páginas en blanco de Roberto Bolaño
16.01.2024
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16.01.2024
Por qué la reedición de una antología de poesía chilena en el exilio, original de 1983, ha tenido que dejar fuera al célebre autor de Los detectives salvajes. Y cuánto dice en el actual contexto esa ausente presencia. Columna de opinión para CIPER.
Entre los once títulos reeditados recientemente por la editorial de la Universidad de Santiago, como parte de una colección especial de conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado, está un libro de 1983 que ya era inencontrable, Entre la lluvia y el arcoíris. Antología de jóvenes poetas chilenos, de Soledad Bianchi. Es un libro del exilio, que reunió a una comunidad imaginaria de poetas que no se conocían entre sí, pero compartían características generacionales y reivindicaciones democráticas, así como las marcas del desarraigo, un idioma y aspiraciones literarias.
La selección fue realizada en París, editada en Rotterdam e impresa originalmente en Barcelona, en un proceso que duró varios años. Soledad Bianchi, exiliada entonces en Francia, recopiló, leyó, analizó y seleccionó la poesía que se escribía bajo y en contra de la dictadura. Joven ella misma, se fijó en el trabajo de quienes no habían publicado antes del Golpe; es decir, poetas nacidos principalmente en los años 50 que ejercían de eslabones con la generación dispersa identificada con la década de los 60 (la de Manuel Silva Acevedo, Floridor Pérez, Omar Lara, Delia Domínguez, Jaime Quezada, etc.). El más joven de esa promoción era Gonzalo Millán (1947-2006), a quien la autora reconoce como un puente o gozne que daba continuidad a la tradición de nuestra poesía. Con los poemas a la vista —producto de carteos difíciles en tiempos de dictadura; dispersión, desconfianzas y pellejerías económicas en «el interior» y el exilio (sin fax, correos electrónicos ni celulares; sin la inmediatez del siglo XXI)—, Bianchi estableció sus criterios, jerarquizó, seleccionó y gestionó la publicación, que en Chile se volvió muy difícil de conseguir (mi ejemplar lo compré en una venta de garage de un poeta retornado).
El libro muestra a dieciséis poetas, desde Eduardo Parra (1944) hasta Bárbara Délano (1961-1996), la más joven y la que partió primero. Hace cuatro décadas, la mayoría eran/éramos menores de 30 años. Poetas en general desconocidos, sin prestigios consolidados ni visibilidad en el mercado editorial. Desde entonces cada «joven poeta» maduró y fue construyendo una obra personal. Algunos —por ejemplo, Zurita, Bolaño, Redolés— alcanzaron un reconocimiento evidente y merecido (incluso, la fama), lo cual confirmaría el acierto literario de la antologadora. No fue este un panfleto ni la exhibición de vocaciones circunstanciales. Los antologados siguen/seguimos publicando hasta hoy, cuando ya han/hemos dejado de ser jóvenes y lamentamos el fallecimiento de varios de la lista: Juan Armando Epple, Gonzalo Millán, Miguel Vicuña, Erick Pohlhammer, Roberto Bolaño y Bárbara Délano. Todos vecinos del mismo barrio-libro.
«A cada uno de los autores —se explica en la introducción— se le pidió una presentación de él mismo y de su poesía». Una suerte de reflexión temprana sobre el oficio. Roberto Bolaño (1953-2003), por ejemplo, escribió: «Realmente emocionadísimo ante la perspectiva de escribir un arte poética». Conocer los inicios como poeta de quien más tarde se iba a volver célebre por su prosa despierta una comprensible curiosidad. Sin embargo, la expectativa se frustra al encontrarnos con sus páginas en blanco. En el prólogo a esta segunda edición se aclara la omisión:
Con las vueltas de la vida y los halagüeños beneficios que puede acarrear la muerte, cómo iba a sospechar Roberto Bolaño […] que la severidad de sus herederos lo transformaría en un vacío, impidiéndole estar, ahora, entre estas páginas y, aprovechándose de su ausencia irreversible, lo volvería definitivamente mudo y desaparecido, borrando su talento, su humor, su pasión por la escritura y su propia escritura… [p. 31].
No hay antología sin detractores. En todas, algunos nombres brillan por su ausencia u ocupan páginas innecesariamente. Escribió una vez Enrique Lihn: «Basta cualquier combinación de poetas chilenos para que ese golpe de dados arroje una aproximación atendible de lo que ocurre en el país en materia de poesía.» [1987].
En este caso, la ausencia se hace presente gracias al diseño de la publicación. Celebro la decisión editorial de asignarle a Bolaño el espacio que le corresponde en el libro-objeto. Las páginas en blanco son significativas, como lo fueron cuando la prensa denunció la censura —burlándose de ella— con elocuentes espacios silenciados.
***
Es lamentable que al momento de evaluar la autorización para una obra de este tipo no se considere la voluntad previa del autor irremediablemente ausente. En la antología, más allá de los valores individuales, hay un valor en el conjunto. Este revela la diversidad de la muestra y un momento inicial —cuando primaba la solidaridad antes que el individualismo— en el desarrollo de poetas que persistieron y tienen vigencia. Además, creo que cuando un escritor pasa a ser una marca, un producto bien cotizado en el mercado o incluso «un clásico», justamente sus primeras publicaciones son útiles para el estudio de su trayectoria, de sus inicios, así como de las condiciones históricas de la creación. Al impedir que sus poemas se publiquen en la antología se le desgaja de sus compañeros de oficio y se priva a los lectores del acceso a esa referencia.
Para dimensionar literariamente la antología, de acuerdo con el contexto de escritura, Soledad Bianchi hace al inicio una advertencia y una proyección necesaria:
Otros escritores y críticos son conscientes que los poetas que han comenzado a escribir en estos años viven un período de formación en que están buscando cómo decir su palabra definitiva en un medio particularmente difícil. Esta poesía puede ser caracterizada provisoriamente, pero habrá que esperar algunos años para que sus autores levanten una voz firme, decidida y propia -allí probablemente estará más de alguno que hoy no ha comenzado a expresarse-. Los poetas de hoy viven una etapa de aprendizaje que debe caracterizarse por el estudio, la apertura del oído a voces que los antecedieron, la abierta mirada hacia el mundo que los rodea, la búsqueda de una actitud frente al lenguaje y la actividad literaria (p. 18).
En el contexto de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado en Chile, la muestra no solo recorta un momento de la resistencia cultural contra la dictadura, y en ese sentido constituye hoy un documento de valor político que aporta a las memorias y al registro de la historia reciente, especialmente del exilio, tan desconocido aún. También contribuye a la (pequeña) historia de las generaciones de poetas chilenos/as. En este caso, la punta de uno de los iceberg en el panorama de escritores y escritoras activos/as hace cuatro décadas. El libro de las Ediciones del Instituto para el Nuevo Chile, que dirigió Jorge Arrate en Holanda, es el mismo libro que ahora publica la Editorial de la Universidad de Santiago. Es el mismo, pero es otra la situación de lectura. Incluso la (re)lectura de sus mismos antologados.
Por último, lo primero: el título. Entre la lluvia y el arcoíris, intuye la imagen que estaba en el aire y que simbolizó la escaramuza democrática que trajo una alegría indesmentible, pero efímera porque hubo cambio de régimen y no de sociedad; no revertió la derrota cultural que instaló la opresión del mercado y el individualismo que, como vemos, ha permeado toda nuestra vida social. El arcoíris, sin embargo, sigue representando la característica de nuestra poesía y de nuestra sociedad: su gran diversidad.