Cómo abordar el suicidio infantil y juvenil en Chile
03.01.2024
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03.01.2024
Las cifras son reducidas pero, de todos modos, dolorosas: cada vez más escolares de nuestro país acogen la idea de terminar con su vida y, en algunos casos, la concretan. Un especialista en salud mental desarrolla en columna para CIPER la necesidad de un cambio de abordaje del problema, que no evite la conversación sobre el tema, sino que la integre como parte del cuidado y formación en su autoconocimiento.
Las estadísticas sobre suicidio entre la población infantojuvenil arrojan algunas cifras llamativas. Sabemos, por ejemplo, que constituye la segunda causa de muerte en el rango etario entre 15 y 29 años [MOSQUERA 2016]. Respecto a nuestro país, también conocemos las tasas de mortalidad por suicidio en grupos menores, con una cifra de 183 muertes por suicidio en el período 2010-2019 entre menores de 14 años de edad [MINSAL 2022]. Se trata de una estadística dolorosa, pero que esparce cierta esperanza si se considera que es veinte veces menor que la de grupos etarios más adultos.
Estudios recientes permiten caracterizar de forma precisa los cambios que ha sufrido la salud mental pediátrica desde el inicio de la pandemia hasta la actualidad, con conclusiones en general muy desalentadoras: según un metaanálisis publicado en The Lancet [2023], en el período 2020-2022 han disminuido las visitas a servicios de emergencia por motivos de salud mental distintos al suicidio, aumentando a la vez la ideación suicida e intentos de suicidio en población infantojuvenil, sobre todo entre mujeres.
El suicidio es un fenómeno ampliamente estudiado, desde diferentes campos; llevándonos a niveles de profundidad que nos han permitido caracterizar el fenómeno, principalmente desde la mortalidad. Podemos determinar prevalencias de mortalidad según género, edad, estrato socioeconómico y otras múltiples categorías, pero ¿Qué pasa con el resto de componentes de la muerte por suicidio?
El parasuicidio, el suicidio consumado, el suicidio frustrado, los equivalentes suicidas, la ideación suicida, entre otros, son diferentes manifestaciones para el mismo conflicto [ECHEBURÚA 2015]. Entre niños, conocemos bastante sobre la mortalidad, pero poco respecto a la ideación (pensamientos acerca de la voluntad de quitarse la vida, con o sin planificación del método). La prevalencia de la ideación oscila entre un 10 y un 35% de la población mundial, con tendencias hacia el polo inferior por parte de la población infantil, sobre todo si es población infantil escolarizada [CAÑÓN y CARMONA 2018].
Si bien la ideación suicida no se presenta obligatoriamente como un precursor del suicidio consumado, sí ha sido ampliamente estudiada como un factor de riesgo. Dada esta relación, ¿Cómo estamos abordando la ideación suicida en población infantil? La respuesta es desalentadora: de forma muy pobre.
Una de las primeras cosas que me impresionó al realizar mi internado en Salud Family Health Centers en Longmont (Colorado, EE. UU.) fueron las diferencias en cuanto al abordaje de la temática del suicidio entre Chile y Estados Unidos. Algunos estudios han revelado cómo la divulgación de información respecto al suicidio puede ser un gatillante de este, principalmente cuando se presenta como una vía de escape para la víctima, o cuando divulgamos los métodos empleados para consumarlo. Así, en Chile se emplea un abordaje conservador que tiende a evitar esta temática en la conversación con adolescentes. En Estados Unidos, en cambio, si bien cabe destacar que la prevalencia del suicidio infantil consumado es diametralmente superior a la que se da a escala nacional, se manejan estrategias mucho más frontales de abordaje, principalmente con el fin de monitorear de forma adecuada los factores de riesgo asociados.
Es un auténtico choque cultural en términos de atención en salud mental, que me llevó a reprogramar mi discurso de abordaje con pacientes. Logré acostumbrarme a consultarles directamente a niños muy pequeños si en el último tiempo habían tenido ganas o pensamientos asociados a hacerse daño o atentar contra su vida. Gran cantidad de pacientes me respondía que sí; que en las dos semanas previas, habían tenido pensamientos y/o intenciones autodestructivas casi todos los días.
Dentro de los instrumentos que empleo para mi tesis doctoral, utilizo el Patients Health Questionnaire (PHQ-9) para medir sintomatología depresiva en estudiantes de entre 10 y 14 años, el cual cuenta con varios ítems para evaluar frecuencia de síntomas y las complicaciones que estos causan. Los resultados preliminares de su aplicación me han dejado atónito: un 27,6% de los integrantes de la muestra (chilenos e inmigrantes en Chile) presentan ideación suicida en las dos semanas previas, con una mayoría de ellos concentrados en el rango etario de entre 10 y 12 años.
¿Cómo es que no instruimos a los profesionales de la salud en Chile para que realicen, de forma adecuada y cautelosa, un catastro respecto a ideación suicida con sus pacientes infantiles? ¿Qué tan a salvo estamos de que la ideación no termine desembocando en aumentos nunca antes vistos de suicidios infantiles consumados en nuestro país? ¿Por qué pudimos paralizar el mundo por la pandemia de COVID-19, y ni siquiera ralentizamos el día a día por una de las principales causas globales de muerte en población infantojuvenil?
El gobierno actual lleva adelante una serie de nuevas medidas para la prevención del suicidio; algunas de ellas, particularmente interesantes, como el Programa Nacional de Prevención del Suicidio, el fono *4141 (parte de la iniciativa «Construyendo Salud Mental», a cargo del MINSAL) y otras que tributan al desarrollo de factores protectores, como la iniciativa «A convivir se aprende» y el Programa de Apoyo a la Salud Mental Infantil. Si bien estimo que son indicios de esfuerzos categóricos por mejorar la salud mental de nuestros niños y niñas, debemos considerar abarcar la problemática de forma mucho menos silenciosa y con aún mayor agresividad.
Podemos citar desinformación (mayor investigación en los grupos con mayor mortalidad), adultocentrismo, falta de estrategias para abordar la temática y muchas otras como los motivos detrás de este débil abordaje, pero la verdad es que, ante una crisis creciente, poco importan las respuestas y mucho importan las soluciones. Que uno de cada tres niños de entre 10 y 14 años en Chile quiera acabar con su vida o hacerse daño, no es una cifra que podamos tolerar, no es una cifra digna del país que queremos ser. Como dijo Gabriela Mistral: «El futuro de los niños siempre es hoy. Mañana será tarde».