CARTAS: Condena en caso Cheyre
03.01.2024
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03.01.2024
Señor director: En mi país una persona puede ser condenada como cómplice en el homicidio calificado de quince personas, y no pasar un día en la cárcel.
Si se tratara de un caso reciente y de connotación pública, las redes sociales explotarían, los matinales estarían una semana hablando del tema, se crearía una comisión investigadora y se pedirían un par de interpelaciones; los diputados correrían peleándose por firmar una acusación constitucional contra los ministros de la Corte Suprema o contra el ministro de Justicia. No faltaría quien culparía al propio presidente de la República.
A la condena recién descrita debe sumarse que quien fue encontrado culpable estuvo cincuenta años libre y gozando de la más absoluta impunidad por este crimen. Es el único ser humano capaz de estar y no estar en un lugar, de escuchar y no escuchar órdenes de fusilar, o absurdos tan extremos como ser parte de un consejo de guerra contra una persona condenada a bajas penas de cárcel y días después, sin que se le moviera un pelo, ser parte de una coordinación que publicaría el nombre de la misma persona condenada a la pena de muerte.
En un país de cerezas y de corazones la Justicia parece funcionar en dos niveles. En uno de ellos puedes contratar abogados que te aconsejen quemar una oficina de impuestos internos para sanear tus deudas con el fisco, y da igual (unas argentinas y unas ucranianas, y todo listo). Son dos Chile. No hablo de divisiones territoriales, políticas ni de clases, sino de un país con o sin memoria, con o sin dignidad. Un país donde funcionarios públicos enterraron en una fosa común a quince personas, y tuvieron que pasar veinticinco años para que sus deudos encontraran sus cuerpos (y no por su colaboración).
Ahora han tenido que pasar otros veinticinco años para que los hijos, hermanos o nietos de esas víctimas puedan conformarse con una miseria de “justicia”. 50 años de espera para una bocanada de reparación que solo alcanza para tomar impulso y seguir luchando. Porque si de algo estoy seguro desde mi experiencia, es que a esas gigantes mujeres que se les fue una vida esperando este fallo no las callarán con sus migajas.
En ese mismo país, algunos después se preguntan de dónde es que viene tanta rabia.