«Ruido social», o la acústica de la política
11.12.2023
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11.12.2023
Pareciera como si el único modo de encontrar espacio en el actual debate público fuese alzando la voz, reflexiona la siguiente columna para CIPER, a la luz de la discusión constitucional previa al plebiscito del próximo domingo. El ruido circundante se corresponde con una engañosa polarización, «que crece y se hace evidente incluso sin que la distancia ideológica entre oponentes sea exorbitante.»
«Feliz estoy de que hayan vuelto […], me parece fantástico que [exista] este lugar para que se reúnan los perros rabiosos, los monos peludos, para que todos podamos pelear, discutir. Alzar la voz…, si no es tan malo alzar la voz. A mí me encanta que la gente se manifieste, no tengo ningún problema». Hace unas semanas, así comenzó su alocución una de las invitadas al programa político de moda en redes, en parte caracterizado, de hecho, por las voces alzadas y las discusiones ruidosas.
Convivimos hoy en Chile con un «ruido social» que se ha vuelto esencial en el debate público y la espectacularización de la política. Invade desde el microcosmos de la sobremesa familiar hasta el Congreso, sin distinción entre sectores políticos. Vemos «funas» ruidosas y desaforadas como epítome de un repertorio de acción destinado a opacar y humillar al oponente (dejándolo inescuchable). La funa busca sacar al otro de la escena acústica; es decir, pretende silenciar al contrincante forzándolo a experimentar la autocensura. Del mismo modo, aquellos sectores extremos que utilizan frases como «llegó la hora de meter ruido» confirma el alza de herramientas deci-bélicas para obtener notoriedad en el espacio público. Atrás quedan la mesura, el silencio, la vergüenza, la resignación y la pasividad. Pasó el momento tanto de la «derechita cobarde» y muda, como de la izquierda en repliegue y reflexión.
La idea de «ruido social» puede ser utilizada como una metáfora del debate político actual, marcado por la falta de escucha activa, pacífica y respetuosa hacia un «otro» que piensa distinto a mí. Se olvida que el debate democrático requiere cierto grado de silencio. Cuando todos quieren ser escuchados, y para eso «hacen ruido», pero no están dispuestos a escuchar (y ni siquiera a escuchar-se), entonces la maraña de dimes y diretes confusos y altisonantes terminan por dejar a la sociedad sorda y alejada del debate político.
En paralelo a este «ruido social», se ha producido en el último tiempo en la sociedad chilena una fuerte polarización afectiva, determinada por una mirada altamente favorable sobre el grupo político que se considera propio, y, al mismo tiempo, negativa y reprobatoria (incluso en términos morales) del grupo opuesto. Esto sucede sin que necesariamente la distancia ideológica sea exorbitante [IYENGAR et al. 2012; IYENGAR y WESTWOOD 2015, p. 691; ROJO-MARTÍNEZ y CRESPO-MARTÍNEZ 2023, p. 30; SEGOVIA 2022]. Esto quiere decir que los grupos pueden sentirse muy alejados entre sí, pero en realidad no estarlo tanto. La distancia (imaginada o no) nos obliga a gritar. La polarización tiene, entonces, una dimensión acústica. Entiéndase aquí «acústica» no sólo por el elevado tono de voz, la prevalencia de la pelea y la disputa desaforada, sino también el contenido de esa discusión (donde el «otro» es atacado y/o mirado despectivamente). Este escenario ha sido alimentado especialmente desde los extremos políticos (tanto de izquierda como de derecha) que hicieron que el diálogo y debate tranquilo, mesurado, de escucha pacífica y aceptación del oponente se fuese debilitando.
Además, tienen un rol que jugar aquí las redes sociales, cuyos espacios de coexistencia (en muchos casos, opuestos a la con-vivencia) amplifican y promueven ese ruido. No es coincidencia que el fenómeno de «cámaras de eco» —cuando las rr. ss. reproducen exponencialmente sólo el contenido que queremos ver, pues el algoritmo está hecho para satisfacer nuestras preferencias— haga referencia, precisamente, a una palabra asociada al ruido: «eco». Las redes online aumentan el sonido de nuestro pensamiento. Si bien sabemos que el conflicto es, sin duda, necesario para una democracia sana, y que el conflicto en las redes sociales también puede ser, hasta cierto punto, conveniente (sobre todo si promueve la libertad de expresión), hay sin duda un problema cuando ese conflicto genera tal nivel de «ruido social» que impide escucharnos.