Milei no quiere comer
30.11.2023
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30.11.2023
Fueron «las ideas de la libertad» las que supuestamente se impusieron en la reciente elección presidencial argentina. ¿Pero libertad entendida como qué?, pregunta el autor de esta columna para CIPER, que cruza reflexión política con citas a The Matrix y al más popular filósofo esloveno.
Al nuevo presidente de Argentina la comida le da lo mismo; más bien, no le genera nada, no hay placer: es como un trámite. Lo dijo Javier Milei en una entrevista de hace dos años a un canal de YouTube: «Para mí, la comida es una cuestión meramente fisiológica. Es una forma de meterle combustible al cuerpo».
El almuerzo es una pérdida de tiempo que fastidia al libertariano: «Si vos me dieras una forma de alimentarme vía pastillas sin tener que estar comiendo, me mando las pastillas».
Milei no quiere comer. Milei quiere ser libre.
Alimentarse es uno de nuestros requerimientos básicos, naturales; animales, incluso, como dormir. El presidente electo tiene razón: aquello que pertenece al ámbito de la necesidad, de lo forzoso, es justo lo contrario de la libertad que tanto dice defender. La condición humana busca satisfacer las necesidades para así dar lugar y tiempo a la acción libre. Por eso se reivindican los derechos sociales, aunque estos no son del gusto del mandatario: una vez garantizado el bienestar material, la autorrealización pasa a ser más que una declaración.
«Hágote saber —le dice el Quijote a Sancho— que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano». El hidalgo sermonea así a su escudero porque este se la pasa pensando en comer y dormir. Y eso es indigno; es estar entregado a las necesidades naturales.
Cuando se hace la distinción entre necesidad y libertad, se suelen poner de un lado cuestiones como la comida, y del otro las artes o la política. Sin embargo, ¿acaso no es libertad el que los seres humanos, como Sancho, gocemos de la comida y de la bebida (y del sexo; ojo con que Milei ha dicho que es profesor de Tantra)? Si nuestras necesidades fueran mera fisiología, las saciaríamos con pastillas, batidos o, no sé, esa suerte de arroz con leche que comen los rebeldes —hombres y mujeres libres— en Matrix. Con eso bastaría.
Pero no basta. Si se trata de disfrutar, de gozar: no basta. Dicen que Chile, entre los años 90 y los 2000, vivió las mejores décadas de su historia, que la Concertación fue la coalición política más exitosa de nuestros doscientos años como República: la economía creció, la pobreza bajó, el consumo llegó a todos. Y, sin embargo, el país estalló. Tal vez no es suficiente con que la libertad avance, como dice Milei (quien suele citar al sistema económico chileno de privatizaciones como referente). O quizás la libertad no es —o no solamente, al menos— tener plata ni alimentarse con pastillas.
Pero así como es cierto que no solo de pan vive el hombre («pan y rosas», decían las sufragistas), también lo es que el pan tostado con mantequilla —o, ahora que viene el verano, con tomate y ajo— no es solo pan, y menos si va acompañado de risas y conversación a la hora de once. Hay arte y palabra ahí.
En Matrix (1999), Cypher traiciona a sus compañeros rebeldes a cambio de poder probar un filete [imagen superior]. O, más bien, para regresar a la máquina, dejar de lado la vida de sufrimiento y cereal con leche, y volver a sentir goce:
«¿Sabes? —le dice al agente Smith en una de las escenas de la película, mientras mira en su tenedor un trozo de carne cocinado a punto—. Sé que este filete no existe, sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix la que le está diciendo a mi cerebro “es bueno y jugoso”. Pero después de nueve años, ¿sabes de qué me doy cuenta?».
El personaje entonces hace una pequeña pausa y se echa la carne a la boca, la mastica, la saborea, la traga, y concluye: «La ignorancia es la felicidad».
Con tal de ser feliz, el hombre, Cypher, puede renunciar a muchas cosas, incluso al conocimiento, a la verdad y a la libertad. ¿O será que se libera de nueve años de sufrimientos y elige gozar? Parece que la libertad es más complicada que comer o no comer. Hay veces en que perder el tiempo es recuperarlo. O en que aprender algo es darse cuenta de cuánto se desconoce. Hay quienes se lanzan a una cárcel buscando una libertad que no pueden tener afuera.
Neo, el protagonista de Matrix, hace justo lo contrario que Cypher, elige liberarse de la mentira construida por el sistema y vivir en la realidad real. Se toma la pastilla roja, rechaza el placer ilusorio. ¿O no? Ese rizador de rizos que es Slavoj Zizek comenta sobre el final de la película, cuando Neo cuelga el teléfono y vuela:
«¿Qué le ofrece exactamente Neo a la humanidad? No un despertar directo al “desierto de lo real”, sino la posibilidad de flotar libremente entre la multitud de universos virtuales: en lugar de ser simplemente esclavizados por Matrix, uno puede liberarse aprendiendo a cambiar las leyes de nuestro universo, y así volar o violar las leyes de la física. La elección no es entre la verdad y una ilusión placentera, sino entre dos formas de ilusión. […] Neo ofrece a la humanidad la experiencia del universo como patio de recreo en el que jugar una multitud de juegos, pasando libremente de uno a otro, modificando las reglas que fijan nuestra experiencia de la realidad.»
La distinción entre libertad y necesidad no es tan evidente: queda bien en el papel y en la cabeza, pero a la hora de la vida se enreda. Puede que así como Zizek habla de dos formas de ilusión, nosotros podamos decir que hay dos (o más) formas de necesidad o de libertad. Y ahí juega o se enreda la política, la vida en sociedad, la vida de los individuos.
Quizás, entonces, haya que reconocer que lo de Sancho, tanto como lo del Quijote, es libertad. Lo de Cypher, lo de Neo. ¿Y lo de Milei también? ¿Y lo de sus votantes?