Religión y nueva Constitución: ampliar las voces
27.11.2023
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27.11.2023
En el debate sobre el tipo de sociedad a la que aspiramos, el tema religioso puede ser un aliado de la ampliación de derechos y no, como parece serlo hasta ahora, una excusa para restringirlo. La siguiente columna para CIPER describe los errores cometidos tanto por el gobierno como por la oposición en ese necesario diálogo en torno a la fe: «El progresismo necesita ser más estratégico en su acercamiento y articulación con voces religiosas y espirituales críticas […] para disputar sentidos públicos frente a los sesgos sobre la presencia religiosa y aportar a la ampliación del ambiente cívico a partir de voces espirituales plurales. La derrota en el proceso constituyente ha tenido un lamentable ingrediente religioso, especialmente por el rol que cumplieron voces conservadoras y la carencia de otro tipo de perspectivas.»
Me gustaría traer dos imágenes recientes que nos dejó el proceso constituyente sobre el lugar que juegan los actores religiosos en nuestra sociedad; más concretamente, los evangélicos. La primera tiene que ver con el estudio que realizó la Universidad del Desarrollo (UDD) posterior a las elecciones del 7 de mayo, en torno a los factores de fondo que dieron lugar a los resultados. Uno de ellos sostiene que una de las bases electorales de la victoria republicana fue el apoyo de los «fieles evangélicos». Según este estudio, la opción republicana en las comunas con mayor concentración evangélica alcanzó entre un 30% y 45%, mientras que en las de menor presencia porcentual, se da un fenómeno inverso en relación con la coalición «Unidad para Chile».
La segunda imagen refiere a las declaraciones vertidas por la consejera constitucional y vicepresidenta del partido Republicano, María Gatica —quien incluye el ser creyente como parte de su currículum—, durante el último Tedeum evangélico: «Queremos pedirles explícitamente a todas esas personas que dicen creer en Dios, así como las feministas defienden sus posturas y todos tienen el derecho, los cristianos también tenemos el derecho de poder decir que queremos que la ley proteja a quien está por nacer, porque el primer y más fundamental de todos los derechos, es el derecho a la vida».
Estas dos imágenes nos muestran un patrón común: la idea de que existe un paralelo entre una identificación religiosa y una posición política. Más allá de las observaciones que podríamos hacer en torno a las precisiones metodológicas del estudio de la UDD y la relevancia de sus conclusiones muestrales, hay que advertir que el análisis de los datos concretos puede llevar a conclusiones equivocadas o a lo menos sesgadas con respecto al fenómeno que refiere. Que la densidad evangélica sea mayor en esas comunas, ¿indica que el posicionamiento evangélico es determinante, o en realidad es reflejo de las tendencias geográficas generales de la comuna en sí? ¿Esto nos llevaría automáticamente a hacer un paralelo entre el posicionamiento evangélico y un marco político particular, o vemos en dicho espectro las mismas tendencias, ambivalencias y mutaciones que forman parte de la sociedad en general?
En otros términos, ¿es que lo religioso incide en las tendencias políticas, o que estas tendencias inciden en lo religioso? ¿O acaso hablamos de dos espectros que se retroalimentan mutuamente a partir de las demandas del contexto?
Es importante hacer esta advertencia para evitar varios equívocos. Ya hemos discutido anteriormente sobre el problema de homogeneizar el voto evangélico bajo un alero ideológico [ver del mismo autor en CIPER-Opinion: “Evangélicos en las urnas: ¿un voto determinante?”]. Pero este fenómeno no sólo interviene en la cuestión electoral sino también, desde una mirada más amplia, sobre la comprensión del rol que cumplen las religiones en general y las iglesias en particular dentro de las dinámicas sociopolíticas. Así como la diatriba derecha-izquierda ha quedado pequeña para dar cuenta de todo el variopinto proceso de identificaciones políticas, lo mismo sucede con el campo religioso, el cual es imposible de ubicar como un espacio sujeto a esos polos, o incluso a uno solo de ellos [ver en CIPER-Opinión: “Ser evangélico no es ser de derecha”]. Por eso, insistimos en la necesidad de comprender la relación religión-política desde dos ejes fundamentales: su constitutividad plural en términos ideológicos y su movilidad interna como respuesta a las contingencias históricas, en consonancia con los propios humores y movimientos presentes en la sociedad.
Volviendo al estudio de la UDD, entonces, más allá de las lecturas que nos ofrecen las evidencias muestrales sobre la composición religiosa de ciertos colectivos con respecto a procesos sociopolíticos, debemos tener cuidado en hacer conclusiones generales en términos de pertenencias ideológicas (la equivalencia evangélica con respecto a una opción particular) y su arraigo temporal (como si lo evangélico fuera inamovible, sin seguir los mismos antagonismos que la sociedad).
Los dichos de Gatica son un claro reflejo del peligro de los sesgos analíticos sobre lo religioso: estos reduccionismos pueden dar lugar a prácticas de instrumentalización política, tal como lo hace esta consejera al afirmar que la opción por la «vida» (haciendo referencia a la negación de derechos sexuales y reproductivos) es una opción intrínsecamente cristiana, incluso de su antropología. Lo que está haciendo la republicana es plantear la falacia de una supuesta agenda política cristiana -aceptada por todo el espectro religioso- que se contrapone a los feminismos en términos de posicionamiento con respecto al aborto. Ello, por el contrario, es coherente con el lineamiento de su partido, no con el de la iglesia evangélica como un todo. Incluso la apelación a la antropología cristiana es absolutamente superficial, ya que dicho campo de estudio presenta variantes muy discordes, dependiendo las denominaciones, líneas teológicas, dogmas, etc.
No hay duda sobre el hecho de que existen tendencias aglutinantes y posicionamientos mayoritarios respecto a este tema particular. Sin embargo, se cae en una irresponsabilidad analítica si se termina haciendo un paralelo sustancialista entre aspectos religiosos y posicionamientos políticos, morales o culturales, sin tener en cuenta las distinciones, diferencias y variedad presentes internamente.
Como hemos indicado en otras oportunidades, en el campo religioso habitan una diversidad incontable de posicionamientos que dan cuenta de complejos procesos de configuración identitaria. Por ejemplo, con respecto a este caso particular, podríamos mencionar varios grupos de mujeres dentro de las iglesias y otros sectores religiosos que acompañan agendas feministas y de salud sexual y reproductiva desde la misma identidad de fe. Más allá de eso, lo que queremos destacar es el hecho de cómo un sentido restrictivo sobre lo religioso puede dar lugar a prácticas de manipulación discursiva funcionales a intereses partidarios o incluso gubernamentales, tal como lo vemos en Gatica.
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En este contexto, vale también preguntarse por qué esta instrumentalización es más recurrente en grupos políticos de derecha que de izquierda (y digo «más recurrentes» porque existen ejemplos desde otras veredas políticas, como en Nicaragua y Venezuela, donde encontramos prácticas de instrumentalización gubernamental similares de voces religiosas evangélicas para cuestionar a sectores de oposición vinculados, por ejemplo, al catolicismo). En una reciente nota, Noam Titelman expresa que uno de los problemas del progresismo nacional ha sido «abandonar al sujeto popular de identidad cristiana». Esta afirmación es sumamente acertada, y además refleja una limitación presente en una gran mayoría de voces progresistas y de izquierda en toda la región. Incluso lo podemos ver en el actual gobierno que, a pesar de mantener un diálogo con amplios sectores religiosos del país, expuso grandes inconvenientes al inicio de su mandato para emprender acercamientos estratégicos con sectores creyentes —especialmente evangélicos—, lo que derivó en una conformación tardía de las capellanías, de la propia Oficina Nacional de Asuntos Religiosos (ONAR) e incluso la influencia de voces religiosas conservadoras en ciertos armados, las cuales se incluyeron por desconocimiento de la existencia de otros grupos y por temor a la reacción de sectores religiosos tradicionales.
En otros términos, más allá de que los grupos de activismo progresista tengan muchas razones para mantenerse en tensión con la Iglesia (especialmente por su papel histórico en la vulneración de derechos), no podemos dejar de reconocer que su distancia también responde al arraigamiento de cierto laicismo ilustrado y un gran desconocimiento del campo que, además de presentar por momentos rasgos antidemocráticos (ya que a veces se tiende incluso a desplazar por completo la legitimidad de la presencia pública de lo religioso, lo cual también implica una vulneración de derechos), no permite construir alianzas estratégicas con sectores religiosos disidentes que podrían ser aliados fundamentales en el enfrentamiento de movimientos neoconservadores, que también se apoyan en narrativas religiosas ideológicamente orgánicas.
En resumen, podemos identificar tres conclusiones fundamentales de estos acontecimientos. Primero, necesitamos un análisis más complejo y amplio de la geografía política religiosa, advirtiendo sus paradojas, ambivalencias y diversidades internas, con el propósito de dar cuenta de la amplitud de alianzas y articulaciones entre lo religioso y lo político. Segundo, la resignificación de conceptos tan básicos como ‘religión’ (y tan poco analizados como los de ‘libertad religiosa’, ‘laicidad’, entre otros) tiene un directo impacto en el desarme de las empresas utilitaristas de instrumentalización neoconservadora de narrativas homogeneizantes con respecto a las supuestas posiciones morales e ideológicas del campo religioso. Finalmente, el progresismo necesita ser más estratégico en su acercamiento y articulación con voces religiosas y espirituales críticas, comprometidas con los derechos humanos y los diversos activismos inclusivos, para disputar sentidos públicos frente a los sesgos sobre la presencia religiosa y aportar a la ampliación del ambiente cívico a partir de voces espirituales plurales.
La derrota en el proceso constituyente ha tenido un lamentable ingrediente religioso, especialmente por el rol que cumplieron voces conservadoras y la carencia de otro tipo de perspectivas. No dejemos que el panorama continúe transitando hacia un oscurantismo más profundo —¡valga el paralelo histórico!— y hagamos que lo religioso se transforme en un espacio aliado, al menos en términos estratégicos, hacia la tan necesaria ampliación de derechos.