El Joker en Casa Rosada
24.11.2023
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24.11.2023
Las ideas de derecha extrema activas hoy en el mundo son más nuevas y diversas de lo que suele comentarse, advierte esta columna de opinión para CIPER, que describe los peculiares referentes del presidente electo de Argentina, y la dirección que el cruce entre liberalismo y anarquismo tiene también en Chile: «El terreno que abandonó la izquierda ha sido conquistado por nuevas derechas hábilmente populistas y movilizadores de la libido social. ‘Fachos pobres’ en aplastante revancha contra los ‘cuicos progre’ parece ser el escenario que estamos viendo a ambos lados de la cordillera.»
Se ha hablado demasiado de las características personales del candidato «libertario» que acaba de ganar el balotaje en el país vecino. De hecho, es posible sostener que la obsesión por parte de sus opositores («progres» e izquierdistas) con sus extravagantes antecedentes personales tan sólo contribuyó a potenciar un fenómeno que desde el inicio se basó precisamente en jactarse de ese perfil outsider, añadiéndole miedo y fobia a una campaña electoral que parecía de antemano condenada al fracaso, y que culminó el pasado domingo con una aplastante diferencia de 55 contra 44 por ciento [1], propinándoles al peronismo-kirchnerista y a sus aliados una estrepitosa derrota histórica.
Me lo dijo un familiar de 12 años de edad unos días antes de la elección: «En Argentina va a ganar Milei. No puede ganar el Ministro de Economía». Y, al fin y al cabo, en esta sociedad del espectáculo hacerse famoso aunque sea por lo destemplado y deslenguado, como un economista rockstar que adora a su hermana y a sus perros, está lejos de ser una desventaja; más bien al contrario: la figura de Javier Milei es más carismática que la de la mayoría de los políticos americanos, más que Trump y Bolsonaro juntos; con el atractivo añadido de ser, como él mismo se ha encargado de destacar —y en esto tiene razón— el primer presidente «liberal-libertario» o «anarcocapitalista» de la historia política moderna.
En estas notas quiero concentrarme en las ideas que dice suscribir el presidente electo argentino, las cuales se analizan actualmente desde conceptos muchas veces equívocos. Dentro de las nuevas formas de extrema derecha que con fuerza se expresan hoy alrededor del mundo (más o menos a partir de la crisis económica del 2008) confluyen tradiciones diferentes entre sí, que en sus diversas alianzas y mutaciones van dando forma a fenómenos bastante novedosos, o hasta ahora muy poco conocidos, como es el caso de los llamados «anarquismos de derecha».
Estas nuevas corrientes son, por sobre todo, muy diversas. Con eso, además de algo de caos se aporta dinamismo a un escenario político global en actual reconfiguración, que en el campo de las derechas —definidas a grandes rasgos desde 1789 por su condición antiigualitaria— hace posible reconocer hoy al menos tres grandes corrientes (las cuales son muy evidentes en el caso de Chile). Además de la derecha que ahora llamamos «tradicional» —una síntesis liberal/conservadora, sedimentada a lo largo del siglo XX y que forma en dictadura sus dos partidos principales (UDI y RN)—, experimentamos desde hace pocos años la irrupción de un derecha «republicana», liderada por el ex senador José Antonio Kast, la cual suele ser calificada de «ultraderecha», y que en rigor representa una especie de «vuelta a las raíces» de la UDI más pinochetista: conservadora en lo valórico y neoliberal en lo económico.
Pero además de esa «nueva» derecha republicana —y que expertos como Mudde, Rovira, y Forti etiquetan como «derecha radical» (pues a pesar de su radicalismo respeta y usa las formas y procedimientos de la democracia representativa)—, existe a la derecha de la derecha una multiplicidad posmoderna y hasta rizomática de viejas y nuevas formas de extrema derecha, que algunos han calificado de «populista» o «posfascista». En Chile, esta ultraderecha aparece ahora evidentemente como algo diferente al partido Republicano, sobre todo porque, a diferencia de Kast, sus militantes insisten en rechazar cualquier propuesta de nueva Constitución.
Veamos: el caso de los autodefinidos libertarios de derecha es uno de los más curiosos dentro de este verdadero archipiélago de nuevas extremas derechas conformado por islas minarquistas (partidarios del Estado mínimo), «ancaps» (anarcocapitalistas, partidarios radicales de la desregulación total de la economía para dar lugar al libre juego de la «anarquía del mercado» —aquel orden natural y espontáneo interrumpido desde 1929 por décadas de «keynesianismo» y diversos intentos estatales fracasados de alcanzar la «justicia social»—) y otras.
En la conformación de su ideario compartido resulta clave la vinculación entre la Escuela Austríaca de Economía fundada a fines del siglo XIX por Carl Menger, los idearios nacidos en Estados Unidos bajo la inspiración de la figura de Ludwig von Mises, y la teoría «anarcocapitalista» de Murray Rothbard (este último, además, animador y protagonista del movimiento político libertario desarrollado desde fines de los años 60, casi en contrapunto a la configuración de la «Nueva Izquierda»). Tanto Mises como Friedrich Hayek y Rothbard estaban convencidos de que cualquier intervención social basada en el altruismo y la solidaridad altera el orden espontáneo del libremercado, y de ahí que calificaran al socialismo como una «fatal arrogancia».
Así fue surgiendo un credo que vincula de manera insólita el anarquismo (en principio, una corriente política igualitarista y de extrema izquierda) con la defensa del libremercado. En un primer momento estos libertarios fueron, además de procapitalistas, culturalmente progresistas. En 1971 fundaron el Partido Libertario de Estados Unidos, y fueron calificados despectivamente por la escritora Ayn Rand como «hippies de derecha», cercanos a los «Hermanos Marx».
¿Cómo cabe Javier Milei en todo este recorrido? En algún momento, la variedad de libertarianismo encarnada en Murray Rothbard iba a distanciarse del progresismo del partido que él mismo ayudó a fundar, acercándose a los conservadores republicanos. A esta nueva fauna política se la denominó «paleolibertarianismo»; algo así como un libertarianismo reaccionario a cuya influencia el presidente electo argentino ha dado público crédito.
***
Hace una década hablar de libertarios o anarquistas de derecha parecía un contrasentido. En Chile, la «izquierda libertaria» era un sector político que provenía del anarquismo de los 90, y que se expresaba sobre todo a través de su brazo estudiantil, el Frente de Estudiantes Libertarios. Posteriormente ese sector se incorporó al Frente Amplio, y fue uno de los pilares en la formación de Convergencia Social, el partido del presidente Boric.
Poco antes del estallido de 2019, se vislumbraba más bien en redes sociales la actividad de pequeños núcleos de «liberal-libertarios», algunos de los cuales hacían intentos por convertirse en partido y formar centros de pensamiento. Tenían a Javier Milei como referente, y confluían a la derecha de la derecha con figuras y espacios como los de los hermanos Kaiser. Se opusieron rabiosamente a la revuelta, apoyaron el Rechazo a una nueva Constitución, se unieron a grupos de acción callejera como La Vanguardia (impulsada por otro referente de esta nueva derecha: Sebastián Izquierdo, de Capitalismo Revolucionario), e incluso trajeron algunas veces a Milei a dar charlas en Santiago. El futuro candidato recalcó entonces que la defensa del modelo económico chileno era «la madre de todas las batallas» en la lucha contra el socialismo, el marxismo cultural, los «progres», el globalismo derecho-humanista de la ONU y la ideología de género de las «feminazis».
En estos últimos cinco años que incluyen el estallido social y la reacción antioctubrista, la pandemia y una crisis fronteriza y de seguridad pública, el discurso antiigualitarista y pro emprendedores en versión libertaria de derecha no ha hecho sino aumentar su presencia, contando con poderosos influencers, tales como el multimillonario Elon Musk, considerado un libertario de derecha en alianza con los sectores neorreaccionarios.
En Argentina, el vistoso representante de esta corriente que es Javier Milei ha triunfado en todo el país (con la excepción de tres provincias), en contra de unos adversarios que lo demonizaban como un ultraderechista «loco», «negacionista» y «fascista». Tal como los Republicanos en Chile, el nuevo espacio creado por Milei ha logrado, a pesar de su precariedad organizativa, arrastrar tras de sí a toda la derecha local (aunque está por verse la manera en que el sector de «la casta» representado por Macri logra convivir con estos libertarios que hasta hace poco lo trataban de lo peor).
La reacción de la izquierda y del progresismo ante el triunfo del «huracán Milei» es similar a la que se tuvo acá en Chile ante el triunfo del Rechazo el 4 de septiembre de 2022: rabia y reproches contra un pueblo ignorante y manipulable, que según ellos votaría en contra de sus más elementales intereses. En ambos casos se trata de una reacción que no está a la altura de la necesidad de comprender por qué en tantas partes del planeta la nueva extrema derecha arrasa en las elecciones, lo que nos obligaría a entender con qué sentimientos individuales y colectivos están enganchando estos movimientos, y por qué la izquierda ha perdido casi totalmente la capacidad de convocar a los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
Durante más de doscientos años usamos la dicotomía izquierda/derecha para situarnos políticamente. Pero a diferencia de los siglos XIX y XX, en que la izquierda representaba a los intereses de las amplias mayorías populares mientras la derecha se alineaba con la defensa del viejo orden y las élites, la composición de clase ha cambiado radicalmente: hoy la izquierda parece representar a una minoritaria y autorreferente pequeñoburguesía progresista y profesional educada en la academia posmoderna más sofisticada y en el abandono del viejo marxismo de la lucha de clases. Y el terreno que abandonó la izquierda desde 1989 («el 68 al revés»), ha sido conquistado por nuevas derechas hábilmente populistas y movilizadores de la libido social. «Fachos pobres» en aplastante revancha contra los «cuicos progre» parece ser el escenario que estamos viendo a ambos lados de la cordillera, mientras la enorme y sicótica carcajada del guasón Milei se prepara para ingresar estruendosamente en la Casa Rosada el 10 de diciembre.
[1] 55% contra 44%: proporción que coincide con la del triunfo del No sobre el Sí en el plebiscito de 1988, y también con la diferencia de votos con que Boric derrotó a Kast en diciembre del 2021.