Réquiem para Mohammad Abu Hasira y su familia
17.11.2023
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17.11.2023
Con el apoyo de Estados Unidos y la Comunidad Europea, el gobierno de Israel lleva a cabo una ofensiva contra la población palestina en Gaza de dramático recuento hasta ahora y certificadas transgresiones al Derecho internacional. Por un deber de fidelidad a su memoria, escribe el autor de esta columna para CIPER, el pueblo judío debe «rechazar categóricamente toda práctica de deshumanización del otro; todo racismo institucionalizado; todo uso aplastante de la técnica y de la fuerza estatal e institucional contra una población considerada como enemiga. Lamentablemente, hablar de Israel como Estado judío, y defender sus crímenes recordando la persecución de la cual los judíos hemos sido víctimas a través de la historia, solo terminará, como un búmeran, catapultando el antisemitismo e instalando otra falsa equivalencia, donde el judaísmo se vinculará con crueldad y falta de humanidad.»
A principios de mes, entre las noticias de horror que se repiten y acumulan desde el 7 de octubre pasado, la BBC informaba del asesinato del periodista Mohammad Abu Hasira junto a 42 de sus familiares. Su casa fue bombardeada por el ejército israelí. Su nombre se sumaba así a los más de 36 periodistas muertos en la Franja de Gaza hasta que escribo estas líneas, y a los más de 11.500 palestinos asesinados, de los cuales más de 7.800 son niños y mujeres. No hay registro en lo que va de este milenio de una tal masacre en apenas un mes y unos cuantos días. Tampoco en número de niños asesinados, de mujeres y de ancianos, de periodistas, así como también de trabajadores de las Naciones Unidas: sólo en lo que respecta a estos últimos, ya van más de cien muertos en lo que va del conflicto, la cifra más elevada en los 78 años de historia de la organización.
Familias enteras desaparecen así cada día de la faz de la tierra. ¿Cómo no recordar ese mundo judío que los nazis arrasaron en Europa entre 1939 y 1945? ¿Cómo no relacionar esta tragedia con tantas historias de dolor —que a través de la literatura, la historia y el cine han marcado nuestra cultura y memoria desde fines de la II Guerra Mundial— en las que vemos padres, hijas, hijos, abuelas y abuelos, hermanos y primos exterminados?
Los Juicios de Nuremberg, la Declaración Universal y los pactos relativos a los derechos humanos, la instalación en el sistema jurídico internacional de los conceptos de crímenes contra la humanidad y de genocidio, el mismo Tribunal Penal Internacional; una y otra vez han levantado la expectativa de que aunque la lucha por el Nunca Más y la no repetición represente un camino largo, podíamos tener confianza en que se trataba de un horizonte esperanzador. Una y otra vez, sin embargo, y aún más claramente en estos días, nos enfrentamos al sentimiento de que esto era sólo una ilusión. El apoyo irrestricto de Estados Unidos y de la Comunidad Europea a Israel, aun a sabiendas de que el país está gobernado por fanáticos nacionalistas que no dudan en explicitar su voluntad de arrasar con las y los palestinos, no puede menos que espantar. A lo largo de este mes, aduciendo el derecho a defenderse y luchar contra el terrorismo, con soberbia y una crueldad inusitada, han llevado a la práctica sus amenazas ante la mirada del mundo. La «guerra sucia» en curso da cuenta de cuán poco valor tienen para gran parte de los gobernantes del mundo la vida, los derechos humanos y el sistema jurídico internacional.
Sin duda, fue una masacre la perpetrada por Hamas el 7 de octubre, donde cayeron, según las últimas cifras, más de 1.200 israelíes. Merece por ello la condena internacional y el uso de esa terrible palabra con la que se expresa la «matanza de personas, por lo general indefensas». ¿Pero acaso no es una masacre la respuesta de Israel, donde sólo los muertos contabilizados suman más de once mil? ¿Desde cuándo el derecho a defenderse permite arrasar con un territorio y sus habitantes? Resulta lamentable el rol jugado por los países que hoy callan ante esta realidad, haciendo evidente que sólo se condenan la devastación y las masacres cuando se trata de países que no hacen parte de su círculo de poder. Es triste también ver cómo gran parte de la prensa repite el mismo modelo, sin escatimar sustantivos y adjetivos al tratar el crimen perpetrado por Hamas pero, salvo excepciones, manteniéndose aséptica ante los de Israel. Sólo a modo de ejemplo en la prensa internacional, vamos a Le Monde, el histórico periódico francés: si uno busca la palabra ‘masacre’ en su buscador, de los titulares que utilizan el concepto desde el 7 de octubre, todos sin excepción se refieren a la masacre perpetrada por Hamas, ninguno a las masacres de Israel. 1.200 personas es una masacre, sin duda, ¿pero acaso 11.000 personas no? Una doble moral que se repite, desinforma y desnaturaliza los hechos, deshumanizando una y otra vez a los palestinos.
Hoy, la defensa irrestricta de Israel, la descalificación de cualquier crítica del mismo bajo la acusación de antisemitismo (identificando de manera falsa y peligrosa el país con lo judío y el antisionismo con el antisemitismo), no puede menos que ser una forma de complicidad con un régimen criminal que merece estar sentado en los banquillos del Tribunal Penal Internacional en calidad de genocida («exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad»). Con este tipo de discurso, se enloda también aquella historia y memoria llena de dolor que alcanzó su punto máximo con el Holocausto. Y aún más: cuando los victimarios de hoy se escudan en las persecuciones de las cuales ayer fueron víctimas sus antepasados. Como señala el historiador Enzo Traverso, «una guerra genocida librada en nombre de la memoria del Holocausto sólo puede ofender y desacreditar esa memoria». Así traicionan una historia y una memoria, repitiendo todos los horrores que aquellas horas de dolor imborrable deberían haber vuelto imposibles de repetir. Serle fiel a esa memoria, por el contrario, exige de nosotros rechazar categóricamente toda práctica de deshumanización del otro; todo racismo institucionalizado; todo uso aplastante de la técnica y de la fuerza estatal e institucional contra una población considerada como enemiga. Lamentablemente, hablar de Israel como Estado judío, y defender sus crímenes recordando la persecución de la cual los judíos hemos sido víctimas a través de la historia, solo terminará, como un búmeran, catapultando el antisemitismo e instalando otra falsa equivalencia, donde el judaísmo se vinculará con crueldad y falta de humanidad.
La historia nos enseña que no es lo mismo una acción criminal cuando proviene de una persona o un grupo político que cuando proviene de un Estado, por su sistematicidad, amplitud e institucionalización. El complejo político-militar y tecnológico israelí lleva décadas ahogando y castigando programadamente a la población palestina, ejerciendo prácticas sistemáticas de un régimen de apartheid institucionalizado, llegando a lo intolerable en este último mes, tanto en la Franja de Gaza como en Cisjordania, donde ni hospitales ni escuelas se salvan. Su industria tecnológica militar está manchada con la sangre de niñas y niños. Es imprescindible que «la comunidad internacional» detenga ese horror, y que la sociedad civil interpele a sus gobiernos a condenar sin ningún «pero» las prácticas genocidas y los crímenes contra la humanidad en curso, impulsando a que existan sanciones concretas por las mismas. Si la impunidad domina en este escenario de soberbia y crueldad, un futuro cada vez más distópico nos espera a nivel internacional. Para las y los judíos, herederos de esa historia de persecución, es un deber moral que no aceptemos que en nuestro nombre se persiga al otro, y menos que se cometan genocidios y crímenes contra la humanidad.
Es hora de pasar por nuestros corazones a todos y todas los Mohammad Abu Hasira y sus familias, cuyos nombres infructuosamente busqué en la web. No son números; son vidas, sueños, juventudes e infancias cruelmente cercenadas. Son nuestras hermanas y nuestros hermanos. Corresponde rogar por ellas y ellos, retener sus nombres, y caminar con ellas y ellos. Igual que ayer, en tiempos de los pogromos, los guetos y la persecución nazi, donde se esperaba que todas y todos nos alcemos como judíos, hoy todas y todos deberíamos llamarnos palestinos y solidarizar con su dolor. En la impotencia de ser testigos del horror en la lejanía, es un gesto mínimo en favor de la justicia y de la humanidad.