El fenómeno Fiu, y «Que se mueran los feos»
17.11.2023
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17.11.2023
Algunos animales nos parecen más tiernos que otros. A algunos los queremos como mascotas e incluso, en casos excepcionales, un animal puede convertirse en héroe nacional. La siguiente columna para CIPER habla sobre las “especies bandera”, tipificadas como tales por quienes investigan el cruce entre fauna, humanos y lo que nuestra cultura nos lleva a considerar como bello y feo.
Es el mexicano Nicolás García Curiel el autor de aquella popular canción que condena a muerte a los feos del mundo, aunque al final quien canta concede que «como nadie me quiere, ni modo, también yo me voy a morir…». Asumiendo que la belleza y el atractivo presentan variabilidades en cuanto al contexto, conocimientos y otros factores de las personas que juzgan, como afirma Umberto Eco, recordamos ahora la canción “Que se mueran los feos” frente a una nueva prueba de cuánto pesa el carisma en nuestra percepción de los seres vivos, incluso de los animales. Un reciente ejemplo de ello es lo sucedido con Fiu, el ave sietecolores (Tachuris rubrigastra) convertida en mascota de los Juegos Panamericanos 2023 gracias al trabajo creativo del diseñador Eduardo Cortés.
En la reciente celebración del Día de la Fauna Chilena (4 y 5 de noviembre), organizada y promovida por el Instituto Jane Goodall Chile, se generó una votación para elegir una especie embajadora para el 2024, y el ganador resultó el chucao (Scelorchilus rubecula). El ave se impuso sobre la lagartija esbelta, la vizcacha, la orca, el sapito de cuatro ojos, y la mariposa del chagual. Hay varias similitudes entre el chucao y Fiu, la mascota que terminó dándose abrazos con el Presidente de la república y asistiendo a la inauguración de la Teletón. Solo algunas notas periodísticas expanden los datos acerca de las características y áreas en que se encuentra el sietecolores, cuyos requerimientos de hábitat asociado a humedales lo hacen un ícono de ese tipo de ecosistemas que hoy se encuentran amenazados. El interés por Fiu aumenta la probabilidad de una mayor concientización acerca de la situación de estos ecosistemas de alto interés para la conservación de biodiversidad, ciclo hidrológico y captura de carbono.
Lo anterior es un fenómeno global, discutido en la literatura especializada de las denominadas «especies bandera» (flagship species) que, según WWF actuarían como embajadoras, íconos o símbolos para un determinado hábitat, problema, campaña o causa ambiental. Los animales emblema de ONG, institutos y fundaciones varios dedicados a la conservación de especies animales suelen utilizar a aquellas que resultan carismáticas y captan más fácilmente la atención del público, siendo el caso más paradigmático el del panda de la WWF.
No obstante, más allá del ámbito de la conservación, sumado a las características propias de las especies seleccionadas (colores, proporciones corporales, etc.), en ciertos casos de la representación caricaturesca de animales se enfatizan aquellos rasgos asociados a crías y juveniles, pues ejercerían mayor atractivo sobre los humanos. Nos referimos a formas redondeadas; narices, bocas y miembros pequeños; ojos y cabezas grandes en relación a los cuerpos. Por ejemplo, Smith et.al (2012) identifica que las especies de mamíferos con potencial de «especies bandera» son aquellas que son grandes y con ojos que miran hacia adelante. Y así es Fiu, incluso al contrario de la morfología del sietecolores que tiene los ojos laterales (más pequeños que los del corpóreo, en particular) y es de un tamaño menor. El fenómeno fue identificado por el etólogo Konrad Lorenz (1943) como Kindchenschema o «esquema infantil», del que se han registrado respuestas a nivel neuronal a manera de evidencia, en trabajos más recientes [KRINGELBACH et al. 2008; GLOCKER et al. 2009; BORGI et al. 2014].
Tal como afirma John Bradshaw en su libro The Animals among us. The New Science of Anthrozoology (2017), esto es claramente visible, por ejemplo, en las ilustraciones de libros infantiles, en la amplia producción de personajes zoomorfos de la compañía Disney y en la cultura kawaii (lo tierno, adorable, lindo), desarrollada en Japón y exportada con éxito a otras partes del mundo en productos concretos, así como audiovisuales. Sin embargo, también es un fenómeno que hace que los humanos tendamos a preferir ciertos animales por sobre otros, lo que tiende a marcarse en las características buscadas en las mascotas. Es también uno de los problemas a la base del abandono de perros una vez que crecen y pierden las características de cachorros, que los hacen tan atractivos en un inicio.
El carisma también puede sustentarse en características de excepcionalidad, remitiendo a especies con habilidades y/o conductas particulares —por ejemplo, las «danzas» del Vogelkop macho (Lophorina superba) o del Ave del Paraíso de Victoria (Ptiloris victoriae)—, y también de poder, como el caso de carnívoros mayores, grandes felinos, etc. Lo que está claro es que existen muchas especies que hoy en día no son foco de campañas.
Adicionalmente se cuestiona el real impacto de la condición de bandera para lograr apoyar iniciativas de conservación en un sentido más amplio (ej. humedales), y no solo algo acotado a una sola especie [SMITH et.al. 2012]. Por esto, no hay que apresurarse a establecer que Fiu tendrá un efecto en mejorar la «conciencia ambiental» en torno a los humedales, por ejemplo. Para esto hay que pensar en campañas de márketing que, por ejemplo, definan cuáles son los grupos humanos-objetivo, qué tipos de comportamientos se quieren cambiar y cómo se evalúan las campañas [VERÍSIMMO 2011] en beneficio de la conservación de ambientes como los humedales. Es posible que con la notoriedad de Fiu de hoy, esto se pueda lograr, pero hay que intencionar los mensajes, formas y evaluaciones de los impactos de esas campañas.
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Continuando con el plano de los corpóreos mascota, lo interesante es que terminan reflejando en otro plano algo que ocurre a nivel de acciones en conservación (columna aparte merecería el tema de cómo Fiu se ha utilizado como medio para comentar y pensar acerca de otros aspectos nacionales actuales). No tardaron en salir memes sobre un evento en el que muchas personas se acercaban a Fiu para sacarse selfies, mientras en el fondo, un corpóreo de la mascota del Team Chile, un pudú llamado Dupu, observa la escena, bastante solitario. Siendo también una especie carismática en Chile, puede que el diseño más elongado y de ojos menos expresivos de Dupu no haya logrado gatillar el Kindchenschema de las personas de la misma manera que Fiu. La diferencia en atención popular y el momento de «rivalidad» fueron incluso comentados por el presidente Boric . Es una escena algo reminiscente del notable sketch de Plan Z en que Dubi y Du, corpóreos bastante maltrechos y poco atractivos, con mal disimulada envidia encaraban a otros corpóreos populares desde afuera de las rejas del desaparecido MundoMágico, desde la autoridad moral que da el compromiso político.
Más allá del humor negro y alusiones populares a mascotas desplazadas u olvidadas, ¿qué pasa, efectivamente, con aquellos animales que no son popularmente considerados atractivos? ¿Qué pasa con «los feos» que están también amenazados? ¿Y con aquellos que no lo están? Hay muchas otras especies nativas y endémicas que no cuentan con las mismas características de atractivo popular, que suelen verse invisibilizadas en el proceso, inintencionadamente. ¿Se puede concebir, por ejemplo, a un jote de cabeza colorada reemplazando a Fiu? ¿Qué ocurre con infinidad de insectos? ¿Pueden los parásitos ser considerados popularmente como dignos de ser protegidos? Consideremos, por ejemplo, a los murciélagos: la mayoría son insectívoros y cumplen roles importantísimos en nuestros ecosistemas, pero no gozan de popularidad. O moscas que cumplen roles cruciales como polinizadores o en la degradación de materia. O el caso del piure (Pyura chilensis) recién descrito por la BBC como «el alimento marino feo chileno».
Es un hecho que lo que constituye algo bonito o feo tiene variaciones; en algunos casos, la falta de atractivo no radica en la falta de belleza, sino en la abundancia. ¿Tienen los tiuques, con sus tonos café y su ubicuidad, el mismo atractivo que un siete colores? Lamentablemente, tal como afirma el estoico Publilius Syrus (85-43 AEC), «la familiaridad genera desprecio», lo que se aplica a muchas cosas en la vida de los humanos, incluido el acostumbramiento a ciertas especies en nuestros entornos, sin el valor de la novedad, pese a lo importantes que puedan ser para el funcionamiento de los ecosistemas.
El problema, entonces, es que podemos desatender las formas en que nos relacionamos y los cuidados que tenemos respecto a aquellos animales no humanos que no son particularmente llamativos ni excepcionales, y con otros que, además, abundan. Así, para muchas personas, dichos animales podrían no tener un valor intrínseco y ser ignorados. Tenemos situaciones, por tanto, en que se ha «estetizado» en exceso cierto tipo de relaciones humano-animal, enfatizándose la ternura, la espectacularidad y excepcionalidad, lo que se agudiza por efecto de los medios de comunicación de masas. En dichas circunstancias, no olvidemos a «los feos» ni a los corrientes, aumentando así las oportunidades para conocerlos más y mejor, así como las probabilidades de ser más conscientes respecto a la importancia de la biodiversidad y sus complejas interrelaciones.