Nos deja la Joan
14.11.2023
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14.11.2023
«Así era: generosa, única, divertida, llena de vida. Pero, lo principal, una inglesa que nos dio lecciones a chilenas y chilenos de cómo luchar por nuestra dignidad.»
Estando en Madrid en gira con Taku Tricot, quien me acompaña en guitarra, me llega un whatsapp de Germán Berger. Solo dice: «Murió Joan Jara». Y se me agolpan en la cabeza miles de recuerdos.
No creo equivocarme ni ser patudo si digo que fuimos amigos. Y pude amarla como uno ama a las buenas amigas. La conocí en septiembre de 1975 en el Royal Albert Hall, en Londres, durante una gran noche en solidaridad con el pueblo chileno que, devastado por el fascismo, seguía en pie luchando contra la dictadura de Pinochet y Guzmán. Aquella lejana noche de hace 48 años tocaban Inti-Illimani, Quilapayún, Isabel y Ángel Parra entre otros y otras artistas. Después de veintiún meses de cárcel, yo había llegado exiliado a Inglaterra tres semanas antes de ese recital. Como disciplinado militante de la Jota, me puse a disposición del Partido, y los compañeros me dijeron: «Anda a atender el stand del Chile Committee for Human Rights». Ahí estaban Joan, a la sazón de 48 años, y Manuela, su hija mayor, que tenía 15. Yo había cumplido hacía poco los 22.
Recuerdo con particular nitidez que en un momento apareció el actor Marcelo Romo, quien había llegado hacía poco a Londres, y a quien me había tocado hacía poco servirle un plato de tallarines generoso en carne molida en el Cuartel General de lnvestigaciones en donde yo me encontraba varado y él iba de salida. Marcelo y Joan se abrazaron y lloraron. Palabras levemente susurradas, ojos húmedos, un momento imborrable.
Con el tiempo ingresé al grupo musical Mayapi, en el cual cantaban Manuela y Mandy (a la sazón, de 11 años). Siempre Joan las acompañaba a todas las actuaciones. Así fui conociendo el cariño por sus hijas, su carácter luchador, espartano, independiente, su sentido de humor incomparable y su amabilidad.
Meses después, mi partido, me dejó con la responsabilidad de ser el secretario político de la Jota en Londres. Como parte de esa responsabilidad me tocaba llevar las relaciones políticas con la compañera Joan. Organizamos los primeros “festivales Víctor Jara” que se hicieron en el mundo (creo que el primero fue en Holanda). A medida que pasaba el tiempo fue creciendo mi amor y admiración por ella. Recuerdo haberle escrito dos poemas dedicados, aunque su nombre no apareciera en el texto. Uno de ellos estaba inspirado en una fotografía que estaba en el living de su casa, y que tengo la impresión había sido tomada en los primeros días de su llegada a Inglaterra con sus hijas. Era una fotografía en verde y negro, media descolorida, no sé si por efecto artístico o por el paso de tiempo. Me impresionaba en esos rostros la firmeza y ternura en la mirada de Joan, la dulzura en la mirada de Manuela, el candor en la mirada de Mandy.
Otro poema hablaba de la relación de Víctor y Joan, y lo publiqué en mi primer libro, Notas para una contribución a un estudio materialista sobre los hermosos y horripilantes destellos de la (cabrona) tensa calma (Budapest: Ediciones Cincuentenario, 1983). En ese poema trataba de retratar ese encuentro entre la bella bailarina inglesa y el joven trovador revolucionario. Una historia de amor brutalmente truncada por el fascismo. Una unfinished song, como se tituló en inglés la primera edición de las memorias de Joan.
Creo que el halago más grande que alguna vez recibí en mi vida con respecto a mi música y mi poesía lo hizo Joan una tarde en su casa de Kiver Road, en el norte de Londres. A propósito de las canciones que presentaba en los Festivales Víctor Jara, me dijo: «A Víctor le habrían gustado mucho tus canciones».
A fines de la década del 70, Manuela se casó con un joven chileno, el querido músico Samuel Durán. Se hizo una gran fiesta en la casa de Kiver Road, y yo estaba tan feliz que me emborraché de una manera espectacular. Cuando fui a ver a Joan para ofrecer disculpas por mi comportamiento incorrecto, ella no paraba de reírse y comenzó con una descripción del estado en que yo me encontraba que dio pie para que yo escribiera el poema Sucedió que me emborraché en un casamiento, con el epígrafe «Para Joan Turner, quien siempre lo recuerda». Su risa —que incluso llegaba a las carcajadas— cuando le leía este poema, es otro recuerdo imborrable de la Joan.
A fines del año 1981, ella viajó con Mandy a Chile desde Londres a ver a Manuela, quien ya vivía en su país, y me preguntó si podía quedarme cuidando su casa. Acepté gustoso, pero no fui un buen cuidador: Joan tenía un par de gatos que se rebelaron contra mi presencia, se rompió una cañería y no llamé al gásfiter a tiempo, nevó mucho en ese diciembre y aparecieron goteras en la casa. Entre las heces de los gatos, las goteras y la cañería rota, azorado yo le daba explicaciones a Joan y ella no paraba de reír. Cuando volví a Chile en 1985 la llamé para saludarla, y un par de semanas después Joan me dijo: «Tienes que venir a mi casa a comer el viernes». Agradecí la invitación y le dije que no podía, porque me encontraba recién acomodándome en Santiago. Me dijo: «Es que tienes que venir, pues es una cena que yo estoy preparando para darte la bienvenida a tu país».
Su talento como bailarina no quedaba en eso, solamente. También Joan tenía un gran talento como escritora y como oradora. Recuerdo con particular asombro sus sencillas y profundas palabras en el discurso de agradecimiento que hizo en el Palacio La Moneda cuando en el gobierno de Michelle Bachelet se le entregó la nacionalidad chilena. Y también tengo presente sus recuerdos cuando hizo uso de la palabra en el funeral para despedir al querido José Miguel Varas. La nitidez, la economía en palabras y la precisión eran sus características. Cuando terminó el libro Víctor Jara, An Unfinished Song, se lo entregó al académico chileno Ricardo Figueroa para que le diera una opinión. Ricardo me comentó después: «Joan no solamente ha hilvanado sus recuerdos, sino que además lo ha hecho de manera magistral. Joan no solamente escribe: ella es una escritora». Alguna vez se lo comenté, ella se encogió de hombros, sonrió y me dijo: «No es para tanto». No con falsa modestia, no con simulaciones, sino con la sinceridad que le era tan habitual.
Así era la Joan: generosa, única, divertida, llena de vida. Pero, lo principal, una inglesa que nos dio lecciones a chilenas y chilenos de cómo luchar por nuestra dignidad. Su incansable lucha junto a Manuela y a Amanda para que se hiciera justicia por el crimen de Víctor quedará para siempre en la historia de Chile. Parafraseando a Vicente Huidobro habría que decir: «Una mujer pasó por esta tierra y la dejó cálida por muchos años».