CARTAS: ¿El derecho de Israel a la barbarie?
14.11.2023
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14.11.2023
Señor director:
En su conocido ensayo En busca de la política, el sociólogo polaco de origen judío Zygmunt Bauman se preguntaba hace un par de décadas: “Si la libertad ya ha sido conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarlo no haya formado parte de esa victoria?”.
La barbarie sobre Gaza que hoy presenciamos nos devuelve con dolor a esta pregunta. En el último mes, el mundo ha pasado de condenar, horrorizado, la matanza de 1.200 ciudadanos israelíes perpetrada por Hamás (considerando la rebaja en el número de víctimas informada por el Ministerio de Relaciones Exteriores israelí) a una diplomática actitud de respeto por “el derecho de Israel a la defensa”. Y suscribiendo a este eufemismo, las democracias occidentales han consentido una ofensiva militar que, al momento de redactar estas líneas, resulta responsable ya de la muerte de 11.078 personas, de las que 4.506 eran niños y niñas, de acuerdo a la información del Ministerio de Salud gazatí. Esta cantidad de menores asesinados en Palestina resulta, así, mayor que la de niños y niñas asesinados en un año en los conflictos en el mundo en 2020, 2021 y 2022, según reconoce Save The Children, organización no gubernamental con sede en Reino Unido. Y mientras los líderes internacionales ven cómo la estrecha geografía de Gaza se convierte “en un cementerio de niños”, como expresara António Guterres, secretario general de la ONU, los barrios, escuelas, mezquitas, hospitales, ambulancias, campos de refugiados e incluso una sede de las propias Naciones Unidas continúan comprobando de primera mano el derecho de Israel a la autodefensa y los resultados de sus acciones para “acabar con la organización terrorista de Hamás”.
Ya lo anticipaba Daniel Hagari, portavoz del ejército israelí, hace algunas semanas: “En esta operación, el énfasis está en el daño y no en la precisión”. Y es, al parecer, esa voluntad de daño indiscriminado la que hasta ahora ha dejado caer sobre Gaza un peso de proyectiles equivalente al de dos bombas nucleares, según lo reportado por Euro-Med Human Rights Monitor, organización de derechos humanos con sede en Ginebra. Y es esa misma voluntad de daño la que en un solo mes ha matado a más personas que el total de víctimas civiles de la guerra en Ucrania. Definitivamente, “si hay un infierno en la tierra, se llama norte de Gaza”, como aseguró en Ginebra el vocero de la agencia humanitaria de la ONU, Jens Laerke, aunque la población del sur tampoco lo tiene muy fácil, si pensamos en los miles de desplazados que se hacinan en refugios sin electricidad y con cada vez menos alimentos y agua.
Es posible que muchos desestimemos el paradigma de progreso que ha alentado a la historia moderna de Occidente. Y consideremos, como propone el filósofo británico John Gray, que “la civilización es natural para los seres humanos, pero también lo es la barbarie”. Pero a la luz de lo visto este último mes en Gaza, resulta difícil negar que la ofensiva militar de Israel contra Palestina supone un decisivo reto de futuro para la comunidad internacional. Un reto que el propio Guterres ilustra en una frase muy clara: “La pesadilla de Gaza es más que una crisis humanitaria. Es una crisis de humanidad”. Y esta crisis de humanidad nos enfrenta, tal como Bauman en su ensayo, a preguntas ineludibles. La primera de ellas: ¿qué clase de orden político, militar y económico es el que hemos conquistado, si en su nombre debemos tolerar el sacrificio de miles de inocentes? Y también: ¿podemos continuar hablando de una verdadera comunidad internacional mientras un Estado-miembro comete crímenes de guerra y asesina impunemente a civiles indefensos, prescindiendo del respeto a los acuerdos básicos y a los principios fundamentales del derecho internacional?
Sin duda, estas preguntas resultan hoy particularmente urgentes. Pero lo cierto es que la ofensiva militar de Netanyahu y su rechazo absoluto a un alto al fuego en Gaza son muy representativas del modo en que Israel ha transgredido históricamente las normas fundamentales del Derecho Internacional. En concreto: 754 resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 97 documentos del Consejo de Seguridad y 96 resoluciones del Consejo de Derechos Humanos, de acuerdo con la cifra informada por la comunidad palestina en Chile. Ante dichas resoluciones, el Estado israelí ha opuesto durante décadas un verdadero escudo protector, desestimando cualquier advertencia que roce sus intereses expansionistas. Para Israel, los llamados a respetar el derecho de los palestinos a vivir libres y en paz en su tierra son expresiones de “antisemitismo”, mientras que las protestas de los judíos contrarios a la violencia sionista son sólo delirios de judíos “que se odian a sí mismos”.
Duele decirlo, pero en estas excusas israelíes para la barbarie es imposible no escuchar el eco de las ideologías totalitarias, que en el siglo XX nos devolvieron al absurdo de un mundo anterior a la conformación de una comunidad internacional. Y duele aún más decirlo, pero el “genocidio de manual” que estamos presenciando hoy en Gaza, como calificara Raz Segal, estudioso israelí del Holocausto, a la ofensiva bélica de su país sobre la franja, bien pudiera ser considerada la solución final del régimen de Netanyahu para el problema palestino. Esta vez, televisada y difundida en tiempo real, por los medios tecnológicos que, en el caso del asesinato masivo de seis millones de judíos víctimas de la barbarie del nazismo, no estuvieron disponibles.
«No hay tiempo para lamentarse», expresó con la voz quebrada por la emoción hace tres semanas Riyad Mansour, observador permanente del Estado de Palestina ante las Naciones Unidas. “Si no lo paran por todos los que han muerto, párenlo por todos los que pueden salvarse», agregó. Pero hasta aquí, los líderes mundiales no parecen decididos a honrar la memoria de los muertos ni a evitar la muerte de los que aún consiguen seguir vivos. Ante ello, cabe preguntarse: ¿Podrá la comunidad internacional levantar definitivamente la voz e imponer las sanciones que, en otras circunstancias e involucrados, no dudaría en imponer, ante la evidencia tan clara de crímenes de guerra? ¿Serán capaces las potencias mundiales de exigir (ya no recomendar, aconsejar, sugerir, invitar, sino exigir) al Estado de Israel un inmediato cese al fuego, para que deje de arrasar con Palestina y permita que sus niños y niñas crezcan?
Las respuestas que demos a estas preguntas son, a estas alturas, decisivas no sólo para Palestina, sino para el destino de la comunidad global. Ello porque, como asegura el periodista catalán Rafael Poch-de-Feliu, “más allá de la cruel matanza genocida en curso, lo más terrible de lo que está ocurriendo ante nuestros ojos en Gaza es que ofrece una perspectiva de futuro”. Y si esa perspectiva de futuro es el derecho de algunos estados como Israel a la barbarie, acaso no nos quede sino cerrar la puerta y esperar a que el delicado orden mundial nos mantenga alejados del horror. Al menos, por un tiempo.