Acuérdate del futuro: democracia y política cultural, siempre
27.09.2023
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27.09.2023
Los preocupantes síntomas de retroceso democrático que vienen apareciendo en Chile y otros países de Latinoamérica pueden combatirse con políticas culturales más extensivas, expone un académico en columna para CIPER gestionada por el Observatorio de Políticas Culturales: «Si bien la conmemoración de los cincuenta años del Golpe de Estado puede pensarse como una política cultural implícita que avanzó en esa dirección, no es clara la continuidad futura de los símbolos, conceptos y relatos que se construyeron para pensar esa misión».
A finales del siglo pasado, las políticas culturales cumplieron un rol clave en las transiciones democráticas de América Latina. Durante los años 90, la región vivió un auge reflexivo inédito sobre la función que el Estado debía cumplir en el campo cultural, y generó conceptos acordes con el proceso en curso. En paralelo, el sector artístico fue clave para crear un escenario propicio para la proliferación de símbolos que ayudaran a pensar la democracia como un valor común. En su conjunto, se diseñaron una serie de planes y programas que sirvieron como andamiaje cultural para pensar un futuro democrático. Ejemplos de aquello en nuestro país fueron la creación de Balmaceda 1215, la instauración del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, la fundación de la División de Extensión Cultural del Ministerio de Educación, el desarrollo de una serie de Cabildos Culturales, el diseño del Fondo Nacional de Desarrollo de las Artes y las «fiestas de la cultura» realizadas en el Parque Forestal de Santiago, entre otras iniciativas.
Hoy, concluidas las actividades de conmemoración por los cincuenta años del Golpe de Estado, debemos retomar esa emergencia creativa y reflexiva para pensar el presente y futuro de las políticas culturales. Ciertas recientes amenazas surgidas en el debate público contra los valores democráticos [ver “Nueva Constitución y Cultura: El retorno de la censura”, en CIPER-Opinión 08.09.2023] nos exigen resituar esa tarea, y es de esperar que las nuevas autoridades del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio estén a la altura de tal desafío.
Hace unas semanas se desarrolló en Ciudad de México el coloquio internacional «¿A dónde va la gestión cultural? Entre la Crítica y la Creatividad». Organizado en conmemoración de los veinte años del posgrado virtual en Políticas Culturales y Gestión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Iztapalapa, el encuentro reunió a investigadora/es como Néstor García Canclini, Amanda de la Garza, Víctor Vich, Tomás Ejea, Marisa Reyes, Eduardo Nivón, Itzel Sainz, José Luis Mariscal y Alfons Martinell, entre otros. Las discusiones versaron sobre diversas temáticas emergentes para las políticas culturales contemporáneas: género, feminismos, migración, violencias, formación en gestión cultural y creación artística, etc. En gran parte de las mesas, la discusión confluía sobre un tema en común: la deficiencia que el Estado está demostrando en defender y proteger la democracia. En la charla final (“Temas de frontera en la gestión cultural”), el profesor Eduardo Nivón expuso que si bien la democracia y la política cultural caminaron de la mano en los últimos veinte años, logrando entusiasmar a muchos actores institucionales y gubernamentales, hoy se vive un desencuentro entre ambas. En el presente, la institucionalidad cultural ya no entusiasma y, en general, parece generarle más problemas que soluciones al sector cultural. En suma, a pesar de tener ministerios o secretarías de cultura en gran parte de los países de América Latina, ya no sabemos por dónde caminar o qué camino seguir. Para Nivón, los paradigmas básicos de la acción cultural tienen que redefinirse.
Tal tarea no es fácil en un contexto en el que no sólo las expectativas que los latinoamericanos tenemos sobre los derechos culturales tambalean, sino en el que además experimentamos una «recesión democrática» [LATINOBARÓMETRO 2023]. En Chile —y a pesar de que ya fueron descartadas ciertas enmiendas del Partido Republicano sobre derechos culturales y «buenas costumbres»—, el debate constituyente en curso ha expuesto riesgos reales de retrocesos sobre cómo entendemos la libertad de expresión y creación artística, nuestra identidad y creencias. Se trata de problemas nada simples de resolver, pues los paradigmas en política cultural que se vienen pensando en estos años no han logrado responder a los problemas más básicos del sector cultural, tales como la precariedad laboral, la concursabilidad, la desigualdad en el acceso a la oferta artística, la falta de financiamiento a espacios culturales a lo largo del país; y, así, un largo etcétera. Más allá de la discusión local y sectorial sobre la democratización, democracia y justicia cultural, es necesario retomar la pregunta fundamental sobre cómo fortalecemos las políticas culturales para la democracia para el todo social. Si bien la conmemoración de los cincuenta años del Golpe de Estado puede pensarse como una política cultural implícita que avanzó en esa dirección, no es clara la continuidad futura de los símbolos, conceptos y relatos que se construyeron para pensar esa misión. Sabemos que el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio desempeñó un rol importante en la conmemoración, y que se necesita de una distancia crítica para evaluar lo hecho, pero, al menos, su misión al respecto consiguió abrirse a nuevos territorios y reconocimientos por parte de la sociedad chilena. El Ministerio dejó de ser un territorio privilegiado y encapsulado para el campo artístico y se abrió a pensar y hacer política cultural para el conjunto social. Ese tipo de apuestas resultan clave para pensar un nuevo paradigma de trabajo cultural que fortalezca su misión institucional, resitúe las preguntas sobre su implementación y no decaiga en su categoría ministerial.
En El descubrimiento del futuro, el historiador alemán Lucian Hölscher explica cómo la idea de futuro se «descubre» en la modernidad. Mientras en la Edad Media el presente era el orden hegemónico del tiempo, desde el siglo XVI en adelante surge la idea de «devenir histórico», como un proceso orientado por la sociedad. Pero la capacidad social de proyectar un futuro no es una constante asegurada: puede enfrentar fases de expansión y también de contracción. Hoy Chile vislumbra el futuro como inestable e imposible de ser orientado bajo un principio común. Pareciera existir una indiferencia al futuro que limita nuestras ideas subjetivas de un mañana democrático y justo. Por ello, resulta clave retomar ese auge reflexivo y crítico que nuestras sociedades tuvieron sobre las políticas culturales al recuperar la democracia a finales del siglo pasado. Debemos pasar de la contracción a la expansión de cartografías de lo posible. En otros términos, acuérdate del futuro: democracia y política cultural, siempre.