Casen 2022: las particularidades de la pobreza en la infancia
10.08.2023
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10.08.2023
Que más de un tercio de la población chilena que hoy vive en la pobreza es menor de edad, es uno de los resultados de la reciente Encuesta Casen que impone un sentido de urgencia. Desde su experiencia con el trabajo deportivo junto a niño/as y adolescentes, advierte la autora de esta columna para CIPER: «Las y los menores que se ven afectados en las dimensiones que comprende la pobreza multidimensional tienen más probabilidades de bajo rendimiento escolar, están más expuestos a problemas de salud y son presa fácil de la violencia, en distintos y múltiples escenarios.»
El vaso está medio vacío. No queda otra: la mirada no se puede desviar cuando la fotografía sobre los menores es tan decidora. Niñas, niños y adolescentes son el grupo más afectado por la pobreza en Chile. Así de contundente y claro es el diagnóstico emanado de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen 2022), y que no deja dudas al respecto. Más de un tercio de la población que está en la pobreza es menor de edad; es decir, 468 mil niños y adolescentes la viven, en todas las regiones del país.
El dato debe ser un llamado a la acción. En el detalle, la radiografía no es más luminosa, al contrario: en la línea de la «pobreza multidimensional» —concepto en el que se miden de forma directa las condiciones de vida de los hogares más allá de la falta de ingresos; y que considera aristas del desarrollo humano tales como vivienda, entorno, redes, cohesión social, educación, salud, trabajo y seguridad social— el asunto es todavía más preocupante, y llega a un 18,4% entre chileno/as de 0 a 17 años de edad (el total de la muestra considera 72.056 hogares, con información de 202.231 personas). La pobreza multidimensional sigue limitando la garantía de NNA, con un impacto directamente negativo en su desarrollo: las y los menores que se ven afectados en las dimensiones que comprende este indicador tienen, por ejemplo, más probabilidades de bajo rendimiento escolar, están más expuestos a problemas de salud y son presa fácil de la violencia, en distintos y múltiples escenarios, afectándose de forma importante su desarrollo cognitivo y emocional.
La pobreza por ingresos, en tanto, alcanza un 22,3%, donde tristemente se destaca que un 12,2% de NNA en esta condición está entre los 0 y los 3 años de edad, una etapa fundamental para el desarrollo de la primera infancia.
Al comparar esta cifra con la media de pobreza por ingresos en el país (6,5%), la diferencia llega a un 87% respecto a ese promedio nacional, lo cual es mucho mayor que en mediciones previas (57% de diferencia en la CASEN 2020; y 69% en 2017). Claramente la tasa de disminución de la pobreza en la niñez en Chile se ha lentificado, atentando directamente contra el desarrollo de sus planes a futuro.
La comentada caída en la pobreza respecto a la última medición no es razón suficiente para que durmamos tranquilos. Todavía 1,3 millones de chilenos viven en la pobreza, y un tercio de ellos tienen menos de 18 años. El llamado es a invertir con fuerza y decisión en este grupo etario, entregando garantías para que niñas, niños y jóvenes se puedan desarrollar de forma íntegra, en espacios seguros donde puedan cumplir su escolaridad en buenas condiciones y con acceso a formatos lúdicos de recreación y juego. Si miramos con mayor detención y vamos al desglose regional del índice de pobreza multidimensional, podemos ver que estas carencias están directamente ligadas con las realidades locales. La región con mayor pobreza en estas dimensiones es Tarapacá, con un 23,8%, lo cual se explica en parte importante por el fenómeno de la migración («un 50,2% de las personas nacidas fuera de Chile que viven en Tarapacá están en pobreza multidimensional», describe Matías Cociña, jefe de la División de Observatorio Social del Ministerio de Desarrollo Social y Familia).
Como Fundación Fútbol Más, venimos trabajando hace tres años con la niñez en las oleadas migratorias del Norte Grande de nuestro país. Nuestra experiencia nos ha dejado algunas lecciones relevantes, como que la entrega de herramientas que apunten a encauzar el sustento de sus núcleos familiares es tan importante como la orientación y el soporte emocional para los menores. Deben resignificarse aquellos espacios en que niñas, niños y jóvenes puedan expresarse libremente y sintiéndose protegidos, para así ir adquiriendo herramientas de vida que les permitan caminar hacia el desarrollo. Si bien indicadores como la encuesta Casen nos ponen un piso para trabajar y levantar la voz de alerta, no podemos quedarnos simplemente en números. Como bien planteó Arturo Celedón, director de la Fundación Colunga, las estadísticas son poco sensible a las necesidades de la niñez, y debemos caminar y relevar otras acciones de medición, tales como la Encuesta de Salud de Infancia y Adolescencia Temprana. Así daremos cuenta del crecimiento y desarrollo íntegro de nuestros menores, no solo en cuestiones curriculares, sino que también en términos orales, nutricionales, y de actividad física y recreación.