#Voces1973: La poesía vigilada en Chiloé
04.08.2023
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04.08.2023
Hasta septiembre, la sección de Opinión de CIPER comparte una serie de columnas con recuerdos y reflexiones de testigos vivenciales del Golpe de Estado de 1973 en Chile, con lo vivido en esos días por ello/as y su círculo cercano. Son reconstrucciones personales, que privilegian la memoria íntima y la descripción de una cotidianidad alterada, por sobre el análisis político o el recuento histórico. A cincuenta años del quiebre democrático en el país, CIPER contribuye así a darles diversidad y emoción a las voces de nuestra memoria social. [#Voces1973]
En la mañana del 11 de septiembre de 1973, la única radio de Castro difundía algo que sucedía lejos en geografía, pero que de todos modos iba a cambiar nuestra realidad chilota. El ataque a La Moneda por parte de las Fuerzas Armadas causó un impacto profundo entre la comunidad de poetas que más tarde íbamos a compartir inquietudes y lecturas en el taller literario Aumen, fundado en abril de 1975 en esa ciudad de Chiloé por los poetas Carlos Trujillo y Renato Cárdenas, y conformado por una serie de autores de la isla que nos mantendríamos unidos en el intercambio creativo y la resistencia política hasta 1989. Consiguió publicar a mimeógrafo una revista propia, homónima, además de organizar un Encuentro de Escritores en Chiloé, en 1978 y 1988.
Aumen fue una brisa nueva y reconfortante que comenzó a extenderse, primero, por toda la comunidad escolar, luego por toda la isla grande, y, años más tarde, por la provincia y el sur de Chile. Nelson Torres, nacido en Castro en 1958, iba a escribir años más tarde en su libro Juglarías:
Mi amigo y compañero de banco
esta vez no llega tarareando a Cat Stevens
Intento escribir en un cuaderno
el nombre de la chica que me gusta.Y el Pocho sigue ahí
y no se escuchan
“Ruby love”
“Oh, very young”
ni “Moon shadow”.
La profesora entra y nos anuncia día libre.
Dice que nos vayamos con cuidado
por el asunto del Golpe militar.
El doloroso derrocamiento del presidente Salvador Allende y el inicio de la extensa dictadura que le sucedió iba a postergar o censurar toda expresión social o cultural contraría al orden establecido. En Chile, y también en estas islas, comenzó la incertidumbre y el miedo. En los años 70, Castro era una pequeña ciudad de cinco mil habitantes, con un ingreso per capita de alrededor de trescientos dólares. Su centro comercial eran dos calles próximas al mercado de abastos. Lunes, miércoles y sábados se instalaban cerca de la playa las lanchas veleras que traían a las familias que desde los pueblos costeros llegaban hasta la principal ciudad del archipiélago a vender leña o el sobrante de su escasa producción agrícola.
En la calle Lillo abundaban bares, restaurantes, carnicerías y almacenes. La calle Blanco era una empinada cuesta que unía el puerto con el centro cívico; y en ella había tiendas de ropa, zapaterías, ferreterías, casas de importaciones del agonizante puerto libre y más bares. Al caminar por estas calles uno se podía encontrar con lustrabotas, vendedores ambulantes y niños descalzos. En esos años, Castro tenía un solo hotel para alojar turistas, tres escuelas básicas y dos establecimientos de enseñanza secundaria (la Escuela Industrial y el Liceo Coeducacional de Niñas; este último, pese a su nombre, era un colegio mixto). No existían universidades. Los pocos jóvenes que terminaban su Educación Media y cuyos padres tenían medios económicos para financiar estudios universitarios debían emigrar al continente.
La generación de poetas reunida en torno al grupo Aumén fue la más afectada por las restricciones que impuso la dictadura. Su producción literaria debió muchas veces circular en la clandestinidad de hojas sueltas, y sus lecturas en vivo debieron acotarse a recitales muchas veces asociados a actividades de oposición al régimen, marginando así la creación como acto subversivo, e incluso de riesgo para quienes la practicaban.
La represión ejercida entonces en las islas del archipiélago de Chiloé no fue igual a la que conocemos en los relatos centralistas, pero no por eso fue menos despiadada ni impune. El aislamiento geográfico y la falta de documentación al respecto la mantuvo mucho tiempo silenciada. La palabra poética es una forma de registro sobre sus víctimas, las que siguen escribiendo entre nosotros, y las que ya no están.
La poesía escrita en Chiloé durante esos años se fue convirtiendo a veces en un juego de espejos, de una irrealidad repetida al interior de sí misma; y a veces en textos cargados de ironía y de denuncia. No cayó en lo contestatario, lo doliente ni el panfleto. Los integrantes de Aumén recurrían al lenguaje poético para expresar lo que sucedía en un país entonces sometido a la tergiversación y a los eufemismos de un lenguaje oficial plagado de falsedades, en una cultura impuesta y construida con lugares comunas.
Escribió Carlos Trujillo en 1986:
Nosotros los que no vemos debajo del agua
ni descubrimos América
con una carabela
los que no logramos distinguir una estrella
de otra tan distante como la A a la Z de los tiempos
Nosotros los que leemos los diarios
y buscamos mensajes escondidos
en las nubes del mediodía
estamos parados aquí
en la base de una historia que comienza
estamos enfierrando concretando
endureciendo los pilares
de la historia por venir
Pesados han de ser los tiempos venideros.
La persecución y represión ejercida contra militantes y dirigentes políticos de la Unidad Popular, la vivió el poeta Aristóteles España, nacido en Castro en 1955, y quien había sido dirigente estudiantil en Punta Arenas durante el gobierno de Salvador Allende. Con 17 años de edad debió soportar la prisión y la tortura en la isla Dawson. En 1978 regresó a Chiloé, participó en el Encuentro Nacional de Escritores que los poetas chilotes organizaron en Castro, y se integró a las actividades del grupo Aumen. Su libro de poemas Dawson (1979) es testimonio de una época de horror y violencia que buscó olvidar acudiendo a sus recuerdos de su infancia durante las horas solitarias de prisión en un campo de concentración:
… la celda es fría,
Recuerdo mi infancia en Chiloé
jugando al trompo cerca de la escuela
o comiendo manzanas en el camino a Llau Llao.
La incertidumbre de vivir en un país con un orden sustentado en el terror la refleja el poeta Sergio Mansilla, nacido en la isla de Quinchao, en “Lancha con prisioneros”:
Permanece la lancha anclada en medio de los prisioneros que ya no están.
A veces, en las noches, cuando Dios levanta los brazos, me acuerdo
de esa lancha que venía llena de prisioneros.
Cuando los desembarcaron, sólo pude ver un caballo ardiendo en medio del monte.
Puede que ese caballo sea el deseo de recuperar una memoria que ha sido censurada y carece del recuerdo de los acontecimientos ocurridos en una época abominable. En este poema, al hablante le es imposible cruzar los límites de la palabra para describir un mundo ya sin objetos, seres ni lugares que describir. El hablante parece estar encerrado en un calabozo, sometido a toda clase de violencia. Todo desapareció con esa lancha que lleva prisioneros: dirigentes de juntas vecinales, integrantes de sindicatos campesinos u otras organizaciones comunitarias. El poema de Mansilla nos lleva hasta el umbral de una inevitable ausencia, que será un elemento de la literatura escrita en Chiloé aquellos años.
No fue el único que escribió sobre detenidos, torturados y fusilados por las Fuerzas Armadas. Mario Contreras Vega recuerda en estos versos de 1984 al dirigente comunista Héctor Santana, detenido y ajusticiado en Quellón a pocos días de ocurrido el Golpe:
Aunque hoy vosotros no sepáis quien fue Santana
o el mismo espíritu no sepa de Santana
porque no tienen cruces nuestros pequeños héroes
porque no hay cronistas que escriban esta historia
y aquí estamos
Esperando juntarnos de improviso…
Juan Lleucún fue un dirigente campesino de la isla de Meulín que en octubre de 1973 fue apresado por carabineros y trasladado en lancha hasta la isla de Quenac. Al interior de un cuartel policial fue golpeado y sometido a toda clase de torturas que causaron su muerte. Recién en noviembre de 2017 se dictó sentencia: uno de los culpables fue absuelto debido a «tener sus facultades mentales alteradas». Su caso es representativo de una violencia que en Chiloé se ejerció con total impunidad, y que en parte por eso inspiró una poesía sin lugar, espacio, fechas ni cronología; como recuerdos que flotan en plena deriva, perdidos entre el lenguaje sofocado de todos los días. Un tiempo extraviado y que no se puede recuperar, salvo como fragmentos, trozos de hechos ocurridos en un país en el que sus habitantes viven bajo sospecha y han hecho del miedo una costumbre. Carlos Trujillo tituló “Bajo sospecha” a un poema suyo publicado en la revista La Gota Pura, en abril de 1984, el año en el que el país iba a remecerse por el Caso Degollados:
Me encuentro constantemente bajo sospecha
Sospecho de mí mismo
De mi sombra
Sospecho de la luz
De los relojes
De las calles
De los faroles que no
Se apagan nunca
Imagínate que sospecho de los paraguas
Y del invierno que llevan encima
De los feriados
De las fotos de carnet
De los archivos
SOSPECHO
De los subterráneos
Que hay dentro de mí
No sé por qué
Creo que comienzo a sospechar de los jueces.
Muchos de los jóvenes que en los años de dictadura integraron el grupo literario Aumén tienen en común el impacto histórico de haber sido adolescentes el 11 de septiembre de 1973. Crecieron conociendo la soledad interna y el desarraigo de vivir en un país vigilado por patrullas militares que custodiaban las calles en los días de Estado de Sitio, durante la ficticia guerra que la dictadura decía mantener contra el marxismo internacional. Era un tiempo de desfiles, discursos militares, de la tercera estrofa agregada al himno nacional; de atentados terroristas, relegaciones, exilios y detenidos desaparecidos. Crecieron conociendo la semiclandestinidad de la difusión de la poesía en hojas literarias y en artesanales revistas. La suya fue una rebeldía contracultural que se oponía a la normalidad del canon impuesto por la dictadura. En una constante búsqueda de nuevos caminos fueron conociendo la obra de poetas mayores y acumulando experiencias.
La poesía no se aleja de la realidad y el lenguaje es forzado a buscar palabras que puedan manifestar el desgarramiento interior. Escribió Eileen Ruiz en 1982:
Nunca debí marcar ese día en el calendario
jamás; incluso la mirada de la fotografía
me lo advirtió…
… no lo pensé …
la lluvia no me dejó oír y
la insistencia de la tv me lo aconsejó.
Nunca debí marcarlo
Bueno, qué más da
Sólo me agregué otro dolor
No
Nunca debí marcar aquel día.
Años antes había escrito Jeanette Hueitra (1978):
Ahora solo queda esperar
que las tumbas cierren sus puertas metálicas
y que los muertos
dejen de buscar el mejor comprador
para que yo
pueda cerrar los ojos
mientras en el cordel del patio
aun cuelgan
los envases de las esperanzas.
Han pasado cincuenta años, y los recuerdos de aquellos poetas chilotes del grupo Aumen siguen apareciendo, como fantasma de malos augurios para el recuerdo de ese día trágico que les marcó su adolescencia. Contra lo esperado, su escritura ha durado más años que la dictadura.