Sobre empleo y migración: precarización, inestabilidad y bajos salarios
03.08.2023
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03.08.2023
Las siguientes son algunas de las conclusiones de «Trabajo y Migración: Inserción laboral y valor de la fuerza de trabajo en la población migrante», nuevo estudio de la Fundación Sol.
Los procesos migratorios son parte constitutiva de los ciclos de movilidad de las personas en el mundo. En Chile, el proceso migratorio se ha acelerado en los últimos diez años [FUENTES y VERGARA 2019], pero esto no ha venido aparejado de políticas públicas que resguarden un proceso apropiado ni armónico para las personas que deciden cruzar las fronteras. Nuestro país tiene un mercado del trabajo altamente precario. Si se observa el empleo creado desde el trimestre mayo-julio 2020 hasta el trimestre actual (abril-junio 2023) se constata que el 78,7% de los puestos de trabajos creados responden a empleos informales o endebles [Fundación SOL 2023]. El empleo en Chile es precario, inestable, con bajos salarios y escasa seguridad social, pero estas condiciones estructurales del modelo laboral en Chile se agudizan para la población migrante.
El reciente estudio de Fundación SOL «Trabajo y Migración: Inserción laboral y valor de la fuerza de trabajo en la población migrante» explora las condiciones de calidad del empleo entre lo/as trabajadores inmigrantes en Chile. De acuerdo a la investigación, entre los años 2015 y 2022 las personas ocupadas en el país de una nacionalidad que no es chilena aumentan en casi 650 mil personas, un incremento sin precedentes desde que se realiza la Encuesta Nacional de Empleo. Sin embargo, esta alza no se relaciona con mejores condiciones de trabajo. De hecho, para las personas que migran y están ocupadas la probabilidad de acceder a un empleo precario, estar en condiciones de subempleo profesional y no estar afiliadas a una organización sindical es más alta que para la población nacional.
Las y los trabajadores inmigrantes tienen en Chile, en general, una mayor escolaridad. Sin embargo, al llegar a nuestro país suelen emplearse en trabajos que requieren una menor calificación. Esta situación de sobrecalificación —o, como se conoce en la literatura técnica, «de subempleo profesional» [VERDERA 1995]— puede llegar a cerca del 60%. Esto se suma a una estructura de discriminación que impacta directamente en los niveles salariales que pueden alcanzar las personas inmigrantes, independiente de su nivel educacional. Tomando los datos de la última encuesta CASEN, descubrimos que la población no migrante con 17 y 18 años de escolaridad en promedio recibe un salario de $1.288.031. Esto difiere significativamente con la realidad de las personas inmigrantes con los mismos años de formación, quienes obtienen salarios que en el promedio llegan a $899.270; es decir, equivalentes a un 30,2% menos. En nuestra investigación sostenemos que la brecha salarial entre personas migrantes y no migrantes responde a una estructura que busca disminuir el valor de la fuerza de trabajo de los asalariados migrantes.
Los procesos migratorios le han facilitado al capital global aumentar su tasa de ganancia; o, como diría Marx, se han convertido en un factor contrarrestante a la caída tendencial de la tasa de ganancia. Ello sucede gracias a la explotación «de mayor intensidad» que recae sobre las personas que se trasladan a otros países, la mayoría de las veces por problemáticas en sus naciones de origen provocadas por la crisis de reproducción catapultada por el modelo de acumulación capitalista. La precarización, la inestabilidad laboral, el subempleo profesional y la baja sindicalización son todos factores conductores de mayores niveles de explotación.
En un escenario en el que la clase trabajadora mundial intenta reproducir sus vidas con bajos ingresos, las ganancias son apropiadas por el capital. Una estrategia para disputarle al capital el valor de la fuerza de trabajo es fortalecer las organizaciones colectivas como los sindicatos, siendo las personas migrantes una pieza clave en el fortalecimiento de estos espacios. La distribución de la riqueza y equiparar el poder con la patronal es central para avanzar en mejores condiciones de empleo para toda la clase trabajadora mundial; una estrategia internacionalista que recuerde que la clase obrera es una sola en todo el mundo.