50 años del Golpe: La inversión de las responsabilidades
28.07.2023
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28.07.2023
Cada conmemoración en democracia del Once de Septiembre ha tenido sus énfasis, aunque la de este año ha tomado un sesgo inesperado y lamentable, considera el autor de esta columna para CIPER: «Parece extraño que, frente a un hito histórico de tanta (y documentada) violencia por parte del Estado, se pida a las víctimas las explicaciones por lo sucedido. Además, se desconoce la profunda autocrítica que una parte importante de la izquierda hizo por su forma de actuar durante la UP».
El debate en torno a los cincuenta años del Golpe de Estado de 1973 en Chile ha ido tomando características poco predecibles, que lo diferencian de las tres conmemoraciones previas en democracia en que también se cumplieron décadas cerradas del hito. Los énfasis ya no están puestos sobre las violaciones de los derechos humanos durante el período de dictadura, la búsqueda de los desaparecidos ni la responsabilidad de los civiles que apoyaron el régimen. En cambio, la atención aparece ahora sobre los partidos que apoyaron a Salvador Allende durante su gobierno, y la exigencia de que, otra vez, sus dirigentes reconozcan los errores que habrían llevado al Golpe, como si tal salida hubiese sido inevitable.
La primera conmemoración posdictadura del Once fue en 1993 (veinte años), con Augusto Pinochet aún en la Comandancia en Jefe del Ejército. Fue un momento lleno de tensión: pocos días antes, Pinochet dijo frente a una audiencia de simpatizantes en el Rotary Club que las Fuerzas Armadas habían debido actuar debido a la presencia en el país de quince mil guerrilleros cubanos, además de criticar un proyecto de ley que aceleraba los juicios a militares. En nombre del gobierno respondió el entonces ministro Enrique Correa: «El presidente está profundamente disgustado con las expresiones del Comandante en Jefe […]. Se inmiscuye en política al opinar sobre trámites en la Cámara de Diputados y agravia la sensibilidad del país al referirse en términos que son inaceptables a las víctimas de violaciones de derechos humanos».
El escenario para los treinta años, una década más tarde, fue completamente distinto. Con el primer presidente socialista desde la vuelta a la democracia, los homenajes a Salvador Allende fueron explícitos, como la reapertura de la puerta de Morandé 80, en La Moneda.
Los cuarenta años, en tanto, encontraron al país con un presidente de derecha. A contrapelo de lo manifestado históricamente por su sector —que, como tal, nunca ha hecho un reconocimiento de su responsabilidad u omisión respecto a los crímenes ocurridos—, Sebastián Piñera habló de «los cómplices pasivos» de violación a los derechos humanos, provocando con ello el rechazo de muchos de sus propios partidarios.
Y pese a que estos cincuenta años del Golpe ocurren cuando La Moneda la ocupa lo que podríamos identificar como el gobierno más de izquierda desde la Unidad Popular, hoy la discusión es completamente distinta. Se ha centrado en que los partidos que fueron parte de la UP —y que cuentan entre sus filas con miles de víctimas de muerte, tortura, desaparición forzada, exilio y prisión política— deben reconocer culpas en el quiebre de la democracia y comprometerse a nunca más actuar de una forma que pueda poner en riesgo la institucionalidad. Es algo evidente en columnas y cartas en grandes medios, entrevistas a analistas e historiadores, y en el debate público en general. Incluso, hay quienes hacen extrañas equivalencias entre lo sucedido durante la Unidad Popular y el «estallido social» de octubre de 2019, pese a que este último fue un movimiento bastante inorgánico y heterogéneo, que en ningún caso estuvo dirigido por los partidos políticos.
Así, desde varios sectores se solicitan disculpas públicas y actos de contrición por haber amparado el uso de la violencia hace medio siglo.
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Parece extraño que, frente a un hito histórico de tanta (y documentada) violencia por parte del Estado, se pida a las víctimas las explicaciones por lo sucedido. Además, se desconoce la profunda autocrítica que una parte importante de la izquierda hizo desde el exilio por su forma de actuar durante la UP: su falta de una condena clara al uso de la violencia, el poco apoyo a Salvador Allende desde ciertos sectores, y el voluntarismo de querer realizar transformaciones profundas sin contar con el respaldo de la mayoría de los ciudadanos ni buscar alianzas con el centro político. Es decir, mientras miles de sus militantes eran perseguidos; las direcciones clandestinas de los partidos, aniquiladas; y la DINA y la CNI actuaban con total impunidad, en Chile y el extranjero se produjo un debate intelectual profundo y autocrítico, en el que destacan lo expuesto al respecto por Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón, así como la llamada «renovación socialista» conducida desde el extranjero por Carlos Altamirano (y que incluso llevó a la escisión del PS en 1979).
En los años siguientes el debate continuó, hasta que en gran parte de la izquierda se impuso la idea de que la única forma de gobernar y lograr cambios era teniendo un acuerdo amplio y sólido con la Democracia Cristiana. Lo que quedó sellado tras las múltiples reuniones que en 1988 mantuvieron Patricio Aylwin y Clodomiro Almeyda en el Anexo Cárcel Capuchinos —donde este último se encontraba preso, tras ingresar de forma clandestina a Chile— fue en parte lo que dio vida a la Concertación de Partidos por la Democracia.
Mientras esa autocrítica intelectual de izquierda podría llenar varios anaqueles con los libros a los que dio forma, en la derecha nunca se produjo un ejercicio similar. Lo más cercano fueron las citadas declaraciones de Piñera en 2013, aunque tuvieron poca repercusión en su sector. Por el contrario, cuando aún en dictadura las violaciones a los derechos humanos por parte de agentes del Estado ya eran conocidas e inobjetables, diferentes dirigentes de derecha protagonizaron acciones contra quienes las denunciaban. En 1986 la Juventud de la UDI, premunida de palos y huevos, y dirigida por Pablo Longueira, cortó la carretera al aeropuerto de Santiago para tratar de impedir el ingreso a Chile del senador estadounidense Edward Kennedy, quien visitaba Chile para promover el fin de las violaciones a los derechos humanos y de la dictadura.
Ya en democracia, en 1992 los parlamentarios de derecha insultaron y se retiraron del discurso que daba en el Congreso el canciller alemán Helmut Kohl, quien poco antes había logrado la unificación alemana y había sido actor clave en el desplome de los países comunistas de Europa del Este. Tras retirarse del discurso, el entonces diputado Andrés Chadwick declaró: «Gracias al gobierno de las Fuerzas Armadas hoy tenemos la posibilidad de vivir en democracia y en libertad».
Finalmente, tras el regreso de Pinochet a Chile desde su detención en Londres, en 2000, prácticamente todos los dirigentes de la UDI y RN acudieron a su casa en La Dehesa para saludarlo y entregarle su apoyo.
Durante los primeros años de transición democrática, los emplazamientos a los civiles que participaron o apoyaron la dictadura fueron constantes, pero no recibieron respuesta. Uno de los últimos en intentarlo fue el entonces senador Gabriel Valdés, quien a fines de los 90 declaró: «El pedir excusas, el pedir perdón, no ofende a nadie, no denigra a nadie. Al contrario, es una muestra de valor».
A cincuenta años del Golpe y treintaitrés de vida democrática, pareciera como si volviéramos al punto de partida. Los informes oficiales que arrojaron la Comisión Rettig y Comisión Valech, además de la numerosa evidencia de lo que sucedió en Chile en cuanto a delitos de lesa humanidad parecen no haber sido suficientes para construir un relato común como sociedad sobre un rechazo convencido y transversal a la violencia de Estado y la persecución de chilenos por sus ideas; un verdadero «nunca más». Pero en estos días de debate, varios se niegan a condenar el Golpe, o lo separan de lo que ocurrió en los 17 años siguientes, como si fueran dos fenómenos independientes. Y, en un fenómeno difícil de comprender, piden a los partidos de las víctimas explicaciones por las actuaciones que los terminaron llevando a esa condición.