«El alma de Chile» en el proyecto de Republicanos
10.07.2023
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10.07.2023
Un país en crisis es, bajo la lectura moral de sectores conservadores, una sociedad que ha desajustado gravemente los vínculos entre individuo y sociedad, poder y subjetividad, cuerpo y disciplina. De ahí las numerosas alusiones al «alma de Chile» entre figuras del Partido Republicano, hace notar esta columna para CIPER: un alma implícita en el principio de subsidiariedad que hoy requiere sutura y control.
1. SUTURA
El discurso conservador —incluso, el neofascista— apela siempre a la idea de «el alma de Chile». Con matices entre las diferentes derechas, lo cierto es que la noción de «alma» constituye una pieza fundamental en el ideario del sector: «Chile se encuentra en un franco camino de degradación —escribe en una columna Álvaro Pezoa, académico de la Universidad de Los Andes—. Se requiere un esfuerzo generacional. Una transformación cultural».
El caso de corrupción que hoy tiene en la lona a RD constituye no tanto un delito como «un desplome político y moral», según Cristian Valenzuela, estratega en la pasada campaña electoral de José Antonio Kast. Este último, celebrando el triunfo de su sector en las elecciones del 7 de mayo para el Consejo Constitucional, habló de «reconstruir y recuperar nuestro querido país».
La «degradación», el «desplome» y la apuesta por «reconstruir y recuperar» el país de las garras del «sectarismo» de la izquierda constituyen una trama significante de corte apocalíptica. Todo parece estar en crisis: la migración, la seguridad, la economía, la política. Pero la generalización de la crisis tiene una sola causa: la moral. No son las condiciones objetivas que ha impuesto la usurpación oligárquica desde 1973, sino la dimensión del «alma» nacional, que, en los términos de este discurso, ha sido «degradada», «desplomada», «destruida» por la izquierda. Así, el Partido Republicano ha llegado para reconstituir esa instancia, cuya restitución, según Kast, puede ofrecer «paz y tranquilidad».
El abogado Carlos Frontaura, voz de referencia para la derecha en la reciente Comisión de Expertos del proceso constitucional, anota que el principio de subsidiariedad debe contemplar dos principios en equilibrio: el personalista y el comunitario [FRONTAURA 2016]. Si prima el primero sobre el segundo, podemos tener mercado, pero fallar en la consecución del «bien común». Si, en cambio, se impone solo el segundo, tendremos regulación y perderemos la iniciativa privada. Sus planteamientos son clave, pues trazan una línea que alcanza al proyecto de Republicanos: la «degradación» o «desplome» que hoy supuestamente atraviesa Chile se habría debido a la primacía del principio personalista, que dejó de lado el «bien común» (y que el propio Kast reclama en su alocución del pasado 7 de mayo).
Respecto del pensamiento de Guzmán, Frontaura defiende que en éste pervivían los dos principios mencionados: «El fundamento de su visión es moral —no económico—, y se sustenta en dos elementos centrales: a) en la naturaleza de la persona humana que, «por su libertad» tiene el derecho y el deber de hacerse responsable de sí misma; y 2) en la finalidad del Estado que servir a la persona humana.» [Ibíd, p. 88]
Me parece que es justamente en la consideración que hace Frontaura donde habría que buscar el proyecto «restaurador» de Republicanos, el cual pretende restituir aquel equilibrio guzmaniano perdido entre individuo y comunidad. Tal como ahora Kast y sus adherentes intentarán restituir la sutura de la máquina subsidiaria, supuestamente descompuesta por la izquierda, restituyendo al fin su círculo virtuoso.
La fórmula aparece así: Frontaura, el teórico; Republicanos, su praxis.
En ese panorama, el «alma» designa una producción biopolítica en la que se juega el lazo o vínculo social de tipo comunitario que vive más allá del Estado, pero que no se deja subsumir en la simple individualidad de la persona. La restitución moral vendrá por tanto a sanar aquello que el diputado Johannes Kayser diagnostica —en un discurso enteramente tomista— como «la falta de unidad» entre el alma y el cuerpo». Se trata de posibilitar que la persona devenga la necesaria agencia que pueda «responsabilizarse de sí misma» y garantizar así el funcionamiento de la máquina subsidiaria. Sutura necesaria para que la máquina guzmaniana se recomponga en una versión espiritual, y no derive, así, en el gnosticismo destructivo al que tácitamente atribuyen ser el causante de todas las crisis de la actualidad.
2. ALMA
Habitualmente, la academia filosófica concibe el libro Vigilar y castigar (1975) de Michel Foucault como una indagación acerca de las tecnologías del poder. Sin embargo, desde el punto de vista del autor, el texto más bien se revela como una «genealogía del alma moderna», en que la pregunta que atraviesa la investigación es, sobre todo, aquella sobre las formas de subjetivación modernas:
Si el suplemento de poder del lado del rey provoca el desdoblamiento de su cuerpo, el poder excedente que se ejerce sobre el cuerpo sometido del condenado ¿no ha suscitado otro tipo de desdoblamiento? El de un incorpóreo, de un «alma», como decía Mably. La historia de esta «microfísica» del poder punitivo sería entonces una genealogía o una pieza para una genealogía del «alma» moderna. [FOUCAULT 1975]
Citando a Ernst Kantorowicz, Foucault no se pregunta por el «desdoblamiento» del rey en los dos cuerpos (físico e institucional) sino por el del «condenado», en quien surgirá algo así como un doblez entre «cuerpo» y «alma»:
No se debería decir que el alma es una ilusión o un efecto ideológico. Porque existe, tiene una realidad, que está producida permanentemente en torno, en la superficie y en el interior del cuerpo por el funcionamiento de un poder que se ejerce sobre aquellos a quienes se vigila, se educa, se corrige, sobre los locos, los niños, los colegiales, los colonizados, sobre aquellos a quienes se sujeta a un aparato de producción y se controla a lo largo de toda su existencia. [Ibíd.]
Si la historia que traza Vigilar y Castigar puede concebirse como una «genealogía del alma moderna», es precisamente porque el término «alma» aparece asociada a la materialidad de las técnicas de poder que intervienen una y otra vez sobre los cuerpos. En este sentido, el «alma» es un efecto de técnicas de control (vigilar y castigar) que se despliegan en una miríada de dispositivos sobre los diferentes cuerpos a los que se «sujeta a un aparato de producción». Como en Nietzsche, el alma no será ni una ilusión ni un efecto ideológico sino una entidad, cuya cuota de realidad la ofrece el conjunto de relaciones y dispositivos que la producen. Por eso, dirá Foucault, el alma no puede concebirse como una sustancia sino como un «elemento» en el que «se articulan los efectos de determinado tipo de poder y la referencia a un saber».
Por ello, y a contrapelo de la tradición platónica, Foucault concluirá que el alma es «efecto e instrumento de una anatomía política; alma, prisión del cuerpo».
Si bien el propio Foucault distinguirá las técnicas que analiza en Vigilar y castigar con la que descubrirá en sus clases de 1979 dedicadas a la «gubernamentalidad neoliberal», el punto decisivo reside en que el «alma» constituye para él un dispositivo de poder orientado a capturar al cuerpo, aprisionarlo, domesticarlo. Solo con el alma habrá control del cuerpo y los seres humanos podrán concebirse bajo el término «persona».
El «alma» será, entonces, un dispositivo de control, una producción biopolítica.
En sus múltiples alusiones al alma del país y en su ajuste de la moral guzmaniana provisto en el principio subsidiario para el inicio de una nueva época, el proyecto de Republicanos constituye un programa completo de domesticación de los cuerpos que alguna vez sorprendieron a las calles con la irrupción de la revuelta. Republicanos será el reverso de la revuelta, porque si esta última abrió una república de los cuerpos, los primeros intentan instaurar sobre él una república de la moral, en la que el alma devenga «prisión del cuerpo».
Si la revuelta de octubre de 2019 interrumpió el funcionamiento de la máquina y mostró su vacío y fragilidad, Republicanos pretende repararla con el «alma» que faltó cuando el ajuste entre neoliberalismo y pueblo, entre poder y subjetividad, fue imposibilitado por la destitución abierta por la revuelta.
Republicanos promete una restauración que no es solo la de las grandes estructuras políticas sino, ante todo, de la capilaridad del espíritu de los chilenos. Ser capaces de restituir el binomio alma/cuerpo, persona/comunidad para que la máquina subsidiaria pueda funcionar, significa restituir el orden que Kast denomina «paz y tranquilidad». No habría nada más pacífico y tranquilo que el reino del «alma» cuando ésta captura a los cuerpos y los somete al conjunto de dispositivos de vigilancia y de control característicos de la época neoliberal (y que, por cierto, difieren respecto de los que analiza Foucault en su libro de 1975, puesto que aquéllos asumen una forma disciplinaria, mientras que la gubernamentalidad neoliberal opta por modalidades «securitarias»).
Es precisamente bajo esta luz que es posible contemplar el modus operandi del neoliberalismo como una verdadera «teología política», a decir de José Luis Villacañas: alma y cuerpo, subjetividad y economía, constituyen dos polos de la máquina que la relectura de Frontaura en torno a la «visión moral» de Jaime Guzmán apuesta por suturar.