#Voces1973: El Once sobre cubierta
06.07.2023
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06.07.2023
Hasta septiembre, la sección de Opinión de CIPER comparte una serie de columnas con recuerdos y reflexiones de testigos vivenciales del Golpe de Estado de 1973 en Chile, con lo vivido en esos días por ello/as y su círculo cercano. Son reconstrucciones personales, que privilegian la memoria íntima y la descripción de una cotidianidad alterada, por sobre el análisis político o el recuento histórico. A cincuenta años del quiebre democrático en el país, CIPER contribuye así a darles diversidad y emoción a las voces de nuestra memoria social. [#Voces1973]
Lunes 10 de septiembre de 1973, 07:15 AM.
Bebo el último sorbo de café amargo (muy amargo, seguramente de garbanzos). Beso a mi madre y le comunico que no me verá en dos semanas pues hoy se inician las Unitas, tradicionales ejercicios navales en conjunto con naves de EE. UU. Con mi grueso chaquetón y con la gorra en la mano, evitando que se caiga y me retrase, bajo corriendo de dos en dos los peldaños de la interminable y empinada escalera El Peral que conecta el Cerro Alegre con el centro de Valparaíso, y es que el apuro es mucho: debo estar formado en la cubierta de mi buque a las 07:50.
Soy marinero de la Armada de Chile. Tengo 19 años y el último rango entre 165 tripulantes de un viejo buque de guerra cubierto de herrumbre y poblado por cucarachas, una reliquia veterana de la II Guerra Mundial que vino a pasar su vejez a este lado del mundo. Principalmente lavo platos, tazas y las bandejas en las que come la tripulación. Cuando no tengo turno en la cocina y navegamos, soy el vigía de estribor. Y cuando jugamos a la guerra, sirvo al interior del cañón de 5.38 pulgadas, poniendo una pesada vainilla de bronce repleta de pólvora en la recámara de la sulfurosa pieza de artillería que se halla dentro de una cabina en la proa de la nave, no apta para claustrofóbicos.
También realizo otras funciones, tales como proel de una barcaza de desembarco y, a veces —cuando nos encontramos a la gira en la bahía de Valparaíso—, guardia de proa con un pesado fusil SIG.
Hoy 10 de septiembre estaré de guardia entre las 12 y las 16 horas, lo que significa que repetiré el mismo turno al día siguiente, pero entre la medianoche y las 4 de la madrugada.
Aquella tarde zarparemos a eso de las 2 PM.
Mi buque desabraca del molo de abrigo, recorriendo lentamente la bahía. Estoy en mi puesto de vigía de estribor, y entre mis funciones está avisar a la máquina cuando la chimenea del buque humea en exceso. Lo hago, y desde las calderas por respuesta obtengo un divertido: «… ¿Y qué querís, hueón? ¿Que me trague el humo?».
Como estoy a estribor de la nave, y esta enfila hacia el norte, tengo frente a mí la ciudad. Enfoco mis grandes prismáticos hacia la terraza de mi casa, y veo unas sábanas sacudidas por un fuerte ventarrón, típico en los albores de la primavera. No lo entiendo en ese momento, pero con los años iba a recordar esa danza de gigantes pañuelos como una especie de despedida: un adiós definitivo a la juventud, y no solo a la mía, sino a la de miles de jóvenes que en Chile viven las últimas horas de la natural, irresponsable y alegre adolescencia.
***
Ahora navegamos a toda máquina, la costa ha desaparecido y el horizonte está hacia donde uno mire. El mar está «picado». Como es habitual en él, el teniente B. sale presuroso desde el puente de mando a vomitar (a estas alturas, solo acuosa bilis).
Termino mi guardia. En una o dos horas haremos contacto en alta mar con los buques norteamericanos; entre ellos y nosotros sumamos quince a dieciocho embarcaciones, si no recuerdo mal.
Mi turno de vigía comienza a las 0 horas del 11 de septiembre. La noche es clara y estrellada, y con mis prismáticos cuento dos, seis, diez…catorce naves en igual dirección, paralelas a nuestra nave. ¿Y por qué sé que toda la flotilla lleva igual rumbo? Sencillo: la luz verde en cada buque indica babor; y, la roja, estribor (o, si prefieren, el costado izquierdo de la nave, luz verde; el derecho, rojo). Pero a la 01:00 AM se produce un evento del que deberé informar al teniente de guardia en el puente: varias luces toman rumbo Oeste, apartándose de la formación: son las naves de EE. UU. que se internan en lo profundo del océano, pero sin retirarse: la historia dirá que permanecen expectantes al resultado de la sedición.
04:00 AM: termino la guardia. Me dirijo a mi litera que se halla en tercer nivel. Abro las sábanas, y al menos ocho cucarachas corren a esconderse entre las cuadernas de la embarcación. Alcanzo a descansar solo hora y media, cuando suena la sirena anunciando zafarrancho de combate nocturno. No es la primera vez que se realiza este ejercicio en medio de la noche, pero esta vez es diferente, y por los altavoces avisan que no debemos ir a nuestros puestos de combate, si no que a formación en cubierta. En los últimos meses y semanas estos zafarranchos nos han llevado a nuestros puestos de combate pero el mensaje ha sido falaz, torcido, sibilino:
«¡Atención! ¡Atención… ! Nos dirigimos de urgencia al puerto de Arica donde se ha producido una sublevación comunista y se nos ha ordenado reprimirla» (bis tres veces).
Somnolientos, los marinos se visten rápidamente, murmurando: «Comunistas conchasumadres… habría que matarlos a todos». Así se les inoculaba el anticomunismo a las tripulaciones, de la misma forma que a un oso se le entrena pisando brasas al son del tambor, y luego «baila» en el circo cuando escucha el instrumento, creyendo que sus pies se queman.
El buque disminuye su andar al mínimo. Formamos en cubierta, y el comandante nos da un discurso (o arenga) con el que explica que «la situación política y social del país a cargo de los marxistas ya es insostenible y que la FF.AA en una actitud patriótica ha decidido poner fin a un gobierno fuera de la ley… etc., etc.». Parece ser que el discurso fue el mismo en otros barcos, regimientos y comisarías, como si hubieran repartido fotocopias (o más bien, de acuerdo a los tiempos, copias mimeografiadas). Durante la mañana, por los altoparlantes de la nave escuchamos informes de radio oficiales, y así nos enteramos de lo que ha ocurrido en el país. Aquellos mismos parlantes que hasta el día previo transmitían canciones de Nino Bravo, de Camilo Sesto y de Nicola Di Bari, hoy transformaban una tragedia en epopeya al son de marchas militares.
No recuerdo ni un solo rostro feliz. Solo conversaciones en voz baja, miradas silenciosas, nudos en el estómago. En tierra puedes enterarte de todo tan solo hablando con un vecino… pero en una nave surta en la bahía, alternando con los mismos de siempre (que están tan ignorantes como tú), ¿quién te puede dar novedades frescas?
***
Durante los días posteriores nos dedicamos a detener y registrar barcos, yates, pesqueros, en fin: todo lo que flotara en el océano, en busca de «comunistas en fuga», según explicaban los oficiales. Pero tanto navegar y registrar de proa a popa cuanta embarcación nos topamos, y nunca encontramos a nadie «fugándose». Y así pasaron los días, realmente no recuerdo cuántos, hasta que recalamos nuevamente en Valparaíso.
«¡Al fin el hogar! —pienso—. En pocos minutos en micro y segundos de ascensor ya estaré de regreso…». Pero no, faltaba algo más:
A todas las tripulaciones de todos los barcos atracados o surtos en la bahía se nos ordena desplazarnos a la gran cubierta del crucero Prat. Ahí, sobre gigantescas torres triples de artillería nos hallamos cientos esperando una «visita sorpresa», que resulta ser José Toribio Merino, quien se despacha una perorata en voz etílica difícil de entender, pero en la que recuerdo la recurrencia de las palabras: ‘comunistas’, ‘malvados’, ‘antisociales’ y ‘terroristas’. Cuando termina su balbuceo patriotero, desenfunda una pistola y dispara cinco o seis tiros al aire, jurando «por Dios y la Armada defender la patria».
Poco rato después toco el timbre de mi casa. La puerta se abre con un cordón que tira mi madre veintiséis peldaños arriba. Quien sube la escala para abrazarla es ya alguien diferente.