#Voces1973: La poética de un deseo
11.05.2023
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11.05.2023
Hasta septiembre, la sección de Opinión de CIPER comparte una serie de columnas con recuerdos y reflexiones de testigos vivenciales del Golpe de Estado de 1973 en Chile, con lo vivido en esos días por ello/as y su círculo cercano. Son reconstrucciones personales, que privilegian la memoria íntima y la descripción de una cotidianidad alterada, por sobre el análisis político o el recuento histórico. A cincuenta años del quiebre democrático en el país, CIPER contribuye así a darles diversidad y emoción a las voces de nuestra memoria social. [#Voces1973]
En los meses previos al Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 se rumoreaba en la población la posibilidad de ese Golpe de Estado. Muchos y muchas apostaban por la firmeza de la democracia chilena y por la lealtad de las Fuerzas Armadas hacia la Constitución y las leyes: «No poh, compañero: si nosotros no somos na’ países long play». Se les llamaba «países long play» a aquellos que tenían 33 revoluciones por minuto. Había otros peores, los «países single»; o sea, de 45 revoluciones por minuto.
El descreimiento nuestro frente a un eventual Golpe de Estado se ilustraba con un chilenismo muy típico: «el día del pico va a haber Golpe de Estado en Chile». Desde el 11 de septiembre de 1973 podríamos decir que el pico tiene su día.
Es verdad, según lo que recuerdo, que chilenos y chilenas creíamos tener —falsamente, por cierto— una suerte de democracia más sólida frente a la de países con más frecuentes interrupciones institucionales. No veíamos en forma seria lo que se nos venía encima. Frente a esto, hay un testimonio que me parece relevante citar. Es el del doctor Arturo Girón, quien aparece en el documental 11 de septiembre, 1973. El último combate de Salvador Allende, del director Patricio Henríquez. Refiriéndose a lo que ocurría durante el bombardeo a La Moneda, el doctor Girón relata:
La Paya me dijo: «Anda a buscarlo». Yo me tuve que arrastrar por el suelo, ¿no? Y entonces lo encontré a él, que estaba disparando en un balcón, tendido en el suelo. Entonces yo lo tomé de los pies, y… lo atraje hacia mí. Entonces él, sin darse vuelta, me echó un garabato tremendo, ¿no? Me dijo: «¡Déjame, conchetumadre!», ¿no? Entonces en ese momento, como yo lo seguí tirando, él se dio vuelta, y me dijo: «¡Ah! —me dijo—. Eres tú, Gironcito. ¿Viste tú que era más serio de lo que tu creías?»
¿Nos faltaba seriedad? ¿O quizás un sentido de realidad tal para vislumbrar lo que se nos venía encima? En una reciente entrevista en CNN Chile por la periodista Matilde Burgos, Eugenio Tironi dice:
Nos costó mucho aceptar lo que parecía imposible. Es una cuestión que algunos, como historiadores, han subrayado; y que a mí me hace mucho sentido. Uno, cuando viene un cataclismo de esta envergadura… uno lo niega, lo minimiza: «Es que no puede ser, esta cuestión va a pasar. Algo va a ocurrir. No puede ser; no puede ser lo que está ocurriendo».
Generaciones de chilenos durante años estuvimos soñando con que el Golpe de Estado y sus crímenes no hubiesen ocurrido. Y la poesía de alguna forma ha sido un terreno fértil para ese deseo incumplido.
El año 1976 me encontraba en la ciudad de Birmingham, y una noche, en medio de la soledad y el frío invierno de los midlands, escribí este poema:
EN HORAS SUCEDIÓ TODO
aquí debería ir una cita del bestiario de cortázar
A las diez de la mañana del once de septiembre
del año mil novecientos setenta y tres
estuve en la universidad técnica del estado
en santiago de chile donde se llevó a cabo
un gran acto antifascista
allí habló allende
hizo un buen discurso
(uno de los mejores que le he oído)
y víctor jara cantó y cantó canciones de guerra y paz
(es decir las canciones de víctor jara)
a eso de las tres de la tarde estuve en un café
cercano a la estación central con dos o tres amigos
conversando de esto y esto otro
a las seis de la mañana del 11 de septiembre
del año mil novecientos setenta y tres
desperté con la garganta verde o azul y pensando
que la vida la vida tal vez no nos alcanzaría nunca
y en el aire olor a plumas mojadas a paso de caballería
a uñas.
Mi deseo de que el 11 de septiembre de 1973 hubiese sido otro se rompe en el verso catorce. El vuelo de la fantasía de aquel acto antifascista en la Universidad Técnica del Estado no llevado a cabo producto de la traición de las Fuerzas Armadas a su deber republicano, nos deja de pronto en tierra frente a un destino abyecto.
Creo que fue en el año 1982 cuando me encontré con un poema de Gonzalo Millán que me rompió el cerebro. Ese es el poema 48 del libro La ciudad, publicado en Québec en el año 1979:
El río invierte el curso de su corriente.
El agua de las cascadas sube.
La gente empieza a caminar retrocediendo.
Los caballos caminan hacia atrás.
Los militares deshacen lo desfilado.
Las balas salen de las carnes.
Las balas entran en los cañones.
Los oficiales enfundan sus pistolas.
La corriente se devuelve por los cables.
La corriente penetra por los enchufes.
Los torturados dejan de agitarse.
Los torturados cierran sus bocas.
Los campos de concentración se vacían.
Aparecen los desaparecidos.
Los muertos salen de sus tumbas.
Los aviones vuelan hacia atrás.
Los «rockets» suben hacia los aviones.
Allende dispara.
Las llamas se apagan.
Se saca el casco.
La Moneda se reconstituye íntegra.
Su cráneo se recompone.
Sale a un balcón.
Allende retrocede hasta Tomás Moro.
Los detenidos salen de espalda de los estadios.
11 de septiembre. Regresan aviones con refugiados.
Chile es un país democrático.
Las fuerzas armadas respetan la constitución.
Los militares vuelven a sus cuarteles.
Renace Neruda.
Vuelve en una ambulancia a Isla Negra.
Le duele la próstata. Escribe.
Víctor Jara toca la guitarra. Canta.
Los discursos entran en las bocas.
El tirano abraza a Prat.
Desaparece.
Prat revive.
Los cesantes son recontratados.
Los obreros desfilan cantando
¡Venceremos!
El deseo de Millán que avanza como una película al revés es también el deseo de la poesía por revertir el crimen. El poema comienza con un deseo supremo y éste es que el tiempo avanza retrocediendo. Incluso la naturaleza retrocede, y los ríos invierten el curso de su corriente y el agua de las cascadas sube.
Otros poetas, ante la represión desatada por la derecha utilizando el terror y el crimen, apuestan por un destino distinto en esa ruleta rusa en la cual a cualquiera le podía llegar la muerte. ¿En qué estuvo que no me llegó a mí lo que le llegó a otro? Hay un poema extraordinario de Floridor Pérez que expresa el vacío que se siente ante la muerte de un compañero que pudo haber sido nuestra propia muerte.
LA PARTIDA INCONCLUSA
«Isla Quiriquina, octubre 1973».
BLANCAS: Danilo González, Alcalde de Lota
NEGRAS: Floridor Pérez, Profesor rural de Mortandad
1. P4R P3AD
2. P4D P4D
3. CD3A PXP
4. CXP A4A
5. C3C A3C
6. C3A C2D
7. ………
Mientras reflexionaba su séptima jugada
un cabo gritó su nombre desde la guardia.
—¡Voy!— dijo
pasándome el pequeño ajedrez magnético.
Como no regresara en un plazo prudente
anoté, en broma: «Abandona».
Sólo cuando el diario EL SUR
la semana siguiente publicó en grandes letras
la noticia de su fusilamiento
en el Estadio Regional de Concepción
comprendí toda la magnitud de su abandono.
Se había formado en las minas del carbón,
pero no fue el peón oscuro que parecía
condenado a ser, y habrá muerto
con señoríos de rey en su enroque.
Años después le cuento a un poeta.
Sólo dice:
«¿Y si te hubieran tocado las blancas?»
Volviendo a la entrevista de Tironi, en una acertada elucubración del sociólogo, dice: «Él (Allende) nos dejó una… una vara altísima con su… con quedarse en La Moneda y permanecer en La Moneda. Fíjate que si Allende hubiera aceptado el avión que le ofrecían para irse a México… o sea, la historia hubiera sido diferente».
Muchas veces la poesía nos ayuda a imaginar mejores destinos, como un aeropuerto que nos ofrece vuelos a tiempos distintos donde no exorcizamos la traición ni la falta de consecuencia revolucionaria, pero sí la resituamos en otros parámetros.
En el año 1983 envié un poema a una revista que hacían chilenos y chilenas en Londres para el exilio local. El poema fue censurado. No se publicó, y cuando pedí la razón por la que se había excluido mi aporte literario, la señora que dirigía la revista me dijo que el poema era incomprensible. Es que la poesía para que cumpla su rol debe ser siempre incomprensible.