La izquierda española ante las próximas elecciones: Sumar sin poder, o Poder sumando
23.04.2023
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23.04.2023
Las dos citas electorales de este año en España enfrentan a la izquierda política no sólo al desafío del voto popular, sino a contradicciones y paradojas albergadas en su propio interior. Sobre el liderazgo de Yolanda Díaz y las implicancias de este con su coalición avanza el siguiente análisis para CIPER de un cientista político desde Madrid.
La de Podemos y Sumar, las dos fuerzas de izquierda más relevantes de los últimos años en España, es una historia difícil de explicar. Se trata, en parte, de una relación transida simultáneamente por el desencuentro y la amistad personal. Los principales protagonistas de ambos artefactos electorales surgidos en Madrid no sólo se conocen, sino que incluso podría decirse que se quieren: que son o han sido amigos. Para quien haya seguido atentamente la historia de Podemos, esta hibridación entre lo personal y lo político, apenas le sorprenderá. Tampoco la escenificación de un desencuentro largamente larvado, cuya teatralidad tiene como único fin poder imputar responsabilidades al otro y, de este modo, liberar de culpa a las propias huestes. O sea, evitar ser, ante el público de izquierdas, el culpable de que no haya unidad. De ahí que el espectador pueda experimentar hoy, frente al papel de ambos actores de cara a las próximas elecciones municipales y autonómicas de mayo, una cierta sensación de déjà-vu con respecto al año 2017.
Sin embargo, la situación actual difiere notablemente de la pugna entre errejonistas y pablistas que tuvo lugar seis años atrás. Por mucho que interesadamente se desee activar ese marco, lo cierto es que tanto el contexto actual de la izquierda española como la coyuntura europea son muy distintos. También lo son los perfiles políticos que protagonizan el presente, ahora casi exclusivamente femeninos. Esta distancia entre lo que acontece ahora y lo ocurrido en 2017 no es necesariamente una mala señal. En primer lugar porque, además de mostrar una cierta aversión a la dinámica del eterno retorno —cuya temporalidad sólo habita propiamente en el inconsciente humano—, abre la puerta a que el resultado sea distinto al cisma ocurrido entonces. En segundo lugar, porque la izquierda española está gobernando el país, a pesar de que culturalmente esté en ciertos aspectos a la defensiva, en una situación comparable a la de Chile en cuanto a dominio del debate público por parte de la derecha y un clima político sustancialmente diferente al que hubo previo a la elección. En tercer lugar, porque la coyuntura en la Unión Europea permite pensar políticas económicas sensiblemente alejadas del prisma ultraliberal. Y, en cuarto lugar, porque la situación actual habilita para reflexionar acerca de políticas públicas para la nueva década; y, muy en concreto, medidas enfocadas a los retos venideros: cambio climático, crisis del agua, crisis del trabajo, tensión geopolítica, inteligencia artificial, etc. Todo ello hace que el estado de la izquierda transformadora española sea extenuante y, al mismo tiempo, ilusionante. Y que inmerso en esa fatiga ilusionada se encuentre el grueso de las personas que el 2 de abril han apoyado el lanzamiento de la plataforma electoral “Sumar”.
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A corto plazo, la izquierda alternativa española se juega el próximo mes conservar el poder en varias alcaldías; entre ellas, la más emblemática es la de Barcelona. También en comunidades autónomas en las que cogobierna con el PSOE y donde eventualmente recibe el apoyo de pequeños partidos de carácter regional. Es el caso de comunidades autónomas tan pobladas, como la Comunidad Valenciana, Islas Baleares, Islas Canarias, Navarra, Asturias, Aragón o La Rioja. La pérdida del gobierno en estas municipalidades y regiones implicaría de modo prácticamente inmediato el ascenso de la ultraderecha a dichos gobiernos. Porque en estos momentos la política española funciona siguiendo una dinámica de bloques, tanto a nivel nacional como autonómico. De tal manera que si no gobierna el bloque progresista, entonces gobierna el bloque conservador, lo que implica que la ultraderecha asume también los mandos, como ya ocurre en la región de Castilla y León, donde tanto el vicepresidente como tres consejeros autonómicos pertenecen al partido de Santiago Abascal. El punto decisivo es que en estos momentos ambos bloques están muy parejos electoralmente; ya sea a nivel nacional o autonómico. Se encuentran, por así decir, «en empate técnico».
Es aquí donde cobra importancia el factor Yolanda Díaz y la plataforma Sumar [foto superior]. En principio, Sumar es un artefacto electoral que aspira a reunir en torno a la actual vicepresidenta Díaz a una multitud de partidos de carácter progresista preocupados ante el ascenso de la ultraderecha y, al mismo tiempo, con voluntad de profundizar en las medidas sociales que el ejecutivo del PSOE y de Unidas Podemos ha puesto en marcha (por ejemplo, la subida del salario mínimo interprofesional, la reforma laboral o la ley de familias). Se espera que en la plataforma Sumar, bajo la portavocía de Yolanda Díaz puedan estar hasta diez partidos, entre los cuales destacan Izquierda Unida, Podemos, Compromís, Alianza Verde, En Comù Podem, Más País, Chunta Aragonesista, el Partido Comunista de España, Batzarre, o Coalición por Melilla.
No obstante, a pesar de la repercusión mediática que obtuvo la presentación de Sumar el pasado de 2 abril en Madrid, esta unión de las izquierdas aún está lejos de ser una realidad; lo mismo a nivel autonómico —donde Podemos e IU no han llegado todavía a acuerdos por ejemplo en la Comunidad Valenciana—, como a nivel nacional, donde la tensión entre el partido morado y la vicepresidenta Díaz ha aflorado en varias ocasiones. No en vano, esa tirantez se ha agudizado en las últimas semanas y amenaza con romper el hilo que hasta hace poco unía en amistad política y personal a Podemos con Yolanda Díaz. ¿Cómo se ha llegado a la situación actual? ¿Cómo puede explicarse?<
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La legitimidad política de la nueva líder de Unidas Podemos está contaminada de origen. El «dedazo» que en su momento le otorgó Pablo Iglesias ofrece una legitimidad subsidiaria, temporal y de prestado; una especie de liderazgo de circunstancias. Lo cual explica por qué, desde prácticamente el inicio, ella comienza a buscar sus propias fuentes de validación política. Y lo hace alejándose progresivamente de la dirección de Podemos, adoptando una retórica significativamente novedosa y tratando de acercarse a las fuerzas políticas que alrededor de 2015 constituyeron lo que entonces se dió en llamar «el espacio del cambio». Yolanda Díaz ha buscado así forjar un carisma basado en dos pilares —su gestión eficaz como Ministra de Trabajo y sus formas amables— y poniéndose como meta los objetivos prioritarios de, por un lado, reunir a todas aquellas fuerzas políticas que en el pasado orbitaron alrededor de Podemos (muy en particular, recuperar la transversalidad que entonces las catapultó), y, por otro revalidar el gobierno de coalición progresista, impidiendo así la más que probable entrada de la ultraderecha a los mandos del país.
En el despliegue de este proyecto, la dirección de Podemos se ha ido alejando de Díaz, interpretando sus decisiones como una traición; o, cuando menos, como un intento de arrinconar a la fuerza motriz del ciclo de cambio en España. En Podemos se han encendido todas las alarmas ante la posibilidad de que Yolanda Díaz les termine desplazando hacia una posición muy subalterna dentro del proyecto electoral de Sumar. Al fin y al cabo, afirman en en Podemos, sin la valentía de la formación morada no hubiera existido ni gobierno de coalición progresista ni ministerio de Trabajo para Yolanda Díaz.
Así, la paradoja actual presenta una doble cara. Por una parte la ausencia de Podemos ejerce de pegamento de todas las formaciones políticas que participan en el conglomerado de Sumar. El rechazo a las formas permanentemente desafiantes de la formación morada, así como a sus maneras en ocasiones poco convencionales de negociar, une a todos los partidos que están dispuestos a apoyar a la plataforma electoral liderada por Yolanda Díaz. Hasta el extremo de que puede afirmarse en estos momentos que la aversión a Podemos actúa como el mayor acicate para crear un «nosotros» alternativo.
Sin embargo, Podemos y Sumar se necesitan electoralmente. En un país donde el cincuenta por ciento de los diputados se eligen en circunscripciones medianas o pequeñas, resulta prácticamente un suicidio acudir con tres marcas electorales separadas cuando tu rival en el bloque conservador se presenta fundamentalmente con dos marcas: PP y Vox. Es cierto que en política no todas las sumas agregan ni todas las divisiones restan, pero lo cierto es que en un escenario tan competido como el actual, resulta difícil pensar que la separación en tres partes del bloque progresista pudiera permitir una revalidación en las urnas del actual gobierno de izquierdas.
Una última paradoja: la tendencia a crear plataformas instrumentales con el fin de concurrir a procesos electorales muy concretos en contextos de aguda dinámica de bloques parece proporcionar buenos resultados electorales. Lo hemos visto en Francia con la la NUPES y probablemente lo veremos en España. También en otros lugares fuera de Europa. Ahora bien, la contrapartida a esta tendencia a huir de las organizaciones tradicionales y a focalizar el trabajo político en comicios muy concretos, ofrece como rendimiento una cierta debilidad a medio plazo. De tal manera que las plataformas progresistas logran obtener resultados muy meritorios a corto plazo —e impensables de conseguir de otro modo—, y simultáneamente se enfrentan a una notable debilidad orgánica a medio plazo. Una fragilidad que les impide mantener la dinámica durante mucho tiempo. Como si la izquierda fuera un atleta bien entrenado para el sprint, al que le falta resuello tras recorrer los primeros quinientos metros. La mejor noticia es que la etapa del posneoliberalismo abre la oportunidad de que, si sumamos, podamos hacerlo bien.