CARTAS: #8M Princesas de un día en el castillo de la Filosofía
08.03.2023
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08.03.2023
Aquí estamos de nuevo: un año más celebramos el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. Como todos los años, contamos feminicidios y recordamos a las que no están, tanto a las asesinadas como a las desaparecidas, abusadas. Conmemoramos a causa de una injusticia que se replica allí donde miramos: las niñas afganas deben abandonar la escuela cuando empiezan a ser mujeres, en algunas escuelas femeninas iraníes se envenena a las adolescentes en el colegio, y, en Europa, persistentes eufemismos no pueden esconder por completo una realidad incómoda y que cuestiona su imagen de progreso y tolerancia.
Como cada año se nos pregunta y se nos regala un día con más espacios para hablar (aunque no está claro si para ser escuchadas y tomadas en serio). Nos tomamos las calles, y nos mostramos en ellas sin que se nos moleste. Repasamos todo aquello que hemos conseguido. Pero a medianoche se acaba el encanto. El ropaje de intrepidez, de radicalidad y de alegría feminista se nos va haciendo harapos, como le sucedió a Cenicienta. Poco a poco, en algunos espacios más que en otros, a lo largo del año se irá acentuando la escasa autoridad que se le otorga a nuestra palabra, ya sea por el desprestigio hacia lo que hacemos o decimos, o porque sencillamente no estamos representadas.
Como mujeres en la Filosofía y el mundo académico, nos damos cuenta de que hay temas en los que no se nos reconoce; mesas redondas que nos olvidan; «profundos» temas de debate en los que no estamos incorporadas. La seriedad bigotuda, la «razón pura» —para no olvidarnos de Kant—, no es cosa de mujeres.
Da igual el lugar; compartimos estas experiencias. O acaso deberíamos decir los no-lugares en los que nos enfrentamos a la monomasculinidad en el ejercicio de nuestra disciplina: congresos y seminarios con mesas de hombres como norma, programas cuya bibliografía es homogéneamente masculina (a veces con alguna excepción muy consagrada). El ninguneo llega a más cuando somos escasamente referidas en los artículos, una actitud que amenaza disolver la conversación y el pensamiento interreflexivo.
Queremos insistir con firmeza en las demandas que levantamos contra el acoso y la falta de diversidad en los espacios académicos. Es inaceptable que institucionalmente se critique la paridad como mecanismo de adjudicación de concursos, aunque sea ella insuficiente para dar cuenta de la necesaria conversación entre diversidades. Aún hoy la mayoría de las veces se silencian nuestras demandas de trato justo, no discriminatorio y libre de acoso, esperando que se calmen las aguas o la intensidad de nuestra voz.
Aunque se nos entregue el privilegio de unas líneas aseguradas una vez al año, el resto del tiempo estamos siempre atendiendo a otros, y cuidándonos. Reivindicamos pues una práctica filosófica que incentive la pluralidad, que incorporé diferencias de género, pero también las diferencias interculturales. Se necesita con urgencia que las plantas académicas se constituyan con paridad, que se hagan referencias al trabajo femenino, que no tengamos que volver a presenciar ningún coloquio, mesa redonda o seminario en el que la monomasculinidad sea la norma y que los procedimientos contra la violencia de género y discriminación puedan asegurar el sentido de su función. Para eso es necesario que se valoren los currículos de las mujeres, su estilo de investigación. Igualmente es necesario que se lean más textos escritos por mujeres, así como cumplir con la paridad en la contrataciones, en las publicaciones y en congresos, pero sobre todo, ejercer la interrelación desde el lado de la diferencia sexual.
Todas estas reivindicaciones siguen vigentes: cada 8 de marzo y todos los días que le siguen.