#8M Una mujer en la cárcel pasa a ser invisible
07.03.2023
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07.03.2023
«El modelo del sistema carcelario femenino está diseñado desde la lógica masculina. Ello significa que la mujer se agrega a éste como apéndice, sin considerar sus particulares características físicas, sus necesidades de género ni sus condiciones culturales. Esta falta de conocimiento o reconocimiento del impacto diferencial de género ha provocado también una carencia de políticas, acciones y estrategias dirigidas específicamente hacia la mujer presa.»
El Día Internacional de la Mujer se creó para avanzar en la no discriminación hacia la mujer, y deberá seguir conmemorándose mientras persistan las graves diferencias e injusticias de género en el mundo y en el país. No es que no se haya logrado nada. Seamos realistas: desde que Mary Wollstonecraft en Inglaterra denunció en el siglo VIII la forma en que la educación de las mujeres impedía su desarrollo personal; en el s. XIX, Martina Barros comentó en Chile que sus amigas querían excomulgarla por traducir la obra de John Stuart Mill sobre la sujeción de las mujeres; las sufragistas lucharon por el derecho a voto a comienzos del XX; y el feminismo de los años 60 se puso en pie de guerra para defender los derechos de la mujer, mucho se ha logrado en pos del reconocimiento hacia la mujer y su rol social, político, económico y familiar.
No obstante, en el trabajo, en el hogar, en la política, en la Iglesia Católica, la situación continúa crítica. Sorprende que incluso frente a un gobierno que se declara feminista, un estudio revele que el 63% de las mujeres no percibe avances en temas de género. Debemos, sí, reconocer y agradecer que para cada uno de los ámbitos donde la mujer es discriminada, hay voces de alerta y grupos de debate, promoción y, derechamente, de lucha para lograr los cambios culturales y de políticas que son necesarios para avanzar en la equidad de género y lograr espacios menos violentos para la mujer.
Si bien el aporte de la mujer en la Historia ha sido invisibilizado, peor es cuando es la mujer misma la invisibilizada. Es eso lo que sucede en el ámbito de la privación de libertad, donde ella sufre una doble o triple invisibilización. Primero, lo obvio: cuando ingresa a un penal desaparece del espacio público. Segundo, porque nace en la marginalidad: es pobre y proviene de la exclusión social (en Chile, el 75% no ha completado su Educación Media). Tercero, porque ha sufrido violencia, abandono, enfermedades físicas o mentales, o situación de calle antes de delinquir, de lo cual no existe ninguna expiación social. La estadística muestra que más del 70% de ellas ha sido víctima de agresión física o sexual.
Una vez condenada, la mujer también recibe una triple condena: por la sentencia que no considera su situación de género, por la sanción social con la que carga por violentar los estereotipos de género —en los hombres, en cambio, el paso por la prisión puede incluso contribuir a aumentar su prestigio de hombre rudo— y, además, por la culpa que siente al abandonar a sus hijos. Esto, debido a que cada mujer privada de libertad tiene un promedio de tres hijos que quedan, como sus madres en su historia, en situación precaria, sin supervisión adecuada. Agréguese a esto que más del 60% son jefas de hogar. Todo ello explica que se considere un factor transgeneracional en la delincuencia: una persona que delinque sin adecuada reinserción social y laboral reproduce la delincuencia, lo cual se confirma si consideramos que el 45% proviene de familias con antecedentes.
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El modelo del sistema carcelario femenino está diseñado desde la lógica masculina. Ello significa que la mujer se agrega a éste como apéndice, sin considerar sus particulares características físicas, sus necesidades de género ni sus condiciones culturales. Esta falta de conocimiento o reconocimiento del impacto diferencial de género ha provocado también una carencia de políticas, acciones y estrategias dirigidas específicamente hacia la mujer presa.
La vida de la mujer interna en centros penitenciarios se caracteriza por la marginalidad, que se concretiza en diferentes déficits en sus capacidades, habilidades, y destrezas que luego requerirá para vivir de manera prosocial. Pero lo más relevante en las consecuencias de la prisión femenina, está asociado al dolor humano que ellas viven como mujeres y madres, considerando que es ésta la condición que define su identidad. Por otro lado, en prisión la mujer pierde autonomía, y vive un alto grado de indefensión que profundiza el sentimiento de sometimiento y, en muchas ocasiones, induce a la mantención de relaciones lésbicas entre mujeres normalmente heterosexuales.
Por todo lo anterior, desde un enfoque de género, es fundamental apoyar el estudio sobre la prisión femenina y su funcionamiento, con el fin de visibilizar las prácticas, valores, normas, representaciones, roles adjudicados, patrones de pensamiento; es decir, el problema penitenciario en su conjunto, el cual, insistimos, ha sido elaborado para hombres. No hay política nacional de género si no se considera el problema penitenciario desde una mirada femenina.
Es también prioritario integrar una mirada de derechos humanos y de dignidad de la persona, la cual en el caso de las mujeres debe conllevar la consideración hacia su muy particular rol de género en la sociedad chilena, especialmente en los sectores en condición de vulnerabilidad, a fin de evaluar el efecto sicológico, social y económico que trae consigo el encierro.
Ningún gobierno será feminista mientras no tome en cuenta a las poblaciones invisibilizadas por la historia del país. La deuda con un sistema de reinserción, ampliamente denunciado por las instituciones de la sociedad civil que trabajan en capacitación y reinserción es enorme. No solo se trata de una deuda hacia quienes ingresan a los penales por cometer delito, también se requieren estudios que abran el camino hacia otras alternativas a la reclusión: penas alternativas, prisión domiciliaria para madres, trabajo comunitario, etc. Y, por cierto, políticas de prevención a través de programas adecuados de oferta laboral femenina, de salas cuna, de inserción social hacia sectores marginales, a los cuales pertenecen la mayoría de las mujeres que están privadas de libertad.