Un año de la invasión a Ucrania. Lecciones de la guerra
21.02.2023
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21.02.2023
«Lo ideal sería que la dirigencia rusa entrara en razón, pero al parecer su situación es análoga a un jugador de póker que lo ha perdido todo y cree que, si aumenta todavía más la apuesta, ahora sí logrará ganar. Ucrania se enfrenta entonces a la dificultad de ser capaz de resistir este nuevo embate de Rusia. Del lado occidental, se debería mantener la ayuda, tratando a la vez de contener la escalada.»
En 2014 Rusia inició el primer acto del conflicto con Ucrania al ocupar y anexar Crimea y tomar el control de parte de la región del Donbas, bajo cubierto de una supuesta rebelión prorrusa que mantuvo un conflicto de baja intensidad desde ese entonces hasta el 24 de febrero del año pasado. Hace exactamente un año se dio inicio al segundo acto del conflicto, cuando las tropas de Putin trataron de invadir y ocupar la mayor parte de Ucrania. Su intención era conseguirlo en pocos días, pero el resultado ya el mes de marzo demostraba ser un fracaso.
Si bien las guerras suelen tener explicaciones complejas y rara vez son monocausales, el conflicto actual tiene como factor principal la voluntad de Putin y de la oligarquía rusa —o, por lo menos, de parte de esta oligarquía— de anexarse parte de Ucrania y de transformar lo restante en un estado satélite. En otras palabras, ésta es una guerra de elección por parte de Putin. Es Rusia la que ha ido escalando la ofensiva dentro del territorio de otro Estado. Ucrania se ha limitado a desarrollar una guerra defensiva, y ningún país con algo de racionalidad decide iniciar o provocar una guerra puramente defensiva.
Al parecer, los motivos y razones que dieron pie a esta serie de decisiones —al tratarse de un régimen autoritario, es imposible tener certezas— se pueden categorizar en dos grandes grupos:
(1) la negación de la existencia de Ucrania como Estado y como nación. Cuando el 21 de febrero del 2022 Putin realizó un discurso de casi una hora en el que presentó una argumentación a favor de la guerra, este tema fue uno de los ejes centrales. A través de una serie de falsificaciones históricas, Putin negó la existencia del pueblo ucraniano como una comunidad nacional, culpando a la ex Unión Soviética y a Occidente de su creación, e indicando que, finalmente, Ucrania no es más que otra región de Rusia. Además de la falsedad histórica de su discurso, la voluntad de resistencia, muchas veces heroica, de la mayor parte de los ucranianos muestra que esta posición no tiene asidero en la realidad, Además, una de las consecuencias más dramáticas de esta negación hasta ahora es el secuestro de miles de niños ucranianos para ser reeducados como rusos, lo que según la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de la ONU constituye un genocidio.
(2) la búsqueda de poder. Tras haber logrado anexar Crimea y salvar al régimen de Assad en Siria, y observando la retirada estadounidense de Afganistán, al parecer Putin pensó que era un buen momento para agrandar el territorio ruso y su población. Esto significaría, además, controlar una serie de regiones industriales, como el Donbas, y de alto desarrollo tecnológico, como Odesa. Resulta evidente que el propósito del dueño del Kremlin no resultó como esperaba. En vez de conquistar rápidamente estos territorios, manifestando así el poder ruso, lo que ha mostrado esta guerra es su debilidad. Ejemplos de esta debilidad son las perdidas materiales de su ejército, ya que se calcula que ha perdido la mitad de sus tanques, mostrando además la incapacidad del cuerpo de oficiales rusos para planificar y de sus soldados en ejecutar las acciones complejas que requiere la guerra moderna, aun tras un año de combates. Pero lejos de las cámaras, el mayor problema del ejército ruso son sus dificultades logísticas, que fueron evidentes desde el inicio de la invasión, donde por ejemplo se vio a soldados rusos saqueando tiendas, ya que no tenían comida, o tanques varados y abandonados en las rutas de Ucrania por falta de combustible.
En resumen, en la toma de decisiones rusas parecen unirse estos dos elementos: de un lado, la voluntad expansiva y genocida, del otro, el deseo de mostrar poder. Y ambos han sido detenidos gracias a la resistencia de Ucrania. Resistencia que, sin embargo, ha tenido un coste masivo en vidas humanas, en destrucción de ciudades enteras, de ecosistemas, además de los problemas mundiales generados por el aumento de los precios de alimentos y otros productos agrícolas.
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Frente a todo lo anterior, y cumpliéndose ya el primer aniversario de esta guerra, lo ideal sería que la dirigencia rusa entrara en razón, pero al parecer su situación es análoga a un jugador de póker que lo ha perdido todo y cree que, si aumenta todavía más la apuesta, ahora sí logrará ganar. Ucrania se enfrenta entonces a la dificultad de ser capaz de resistir este nuevo embate de Rusia. Del lado occidental, se debería mantener la ayuda a Ucrania, tratando a la vez de contener la escalada [foto superior: el presidente de EE. UU. en su visita a Kiev esta semana].
Es por ende bienvenido el anuncio de entrega de tanques por parte de Occidente, así como de vehículos blindados ligeros, pese a que todo ello en realidad llega tarde. Por razones políticas, estos vehículos son de diversos tipos y modelos, lo que conlleva dificultades logísticas importantes. Por sobre todo, es fundamental el suministro de los misiles GLSDB que serán desplegados durante el segundo semestre. La llegada de los HIMARS a mediados del 2022 supuso un cambio en la dinámica de la guerra, al obligar a los rusos a tener sus centros logísticos a más de 80 km. del frente de batalla. Los GLSDB, con su alcance de 150 km., aumentarán todavía más los problemas logísticos rusos, haciendo que les sea muy difícil realizar acciones ofensivas.
De esta forma, el tiempo corre a favor de Ucrania, salvo en lo que concierne al peligro nuclear [ver columna previa del mismo autor en CIPER-Opinión 10.08.2022] Esta victoria sería también del Derecho internacional y de la idea que el orden global no puede tener como pilar la posibilidad de que ningún Estado anexe parte o la totalidad de otro por la fuerza. Y esto no solo por razones normativas, sino que, por sobre todo —y tal como lo indicó al inicio de la invasión el embajador de Kenia en Naciones Unidas—, por el baño de sangre que supone.
Una victoria ucraniana tendría una serie de costes y problemas de gran envergadura. Van desde cómo readmitir a Rusia en el concierto de las naciones (evitando humillarla pero al mismo tiempo rompiendo la dinámica ultranacionalista y genocida del régimen de Putin), a cómo gestionar las relaciones en el Pacífico causadas por el auge de China. Una derrota ucraniana, en cambio, coronaría el «derecho del más fuerte», aun cuando éste comete crímenes contra la humanidad, y tendría consecuencias mucho peores: si bien las relaciones entre los Estados son caracterizadas por la anarquía, como lo recuerda Richard Ned Lebow, no todas las anarquías son equivalentes. Una anarquía en la cual las fronteras entre los Estados no pueden ser modificadas por la fuerza es por lejos preferible a una en la que exista el derecho a conquista.
Además de la amenaza nuclear, existe hoy una segunda amenaza existencial sobre la biósfera: el cambio climático. Las soluciones y mitigaciones a este solo pueden lograrse si, en vez de la ley del más fuerte, predominan entre los países ciertas premisas de cooperación y de igualdad. Hay que esperar, entonces, que tras la pandemia y el fin de la guerra en Ucrania el conjunto de los países pueda volver a enfocarse en este problema. Esta es una de esas ironías que demuestran el sinsentido de la historia, ya que la mejor manera —o, tal vez, la menos mala— de lograr lo anterior pasa por la victoria militar de Kiev.