Educación: la crisis del «siempre se ha hecho así»
07.02.2023
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07.02.2023
«Cuando en estas últimas décadas casi todas las actividades de la sociedad se han transformado —y siguen haciéndolo—, en Educación seguimos atados a un modelo ineficiente y que lleva demasiado tiempo, con un profesor entregando a un grupo de estudiantes un mensaje uniforme dirigido a un alumno promedio que no existe.»
En su libro El desafío americano (1967), el político, periodista e intelectual francés Jean Jacques Servan-Schreiber revela los tiempos que un invento tarda en ser utilizado ampliamente. Por ejemplo, la fotografía llegó a masificarse 112 años después de su invención, en 1727; y con el teléfono hubo que esperar 56 años desde la primera conexión, de 1876. Así con la radio (35 años), el radar (15), la televisión (12), la bomba atómica (6), los transistores (5) y los circuitos integrados (3), lo cual demuestra que los avances tecnológicos y científicos son cada vez más rápidamente adaptados y utilizados.
Más recientemente, el arquitecto e inventor Richard Buckminster Fuller desarrolló la llamada «curva de duplicación del conocimiento», para demostrar cómo el conocimiento se genera a una velocidad cada vez mayor. Si a comienzos del siglo pasado el saber se duplicaba cada cien años, a mediados de ese siglo ocurría cada 25; y así cada vez más aceleradamente, hasta ahora que se estima que el conocimiento humano se duplica año a año y, según IBM, con la llamada «internet de las cosas» puede llegar a duplicarse en días y horas.
En 2014, el BID estimó que para el año 2025, unos 500.000 latinoamericanos participarían en cursos online. Pero es evidente que, producto del Covid-19, esa cifra ya ha sido largamente superada, aunque no como el BID supuso (la «clase al revés» propone que los estudiantes ven videos y desarrollan búsquedas de información en casa para, en el aula, realizar talleres y trabajar en grupo). Es claro que la pandemia expandió exponencialmente la tecnología, pero solo como reemplazo de la clase tradicional.
La pandemia también dejó al descubierto falencias tradicionales de la educación con las que hemos vivido por décadas y siglos: el esquema tipo industrial en el que todos los estudiantes son tratados por igual, desconociendo la naturaleza de cada persona, sus gustos, sus hábitos y sus fortalezas y debilidades. Lo que «siempre se ha hecho así» hizo crisis durante el año escolar 2020, y continúa. El eslabón clave del sistema, el profesor, sufrió la tensión y el desgaste de tener que responder a un nuevo escenario sin las herramientas, recursos ni acceso igualitario a la tecnología para ello. Pero aún más grave es la incapacidad de nuestro sistema educacional para, por un lado, ver la necesidad del cambio y, por otro, persistir en su temor a innovar.
Si, como hemos descrito, el conocimiento crece exponencialmente, ¿es posible pensar en obtener resultados diferentes a los que conocemos con procesos educativos que siguen con la misma estructura, y a lo más reemplazan la acción presencial por una híbrida o virtual? Siendo el aprendizaje una constatación personal, ¿es posible lograrlo de forma más eficaz sin introducir cambios que apunten a una modalidad adaptativa?
Cuando en estas últimas décadas casi todas las actividades de la sociedad se han transformado —y siguen haciéndolo—, en Educación seguimos atados a un modelo ineficiente y que lleva demasiado tiempo, con un profesor entregando a un grupo de estudiantes un mensaje uniforme dirigido a un alumno promedio que no existe. Se trata de un absurdo hecho costumbre, que lleva a muchos a creer, erróneamente, que cambiar la educación toma aún una generación. Así, no habría autoridad que se atreviera a innovar, pensando que solo pagaría los costos del cambio sin gozar sus resultados.
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El debate sobre si los estudiantes pueden o no utilizar sus celulares en la sala de clases muestra la incapacidad de entender el alcance de los cambios pedagógicos pendientes: no es el celular el problema, sino el no adaptarse a la realidad de su omnipresencia. Para las generaciones nativas digitales, los medios digitales son tan naturales en el espacio educativo, como durante siglos lo han sido libros y cuadernos.
La idea es, como ha propuesto el BID [ver Nota Técnica 670], utilizar la tecnología y estructurar el proceso pedagógico a partir de ese nuevo, tremendo y útil recurso.
Entendemos que la tecnología permite innovar en el proceso de enseñanza y aprendizaje, pero no basta. Como se vio durante la pandemia, no mejora la educación valerse de pantallas para entregar contenidos bajo una metodología que modifica la presencialidad pero se mantiene igual a lo vigente.
Con clases presenciales o a distancia, se supone que los estudiantes son un grupo homogéneo que puede atender al docente en similares condiciones. Pero los recientes resultados de la PAES nos demuestran que tal homogeneidad no existe en la totalidad del sistema. Existen brechas que van aumentando en la medida que se avanza en el curriculum o se le permite a cada estudiante avanzar a su propio ritmo. Por eso, introducir tecnología en el proceso pedagógico sin asumir la heterogeneidad de éste, sólo lo hará más pesado y complejo, especialmente para los docentes. Algo de esto vivieron muchas comunidades escolares en la pandemia.
Entonces, la pregunta que sigue es si acaso en medio del tremendo avance en el desarrollo del conocimiento humano también se está creando conocimiento que permita asumir la heterogeneidad de los estudiantes y entregar soluciones personalizadas integrales que puedan ser utilizadas masivamente. La respuesta es que sí, existe. La transformación digital —entendida como utilizar capacidades digitales para optimizar procesos, facilitar la vida de los usuarios y generar nuevos espacios de oportunidad— también está llegando a la educación, pero, como en toda innovación, al desafiar los paradigmas tradicionales deben levantarse algunas barreras.
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Existen diversas plataformas y aplicaciones que están logrando solucionar los nudos de las brechas iniciales. Si se abordan a partir de diagnósticos rápidos, permiten elaborar para cada materia, en cada nivel, una ruta personalizada de nivelación, con sus respectivos remediales. Así, ofrecen espacios de práctica más amplios, en los que el estudiante puede ejercitarse y obtener inmediatamente la retroalimentación a su estudio (lo que, para generaciones acostumbradas a la inmediatez, resulta fundamental, con la correspondiente sensación de logro). Además, resuelven formas de lidiar con aspectos administrativos y técnicos del proceso educativo.
Según este último enfoque, la tecnología no reemplaza al docente, sino que le asigna un nuevo rol, o le rescata su rol más auténtico: ser guía, orientador y motivador. Para los nativos digitales la sesión de docencia en que un maestro presenta los conocimientos mientras ello/as deben tomar nota y prestar atención en silencio ya no es una opción válida. Su acceso al conocimiento está disponible en las redes, pero es necesario que existan apoyos para que éste sea útil y motive al estudiante.
Los docentes podrán navegar con mucha fluidez en la tecnología y expandir la limitada función que se le ha dado hasta ahora. Es otra vía para «entregar la materia». Al igual que con el teléfono, el televisor y el automóvil, bastará con ser buenos usuarios para maximizar beneficios. Con las nuevas funcionalidades educativas, un docente puede hoy fomentar la creatividad, el ingenio, el autoaprendizaje y el pensamiento crítico entre sus estudiantes, habilidades fundamentales para estos nuevos tiempos.
Así como hoy se debate en nuestro país sobre el uso de la tecnología en los colegios, también se discute por qué se incrementa la deserción escolar. Pero parece no atenderse el evidente vínculo entre uno y otro tema: si las brechas ya están debidamente atendidas y el conocimiento está disponible en las redes, y en la sala me repiten aquello a lo que tengo acceso a través de Youtube y otras aplicaciones, entonces ¿para qué ir a la sala?
Para que resulte interesante asistir a una clase presencial, esta debe ofrecer un espacio entretenido, motivante, de diálogo, proyectos integrados, búsqueda, afecto y ejercicio de la libertad, de acuerdo con cada nivel de desarrollo. El establecimiento educativo debe ser el lugar en que esa libertad, junto a la creatividad y la autonomía, se expresan y construyen comunidad y relaciones sociales. Un lugar en el que vale la pena participar.
Por su parte, es necesario que el docente también goce su ejercicio profesional. Que tenga reales deseos de entrar a la sala, en diálogo creativo con sus alumnos y sus colegas. Para ello debe liberarse del agobio administrativo relacionado con la docencia tradicional, ahorrándose el hacer y corregir tareas, sacar promedios, buscar material, etc.; lo que es posible también si se usa en plenitud la tecnología. Experiencias hay muchas. Aprender de ellas y ponerlas en práctica es parte de la innovación que viene.
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Una encuesta realizada por la Universidad Diego Portales (mayo-junio 2022) entre 260 directores de establecimientos de la educación pública chilena incluye un ranking con sus tres principales preocupaciones. Se destaca en segundo lugar a los estudiantes con problemas emocionales; asunto acaso extraño entre temas presupuestarios, licencias médicas y de sobrecarga administrativa. Recién en la quinta posición aparecen como preocupación los resultados académicos; y sólo en el décimo lugar, las «prácticas de enseñanza poco efectivas en el aula».
El desafío, entonces, es romper el inmovilismo que está viviendo la educación de nuestro país, impulsar la innovación pedagógica, y no esperar a que otros lo hagan para seguirlos. Los dos años de pandemia han significado un costo muy alto, especialmente para la educación pública, y el año pasado no fue de recuperación de lo perdido.
En un mundo lleno de incertezas, lo mínimo que los sistemas educativos públicos debieran asegurarle a cada chileno, independientemente de su ubicación geográfica o condición social, es nivelar sus brechas para dejarlo en condiciones de seguir aprendiendo, garantizándole así la posibilidad de desenvolverse adecuadamente en un mundo cada vez más dinámico y exigente.
Por múltiples razones —tales como la dimensión y urgencia del problema, así como los tiempos políticos que suelen posibilitar innovaciones de este tipo solo en la primera mitad de un gobierno—, resulta imperativo actuar ahora. Las soluciones, los medios y los recursos están.