La vuelta a los tres tercios: «normalización» en cámara lenta
03.02.2023
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03.02.2023
«Por primera vez desde el Golpe de Estado de 1973 se vuelve a normalizar el sistema de partidos chilenos entre una izquierda, un centro con tintes de centro-izquierda, un centro incipiente, una derecha estándar y una derecha dura o extrema.»
La decisión del Partido Socialista de dejar a sus socios políticos de los últimos cuarenta años para hacer una lista electoral común con el Frente Amplio y el Partido Comunista, aun si es válida solamente para la próxima elección de constituyentes —y no de cargos ejecutivos— marca el principio del fin de una larga normalización, a cámara lenta, del sistema de partidos chileno. Es decir, y según lo que expongo en esta columna, es el inicio de una política más «normal».
Se sabe que el duopolio entre la Concertación y la Alianza por Chile fue el producto político de la lógica de la transición a la democracia en nuestra país, y más específicamente del plebiscito de 1989. Numerosos autores anclaron ideológica y sociológicamente ese sistema de partidos en un clivaje autoritarismo/democracia; caracterización que con el tiempo no cuajaría bien con la RN de Piñera ni con partidos como Evópoli. Se explicó institucionalmente ese duopolio por el sistema electoral binominal instaurado en la Constitución de 1980 de Jaime Guzmán, pero tanto el plebiscito como el binominal están, ahora, sin duda en el pasado.
La pregunta es si el peso de las (nuevas) tradiciones iba a seguir congelando la configuración política del sistema de partidos post 80 o si éste se iba a «normalizar» en un patrón más similar a lo que regía antes del Golpe y de su consecuente Constitución.
La clave de la respuesta, como siempre, residía en el PS, el partido «adecuado a los tiempos» y sin duda más ideológicamente cambiante de la Historia de Chile. Fue el que constituyó el ala radical de la Unidad Popular, bajo Altamirano, en una alianza estrecha y duradera de veinte años con el PC (1956-1976). Fue el que, luego, tanto se «renovó» que llegó a convertir el epíteto «socialista» en algo más bien decorativo, a favor de un largo ciclo, de casi cuarenta años, marcado por una alianza estrecha e indefectible con el partido de Aylwin y de Frei. Ese eje PS-DC iba a ser el del poder político oficialista de Chile.
Con la segunda presidencia de Bachelet —la que incluyó una reforma mayor del sistema de educación en Chile—, el PS pareció redescubrir su vocación de izquierda, incorporando también al oficialismo de la Nueva Mayoría el ahora reformista (versus Gladys Marín) Partido Comunista de Chile.
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Aquel movimiento iniciado con la década del 2010 no contaba, desde la perspectiva de la dirección del PC, con la emergencia de una nueva generación, estudiantil y universitaria, cuyo hito fueron las protestas masivas de 2011 y 2012. Como sabemos, Giorgio Jackson, Camila Vallejo y Gabriel Boric se iban a transformar, con celeridad, en figuras centrales partidarias de Revolución Democrática, Convergencia Social y una nueva generación del PC bastante distinta de la de Guillermo Teillier. Así, y de modo extraño, por su incorporación a la Nueva Mayoría, el PC quedaba entonces a la derecha de la Izquierda Autónoma, de la UNE, de Izquierda Libertaria, etc. Entra aquí una lógica de oficialismo versus oposición. Esa anomalía, que ayudó a la creación del Frente Amplio como opositor a la Nueva Mayoría, empezó a «corregirse» recién después del estallido social; es decir, a partir del llamado «Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución» (15 de noviembre de 2019), en el que Gabriel Boric jugó un papel central.
De hecho, para las elecciones a constituyentes de 2021, el FA y el PC se acercaron para crear el pacto Apruebo Dignidad. La vieja Concertación llegaba a formar la lista «Apruebo». Es decir, el PC recobraba su perfil opositor de izquierda previo a 2013, en sintonía con el, para entonces, claramente antineoliberal Frente Amplio. Así, a inicios de mayo de 2021 era cosa fácil ordenar de izquierda a derecha las distintas listas que se presentaban a votación.
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A partir de entonces, los tiempos se aceleraron. A pocos días de los resultados de ese (aplazado) plebiscito hubo que definir urgentemente los pactos para las elecciones nacionales. Apruebo Dignidad invitó el PS a romper su histórica alianza clave con la DC y volver a otra —aún más histórica—con el PC (y el nuevo FA). El PS se mostró dispuesto y hasta listo en hacer el salto, a condición de que se invitara también al PPD, lo que suscitó el veto de los sectores más radicales en su contaparte. Es decir, otra vez el «punto de fisura» para el conjunto del sistema de partidos chileno parece haberse ubicado entre estos dos «gemelos»: el histórico PS y —su creación de los 80— el PPD.
Esta semana hemos visto repetirse la historia, aunque —por suerte, creo— con otro desenlace. Por primera vez desde el Golpe de Estado de 1973 se vuelve a normalizar el sistema de partidos chilenos entre una izquierda, un centro con tintes de centro-izquierda, un centro incipiente, una derecha estándar y una derecha dura o extrema (el Partido de la Gente queda en «lo bajo», pero eso es para otra columna). Por supuesto, se puede desdramatizar el asunto: es un panorama puntual para una sola elección —además, de constituyentes— y además ambas listas ya son parte del oficialismo. Pero de todos modos muestra una tendencia pesada, de fondo, en que un partido mayor, históricamente pivote, se atreve a que su etiqueta socialista vuelva a estar no del todo vacía y a romper el eje que sustentó políticamente la gobernabilidad de Chile desde el fin de la dictadura.
Este nuevo colaje está también en línea con la evolución reciente de la otra pata que ahora se ata, aquella con el Frente Amplio (y con Gabriel Boric, en particular). Seamos francos: el primer año del actual gobierno no ha sido una revolución socialista ni el inicio de la «tumba del neoliberalismo». En términos de políticas públicas, no parece más de izquierda que el segundo gobierno de Michelle Bachelet (y uno podría añadir que la joven Michelle Bachelet de los años 70 tenía ideales radicales tanto o más de izquierda que el joven Gabriel Boric de los años 2010). Pero el clivaje dentro de la izquierda en esta década parece ser más generacional que ideológico, y entonces tenía sentido que esas dos generaciones, no tan disimilares en lo práctico en términos de políticas públicas o en el espectro izquierda-derecha, se unieran por fin para un proyecto similar.
(Una ironía resultante es que el PC está ahora posiblemente un poco a la izquierda del Frente Amplio).
La primera etapa en este (re)encuentro fue el reforzamiento en el gobierno del llamado Socialismo Democrático, después del rechazo a la propuesta constitucional en septiembre. Por la amplitud de esa derrota y el sentido político de Boric, no hubo más opción para su gobierno que moverse discursiva y políticamente hacia la centroizquierda. Esa nueva cohabitación entre las llamadas «dos almas» es la que justificaba una lista de unidad que el PPD —el pato feo de la movida de 2021— no estaba dispuesto a aceptar. Es decir, el cisma ahora es producto del PPD, ¡y no al revés!
Sin duda que hoy los tres tercios de la política chilena no están ubicados a nivel ideológico en el mismo lugar en que estaban en los radicalizados y utópicos años 70, cuando se trataba de avanzar legalmente sin transar a un comunismo democrático. Pero a nivel de posiciones relativas, creo que se ha vuelto a crear —o a recrear— por primera vez en medio siglo aquel viejo sistema de partidos chilenos en tres tercios que le va como un guante a la sociedad chilena, sin travesuras guzmanianas ni traumas post onceseptembristas.