Por qué se produce deserción escolar (y cómo evitarla)
19.12.2022
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19.12.2022
Los altos índices de abandono del sistema educacional en los últimos años en Chile no es sólo atribuible a la pandemia. Detallan los autores de esta columna para CIPER causas y negligencias urgentes de abordar frente al problema: «Los gobiernos han tomado la educación como un campo de batalla ideológico, sin avances concretos que permitan mejorar la calidad de los establecimientos que dependen del Estado, ni lograr la integración de los padres como parte de la comunidad académica y hacer un acompañamiento efectivo que le permita a cada estudiante cubrir sus diferentes necesidades.»
«No acepten lo habitual como cosa natural. Pues en tiempos de desorden…, de confusión organizada, de arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar.»
—Bertolt Brecht.
Son muchas las voces que manifiestan que la educación nacional está en crisis, siendo una de sus causas y a su vez efecto la alta deserción del sistema, tanto escolar como universitario. Según datos recientes del MINEDUC, las cifras al respecto superan los 40.000 estudiantes en 2021, llegando a 50.529 niños y adolescentes desescolarizados en 2022; es decir, 24% más que el año 2019. A esto se suma una tasa cercana al 40% en lo que respecta a ausentismo (menos de un 85% de asistencia, según criterios del Ministerio). Es un escenario que no sólo impacta en los aprendizajes de los estudiantes del sistema escolar chileno, sino también en las posibilidades de inserción en la Educación Superior y mundo laboral de parte de estos estudiantes.
A modo de comparación, en el año 2020 Chile presenta junto a Perú, Brasil y Argentina los índices mayores de contracción en la asistencia promedio [ACEVEDO et al. 2022], tendencia que se ha mantenido y generalizado en América Latina (continente que, según datos de la CEPAL, ha sido uno de los más golpeados del mundo en los efectos educativos por la pandemia). Para mediados del año siguiente, UNESCO certifica que «en casi la mitad de los países de la región habían retornado a las escuelas primarias y secundarias menos de tres cuartas partes de la matrícula original» [BATTHYÁNY 2022]. A lo anterior se le agrega un dato de un reciente informe de la CEPAL según el cual «América Latina y el Caribe fue la región del mundo donde la interrupción de las clases presenciales fue más prolongada durante la pandemia de COVID-19», y que Chile fue uno de los países que más prologó este proceso a nivel regional, junto con Argentina y Brasil. Ahora bien,es necesario aclarar que la deserción y ausentismo escolar es un proceso gradual que estaba afectando gravemente a los países de América Latina antes de la pandemia.
Todo este proceso ha dejado en evidencia la brecha digital y dificultades de acceso a condiciones adecuadas para el estudio, a lo que se suman casos de violencia escolar, mala salud emocional y, sobre todo, la brecha socioeconómica que no ha hecho más que acrecentarse en este período. [ACEVEDO et al. 2022]
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La grave deserción escolar en Chile, para algunos evidencia cómo una parte de la sociedad no entrega el apoyo y acompañamiento a sus hijos; no demostrando interés por la continuidad de los estudios, fenómeno general asociado a los grupos más descendidos económicamente de la sociedad. Ello podría explicar por qué el sistema educativo no ha logrado consolidarse como un motor que sea capaz de sacar de la pobreza a los sectores más vulnerables. En consonancia con lo anterior, la CEPAL destaca como causa en Chile «factores como la relativización de la importancia de la asistencia por parte de las familias, la flexibilización de las exigencias de asistencia por parte de los establecimientos educativos, una mayor precarización y vulnerabilidad de los hogares y más casos de niñas, niños y adolescentes que han tenido que asumir tareas de cuidado».
A la vez, y desde otro foco, año a año seguimos apreciando una amplia gama de profesionales que egresan a un mercado laboral sobrepoblado, con bajas rentas y liderazgos deficientes. Es un panorama que les hace percibir a algunas familias que perder el año escolar o simplemente desertar de este no tiene mayores repercusiones, en tiempos en que la necesidad ha obligado a parte de la población a convertirse en emprendedores o trabajadores por cuenta propia (los cuales, lamentablemente en la mayoría de los casos, subsisten, pero no logran un desarrollo integral).
Si bien varios de estos elementos son parte de un contexto mundial pospandémico, lleno de tensiones e incertidumbres, en los últimos años los gobiernos han tomado la educación como un campo de batalla ideológico, sin avances concretos que permitan mejorar la calidad de los establecimientos que dependen del Estado, ni lograr la integración de los padres como parte de la comunidad académica y hacer un acompañamiento efectivo que le permita a cada estudiante cubrir sus diferentes necesidades. Ante los ojos de la ciudadanía, las autoridades aparecen preocupadas de otros asuntos, sin realmente cumplir con la responsabilidad de ser garantes de la calidad educativa.
Todo esto tiene un efecto-dominó, que afecta a las familias y lleva, por ende, a la desmotivación del estudiante.
Es por esto que se hacen necesarias políticas de Estado que, por un lado, puedan hacerse cargo del progresivo empobrecimiento, desigualdad y fragmentación social; y que por otro establezcan políticas públicas alineadas con una actualización relevante de lo que se enseña en los colegios. Como planteara Pozos (2002): «La escuela… de formas modernas e incertidumbres posmodernas enseña contenidos del siglo XIX, con profesores y maestros del siglo XX, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos del siglo XXI».
Nuestra clase política debe descender del Olimpo y tomar decisiones contextualizadas a los tiempos, conscientes de las implicancias de sus decisiones. Es necesario pasar del concepto de políticas públicas al de políticas de Estado, que consigan retomarse y continuarse más allá de los turnos de sucesivos gobiernos, dándoles así perfeccionamiento y maduración.
Creemos, además, que hoy se observa en Chile un un fenómeno digno de tenerse en cuenta —pese a que las autoridades evitan hacer referencia a él— y que no es consecuencia de la pandemia. Nos referimos al abandono de muchos estudiantes de la educación formal a favor del exponencial crecimiento de escuelas alternativas —o «escuelas libres»— con modelos y propuestas pedagógicas distintas a las del currículum nacional, el cual aparece para algunas familias como extremadamente rígido [ver «La escuela en crisis y la opción de la educación alternativa» en CIPER-Opinión 12.12.2022]. Si bien no existen al respecto estadísticas certeras al respecto, el aumento de este tipo de iniciativas —que, por cierto, sufren el desinterés y abandono por parte del MINEDUC, que no las reconoce como opciones educativas válidas—, sí observamos un innegable crecimiento en la solicitud de exámenes libres: de 7.592 en 2013, a 25.783 en 2019 (Oficio N° 1363/04/2021 del 20 de mayo de 2021 de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados), con un leve descenso entre 2019 y 2020.
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Debe considerarse que educación y mundo laboral van de la mano. Se creará una mejor situación cuando tengamos mejores profesionales y casas formadoras, pero para ello la legislación debe estar a favor de asegurar las condiciones de estudio para todos; y no en hacerlas descender para nivelar el contexto. A su vez, se requiere de una escuela efectiva y eficaz, con una enseñanza integral y no sólo basada en los contenidos curriculares, pero para ello también se requiere mejorar el contexto-país ofreciendo posibilidades de mejores horizontes socioeconómicos en las familias, los que permitan volver a ver en la educación, una vía de progreso.
Para el logro de todo lo anterior, resulta necesario al menos subsanar elementos tales como un mayor control sobre las subvenciones, mayor fiscalización del gasto público asociado a la educación, y el examen del currículum escolar bajo un lente de formación integral enfocado a la preparación no solo en contenido sino en habilidades sociales. Debe incorporarse en las mejoras curriculares a docentes de aula —quienes sí están «donde las papas queman»—, teniendo a la vez el cuidado de no ideologizar el currículum. Mejorar las condiciones laborales de los docentes y establecer políticas de retención de estos, dada la progresiva escasez de ellos en el sistema escolar, mejorar los procesos de capacitación y formación continua son otras medidas de utilidad evidente; así como ampliar las becas y pasantías estatales para profesores del sistema escolar.
En fin, es un camino largo, pero si tenemos en cuenta las palabras de Brecht citadas al inicio de esta columna podremos lograr avances.