Dar vuelta Buenos Aires. La condena y el discurso de Cristina
14.12.2022
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14.12.2022
En torno al reciente fallo judicial que la encontró culpable de una serie de cargos asociados a corrupción durante el ejercicio de su mandato, para Cristina Kirchner no hay sólo un ir y venir de argumentos judiciales. Está también el uso único que ella hace de su palabra pública, recuerda el autor de esta columna para CIPER desde Argentina. Pero, ¿a quién le habla? Y, sobre todo, ¿Quiénes la escuchan?
Hace más de cuatro años, el expresidente uruguayo José Mujica dijo en entrevista al diario Página 12: «Lo que ha pasado con Lula, si pasaba en la Argentina era un incendio. Le daban vuelta Buenos Aires».
¿Por qué, entonces, no hubo un incendio en Buenos Aires el pasado 1 de septiembre luego de que intentaran asesinar a Cristina? ¿Y por qué no fue incendiada la ciudad a inicios de este mes, tras el fallo que la condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos?
La profecía de Mujica sigue incumplida. No obstante, hasta ahora a Cristina no le pasó lo mismo que a Lula. La bala no salió, y la condena será apelada (no es definitiva). En un discurso grabado tras la sentencia judicial desde su escritorio de trabajo en el Senado de la nación, Cristina dijo que es víctima ya no de una lawfare (guerra jurídica) en su contra, sino de «un Estado paralelo» que según ella funciona como «una mafia». Días antes de la condena, se filtró a los medios una cadena de mensajes de un grupo de WhatsApp en el que figuran el juez que firmó el fallo, otros jueces macristas, funcionarios de seguridad del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, agentes de inteligencia y representantes del multimedios Clarín. Debatían sobre el modo de sortear otra filtración: el viaje que realizaron juntos a la estancia en el sur de Joe Lewis, magnate inglés, amigo del expresidente Mauricio Macri.
Una metáfora futbolística: en el último minuto Cristina les metió un gol que no esperaban. Puso al descubierto la trama mafiosa que pretende acusarla de corrupta. Una semana después, las consecuencias de su discurso y de la filtración de esa cadena de mensajes entre los «esbirros» de Magnetto, el jefe del multimedios a quien colocó como principal antagonista, todavía no son mensurables.
Entonces, otra vez: por qué no fue incendiada Buenos Aires. Entre otras razones, porque el fallo tiene lugar en medio del Mundial de Fútbol, y porque se trata del mes de diciembre en Argentina durante un gobierno que integra la propia Cristina. Un estallido social, como el del año 2001 —para el cual no faltan razones—, no puede ser contra el «Estado paralelo» de Magnetto y Clarín. Los estallidos sociales son contra el Estado, cuando es usado por el «poder real» en contra del pueblo. Contra la mafia de la Justicia no parece posible ningún estallido en medio de la miseria y la pobreza. Cuando intentaron matar a Cristina, no fue incendiada Buenos Aires, pero hubo una movilización de grandes proporciones en la Plaza de Mayo y en otras plazas del país. «Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar», es la frase que se escuchó cantar al kirchnerismo desde que fue presidenta. Alrededor de su figura se tensan límites simbólicos de la crisis política y social. El renunciamiento a ocupar cargos públicos en su último discurso impacta en el epicentro de la vida política. Dijo que no se iba a presentar a ningún cargo que le diera fueros.
Pueden meterla presa, pueden inhabilitarla; pero, ella, «mascota» no va a ser. Eso dijo desde su escritorio en el Senado, con el sólo recurso del canal de YouTube y unas diapositivas. En discursos que ya no son por cadena nacional, Cristina de todos modos elabora titulares.
¿A quién le habla Cristina? En un pasaje, menciona a sus «compatriotas» como destinatarios del discurso. En otros, parece hablar a otros funcionarios y políticos, a periodistas; pero sobre la lógica de su pertenencia a una comunidad. ¿Cómo ser periodista de esa mafia? ¿Cómo ser «esbirro» del poder? «Ganarán mucha plata», dice en otro momento (aunque desecha la idea). En su canal de YouTube, el destinatario varía: también somos todos los argentinos; sus votantes, en particular. No obstante, el destinatario de su palabra esconde el mayor dilema de Cristina y, por lo tanto, de la política en Argentina. La pregunta tiene respuestas para cada zona de sus discursos, pero se puede formular mejor para entender el drama completo.
¿Quién escucha a Cristina? La escuchan los periodistas. La escuchan los políticos, todos. La escuchan sus principales seguidores y los que no son fanáticos, pero consideran que el kirchnerismo fue lo menos peor de los últimos cuarenta años de democracia y neoliberalismo en el país; la escuchan, incluso, las organizaciones sociales que en los últimos años tomaron distancia del kirchnerismo, como son el Movimiento Evita y otras de la llamada «economía popular». La escuchan numerosas agrupaciones filokirchneristas, que no son de La Cámpora. Es probable que todo militante de izquierda y del llamado «campo popular», termine escuchando el último discurso de Cristina: porque es distinto a todos. Sin embargo, es probable que el mayor porcentaje de todo el espectro de votantes que se opone al peronismo en general, y principalmente a Cristina, no la escuche. También es probable que gran parte del pueblo trabajador que viene cobrando salarios en blanco por debajo de la línea de la pobreza tampoco la escuche con detenimiento ni le preste demasiada atención, y no sólo por el Mundial que distrae absolutamente a todos, sino por el cansancio y la falta de expectativas.
Para que den vuelta Buenos Aires si meten presa a Cristina, o si la matan, hace falta que la escuche más gente que la que presta atención a lo que ella dice cuando se defiende desde su canal de YouTube. Para que tenga lugar un estallido, como vaticina Mujica, en favor de Cristina tendrían que darse condiciones específicas que no pertenecen al horizonte inmediato. Una gigantesca proporción de sus compatriotas no le cree cuando se defiende. No confía en su inocencia.
Afirman, muchos, que así como el macrismo montó un Estado mafioso dentro del Estado, el kirchnerismo no fue menos mafioso y corrupto. En particular, es lo que piensa la mitad de la población de tradición antiperonista. La derecha liberal que adopta sin dudarlo al neoliberalismo no es mayoritaria dentro del antiperonismo. También hay antiperonistas que confían en valores que no son «corruptos»; por ejemplo, en la Justicia que nos ampara al momento de juzgar a los responsables del terrorismo de Estado. La defensa de los derechos humanos trasciende al peronismo. El neoliberal es cínico, la corrupción no es para él un problema. Pero existen antiperonistas que defienden al Estado liberal y republicano, restos de un progresismo clásico opuesto a Perón, de las décadas de 1940 a 1970, revitalizado durante el gobierno de Alfonsín en la década de 1980. En la jerga de la política argentina, se trata del radical o el socialista que no es «gorila».
A esta altura, es posible que nadie que no esté convencido de que Cristina es inocente pueda escucharla con atención y seguir el hilo de sus argumentos; a no ser que sea por trabajo, como el de los políticos, los periodistas o los intelectuales. Aunque Cristina no llega a casi nadie fuera de sus propios votantes en forma directa, sí lo hace de manera indirecta. Sus discursos, cartas, su palabra: la expresidenta hace uso de la mediación como la palabra de nadie más en Argentina. No existe otra articulación del discurso con el mismo impulso «performativo»; su palabra «hace» cosas con una muy alta economía de recursos. Al multimedios responde con otros usos de la mediación.
Con poco, y en el último minuto, logró empatar, igual que Holanda a la Argentina en los cuartos de final. No hay estallido; no sólo por el Mundial y porque estamos transitando el estallídico mes de diciembre durante un gobierno que integra Cristina, sino porque el partido no terminó. A Cristina no le pasó lo mismo que a Lula, todavía. Si en 2023 el peronismo pierde las elecciones y ella no tiene fueros, entonces estarían dadas las condiciones para que tenga lugar (o no) la profecía de Mujica. Mientras tanto, detrás de la alegría mundialista y de la intriga judicial que la acecha, por abajo la desigualdad y la incertidumbre crecen. Si ella no es candidata, entonces es probable que Macri tampoco lo sea. Habrá que ver quién acumula los votos de Cristina. Lo único claro al día de hoy es que no será Alberto Fernández.