CARTAS: Radiografía constitucional
12.12.2022
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12.12.2022
Estimado señor director: el debate acerca del eventual nuevo proceso constitucional continúa; incierto, titubeante, pero continúa. Si es acaso otra convención constitucional la encargada de escribir la Carta Fundamental, arguyen algunos. Mixta, esgrimen otros. Ciento por ciento expertos estriban los más osados, aunque de forma minoritaria.
Así se llevan las semanas, hace ya varios meses, las coaliciones más pesadas de la política chilena —salvo por Amarillos, que ni siquiera son un partido—, discutiendo acerca del mecanismo redactor del «próximo» Código Político. ¿Pero es acaso la forma el fondo del asunto? La pregunta puede parecer capciosa, pero dista mucho de serlo.
Seamos optimistas —por un momento, aunque sea— y pensemos que ya está zanjado el mecanismo redactor, sea cual sea. El fondo (y no la forma) del texto constitucional es lo realmente polémico, aquel en donde surgen las trincheras y los eternos «gallitos» sinsentido. Tan solo recuérdese a aquel partido político que poco después del plebiscito del 4 de septiembre fue claro y tajante acerca de los «bordes» de la presunta nueva Carta: aquellos bordes no eran sino una expresión del ya clásico «querer cambiar todo sin querer cambiar nada».
Las principales críticas que se dirigieron contra la otrora Convención Constitucional incluyeron que protegía a los delincuentes, que no otorgaba propiedad sobre los fondos previsionales ni mencionaba su heredibilidad (como si la actual Constitución lo hiciera), que desmilitarizaba a Carabineros, «que con mis hijos, no» o que «somos un solo país», entre tantas otras. Lo realmente iluminador es el panorama global de las mismas: versaron sobre temas de fondo, sustantivos (o fundamentales, si se prefiere). La extinta Convención tuvo tanto errores de fondo como de forma, urge decirlo, pero lo cierto es que al momento decidor del voto, lo que realmente caló en el ciudadano no fueron las múltiples declaraciones cruzadas entre las y los convencionales, ni la maratónicamente patética jornada para escoger la nueva Directiva de la Mesa que reemplazaría a Bassa y Loncón; lo realmente decisivo en el escrutinio final fueron cuestiones netamente de fondo: propiedad, sistema previsional, plurinacionalidad, educación, aborto, Poder Judicial, sistema de salud, la Cámara de las Regiones, aguas, etc.
Con lo recién expuesto queda de manifiesto la tesis principal de esta intervención: sea cual sea el mecanismo, el resultado final no dependerá de aquello. Es empíricamente comprobable que la Convención Constitucional, cien por ciento electa por la ciudadanía, con escaños reservados y enfoque de género, a pesar de tal conformación, fracasó rotundamente. Este último punto, no obstante, es en extremo interesante: ¿por qué algunos insisten ciegamente en reutilizar dicho mecanismo? Es irónico, porque los votantes querían una Constitución que no fuera escrita «por los mismos de siempre». Pero cuando se tuvo la oportunidad de cambiar la historia, se extrañaron, precisamente, «las formalidades, la serenidad y la elegancia» de esos mismos de siempre.
Que sea cien por ciento electa no garantiza nada, lamentablemente. Y hay que ser capaz de abrirse a otras opciones.
Que sea mixta, electa, de expertos o redactada por los mismos parlamentarios es irrelevante para el debate final: existe poca, por no decir nula, voluntad política —y ciudadana— para modificar y no refundar ciertas instituciones, sistemas y derechos constitucionalmente consagrados, cuya necesidad de replanteamiento se viene haciendo notar hace años. Si aquellos no son sustancialmente modificados —o revisados, al menos—, como temo que ocurra, difícilmente podamos avanzar hacia alguna dirección, pues aquellos, que requieren un cambio significativo paradójicamente son los mismos que traban el proceso. Tampoco podemos permitirnos la técnica de ensayo y error de forma reiterada. Los recursos y las necesidades país no lo permiten.
El tiempo apremia, y tiempo es lo menos que se tiene.